Otro mundo es posible

Publicado el Enrique Patiño

Una entrevista a un hombre del revés: Luisgé Martín

Espero un personaje transgresor y la primera impresión que me llevo es la de alguien sinceramente encantador, sin equívocos ni dobles discursos. El que está, es. Apenas cruzo un saludo con él y de inmediato soy consciente de que su honestidad puede ganarse la simpatía de una audiencia con un simple estrechón de manos y dos palabras dichas.luisge3

Lo que uno lee de Luisgé Martín lleva a suponer que debería encontrarse con quizás una persona más cargada de dolor hacia un mundo que lo silenció durante años, o quizás al menos de dardos dispuestos a ser lanzados contra la sociedad que lo ha herido. Pero no. Él se ha liberado escribiendo.

Como esta frase, icónica ya, de su libro El amor del revés: “En 1977, a los quince años de edad, cuando tuve la certeza definitiva de que era homosexual, me juré a mí mismo, aterrado, que nadie lo sabría nunca. Como la de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó, fue una promesa solemne. En 2006, sin embargo, me casé con un hombre en una ceremonia civil ante ciento cincuenta invitados, entre los que estaban mis amigos de la infancia, mis compañeros de estudios, mis colegas de trabajo y toda mi familia. En esos veintinueve años que habían transcurrido entre una fecha y otra, yo había sufrido una metamorfosis inversa a la de Gregorio Samsa: había dejado de ser una cucaracha y me había ido convirtiendo poco a poco en un ser humano”.

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Martín, en su autobiografía sentimental, se narra a sí mismo a través de la historia de un joven que descubre, al llegar a la adolescencia –con una fuerte mezcla de miedo y de culpa– que es homosexual.

“Todos somos varios. Yo no me reconozco en el niño imbécil de la historia, pero ese joven era yo, ese de ahí sigo siendo yo”, recuerda. Hoy es un tipo con preocupaciones cotidianas como “pagar las deudas”, trabajar en una agencia y promover su obra, pero al mismo tiempo es un escritor con la suficiente claridad para evidenciar la importancia de sacar a la luz lo no dicho.

En su estrechón de manos, tras su barba espesa, detrás del movimiento mesurado de sus manos, confluyen el antes y el después de una infancia que gestó esa obra y de su obra en sí: una vida entera. El hombre de ahora, director de la revista literaria Eñe y agente literario en España, sólo es posible gracias al niño que fue. El que fue, sólo es posible reencontrarlo gracias al hombre que lo trajo de vuelta a la existencia, ahora como escritor de oficio.

Aunque Luisgé opte por quitarle romanticismo a su historia: “Soy un vulgar oficinista. Trabajo en una empresa para pagar la hipoteca. Y cuando puedo, trato de escribir”, es mucho lo que tiene por decir.

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¿Es un acto de valentía escribir, pero también lo es revelar la propia vida?

Es de lo primero que se dice de Un amor al revés, pero yo lo veo distinto. Valiente habría sido vivir de otra forma, haberme revelado en mi momento. Ahora el libro lo escribo desde una posición de confort, con una distancia emocional que no me permite correr tanto riesgo. De todos modos, alguien me hizo ver que por mucho que quiera ver ese chaval como alguien distinto, no lo es. Revelar sus carencias y su fragilidad significa revelar mis carencias.

Más que valentía, hay inconsciencia en mi acto de escribir.

¿Volver al pasado duele?

A mí nunca dejaría de dolerme una historia dura. Con la mía, he llorado mucho reescribiendo toda la novela. Cuando he recordado las cosas que escribí en ella, viví un proceso de expansión –antes que de liberación– con un efecto concreto: aprendí a quererme a través de aquel chaval, a reconciliarme con él. Pensé que había sido un imbécil toda la vida. Pero escribir El amor del revés me llevó a entenderlo y a tener en claro que no era tan sólo un estúpido, sino que supo sobrevivir a su momento, quedar en pie y no salir tan mal librado.

Pero igual puede ser un libro liberador para otros…

Este tipo de libros –y no quiero pecar de vanidoso– me encantaría que sirvieran para cosas concretas a lectores concretos, además del placer de la lectura y el encuentro con otras vidas, lógico: Es decir, me encantaría que este tipo de libros fueran necesarios. Porque creemos que todo está superado, y no. Me he seguido encontrando en España, en capitales de provincias, pueblos y en la misma Madrid, con chavales con una situación distinta a la mía, que tienen aplicaciones como Grinder y se pueden conectar, pero viven situaciones de opresión y disconformidad con su sexualidad, identidad y cuerpo, y son extraños aún en el mundo. Hay muchas formas de ser extraño, y a determinada edad ser extraño es siempre es problemático; muchas formas de ser cucharacha. Ser extranjero en otro país, gordo, delgado, friki, es ser cucaracha, y ser homosexual es una de esas formas. El libro reivindica el espacio a la diferencia cuando el individuo no hace daño social y en realidad, como en mi caso, lo único que quiere es amar.

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¿Cuándo desaparece la culpa por la homosexualidad?

Tengo dudas de que desaparezca la culpa. Hay cosas que, creo, cuando se aprenden se aprenden para siempre. Antonio Orejudo decía que “la educación sentimental en el fondo es como un idioma”… Siempre sigues pensando en español o el idioma en el que has nacido. Y si has sentido que eres culpable por alguna situación, por mucho que trates de arrojar eso lejos, algo siempre perdura. Yo dejé de sentirme culpable a los 27 años, cuando entendí que más bien debía era enfadarme.

Los lectores no lo buscan sólo por el tema de la homosexualidad…

Me ha dado felicidad el contacto con los lectores. Recibo mensajes de gente que asiste al encuentro con vidas totalmente distintas a la mía, que no son de mi generación, ni homosexuales, ni se han sentido diferentes. Yo quería que fuera así; un libro liberador para otros, sin importar quiénes fueran los otros, Uno en el que el conflicto de la identidad se plantee. Y que se entienda mi planteamiento cuando hablo del orgullo –más allá de ser gay– y cuando me refiero a tener una identidad propia y defenderla hasta el final, pase lo que pase.

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