Otro mundo es posible

Publicado el Enrique Patiño

Malva, una bellísima novela de Hagar Peeters

Quizás pocos nombres tengan tanta poesía como Malva: un color que ronda el violeta, una flor curativa y una de esas palabras que sólo los poetas elegirían para bautizar a sus hijas y que luego dirían, orgullosos, en cada uno de sus versos.

Lo primero sucedió: el nombre es el de la hija del poeta y premio Nobel de Literatura chileno Pablo Neruda.

Lo que nunca sucedió fue que la nombrara. Al poeta que defendió la justicia y peleó contra la marginación de los ciudadanos, que abanderó las causas de la justicia y del amor, que escribió como los dioses y conmovió un continente entero, se le olvidó su hija y la hizo a un lado. La razón: tenía hidrocefalia y no encajaba en su ideal de perfección y belleza.

Es una novela. Pero es real. La escritora holandesa y también poeta Hagar Peeters lo narra en su libro Malva. Y lo hace con una profunda y contundente belleza, desde el punto de vista de una narradora que se expresa del espíritu de la niña cuando muere sobre los ocho años y entiende qué fue lo que sucedió con su vida y comienza a rastrear ese amor que nunca tuvo.

Hagar es una mujer alta y delgada, con esa altura casi característica de los holandeses que los ha convertido en los habitantes del país con mayor promedio de estatura en el mundo. Desde esa altura surge una bondad para acercarse a los demás que no esconde el cuestionamiento permanente a nuestro sistema de creencias. De esa dulzura sale este libro que es casi tan personal como literario. El primer cuestionamiento es ante la figura casi mítica de un hombre que dejó de lado a su hija.

“En realidad, yo no tenía una opinión estricta de Pablo Neruda. Solamente conocía algunos de sus versos y vi que se trataban de la gente común, de señalar la injusticia, de hablar de los marginados. Cuando lo conocí pensé que su destino era eso: denunciar y hacerlo mediante la poesía”.

Neruda con María Antonieta Hagenaar, madre de Malva
Neruda con María Antonieta Hagenaar, madre de Malva.

Sabía poco de él. De hecho, en Holanda la figura de Pablo Neruda no alcanzó, por razones geográficas y de idioma, los niveles de reconocimiento que tuvo en la lengua castellana. “Cuando estuve en Chile hace algunos años quise conocer algo de su vida. Visité sus lugares, sus tres casas, y en Temuco, cuando supieron que yo era holandesa, me contaron un detalle de su vida que parecía anecdótico: la existencia de una hija holandesa. Yo tenía curiosidad por su vida porque soy poeta y me interesó saber dónde creció cuando era niño. La persona que me guio me dijo que la tumba de su hija Malva había sido descubierta y me narró la historia. Yo no la conocía. Nadie la conocía, prácticamente”.

El relato de la niña abandonada de la que sintió vergüenza el poeta por tener una discapacidad le pareció tan interesante, que Hagar Peeters se dedicó a rastrear la vida y obra de Neruda para ver dónde la mencionaba. No la encontró. “Nunca lo hizo”, agrega.

Luego se leyó la biografía célebre de Neruda, Confieso que he vivido, pero tampoco allí menciona a la pequeña Malva Marina. Ni en una línea. A Hagar le pareció un acto de injusticia poética saltarse el hecho de una hija y obviar su vida al margen y su trágica muerte.

 “Fue ahí cuando resolví darle crédito a ella. ¿Cómo era posible que alguien escribiera una biografía sin mencionar a su propia hija? Me obsesioné. Quise saberlo todo sobre esa hija suya. ¿Qué tenía ella para que un hombre considerado un héroe, un ser que defendía a su gente, un gran poeta, el defensor de los oprimidos, olvidara a su familia? Por qué dice que quiere escribir sobre los oprimidos y deja de lado a su hija?”. 

Además, la historia la movía por razones poderosas: no era la primera vez que oía ese tipo de relatos. Sucedían con excesiva frecuencia: padres que abandonaban a sus hijos, que los olvidaban, que desaparecían de su vida como si les estorbaran. Tal como le sucedió a ella misma con su propio padre.

Así, entre los sentimientos propios y ajenos, nació Malva, la historia de la hija que tuvo Neruda con la holandesa María Antonieta Hagenaar, “Maruca”, y la única que tuvo en sus 69 años de vida el Nobel de Literatura chileno, una niña que nació en 1934 en Madrid y falleció en Holanda en 1942 por una severa hidrocefalia, y que fue mantenida en el anonimato por su padre para que su presencia no empañara su inmenso éxito profesional.

Una frase hizo que cobrara vida su historia, narrada con estricto rigor periodístico en su investigación, aunque su punto de vista sea el de la visión de la niña: encontrar una carta de Neruda en la que le describía a una de sus amantes cómo era Malva: “Es un ser extremadamente ridículo, una especie de punto y coma, una vampiresa de tres kilos”, dijo el poeta Neruda, con frialdad, cuando describió el problema de la hidrocefalia de la niña.

Con esos elementos, y con el peso de su propia relación con su padre, el periodista Herman Vuijsje, que no estuvo con ella en su infancia por sus constantes viajes por Latinoamérica y en especial a Chile hasta convertirse en un fantasma sin rostro para la propia autora; unida a la historia de otros grandes que dejaron a sus hijos de lado, como James Joyce, Henry Miller o Albert Einstein, Peeters decide narrar la historia del desamparo de miles de niños a través de la figura real de Malva.

La escritora holandesa Hagar Peeters
La escritora holandesa Hagar Peeters

“Vi las posibilidades comparativas de escribir en paralelo la historia de mi papá, a quien creí ver en la tapa de un libro por primera vez en un viaje cuando tenía cinco años. Yo me sentí orgullosa y lo señalaba. Hice ruido y la gente me miró. Me sentía la hija de un gran escritor. Cuando tuve once años comencé a escribirle cartas para que fuera mi padre: quería tener una relación, pero no se dio: no se preocupó por mi existencia. Al final me acostumbré al a idea de no estar a su lado. Por eso cuando leí lo de Neruda entendí que era otro más de tantos”.

La suya, en definitiva, no es una novela de amor, sino de la sensación de extrañar el amor. Un relato sobre la ausencia del mismo, contada desde el silencio de los niños que no dejan de extrañar al padre que no tienen.

Una novela bella, precisa, sanadora, que implanta con precisión poética la figura también de la madre que debe asumir además de la pobreza el cuidado total de su hija como misión de vida ante el abandono de su compañero, como hizo María Antonieta, sumida en la enfermedad mientras Neruda celebraba el éxito. Una historia, en definitiva, preciosa en su confección y sinceridad, contundente para desmontar un mito erigido sobre su propia contradicción, que deja en claro cómo la literatura le da vida y justicia a lo que la realidad misma se empeña en negársela.

Así comienza Malva

“Me llamo Malva Marina Trinidad del Carmen Reyes, para mis amigos de aquí Malvita; Malva para todos los demás. Puedo asegurar por supuesto que ese nombre no lo concebí yo. Lo hizo mi padre. Lo conoces, el gran poeta. Igual que titulaba sus poemas y poemarios, así me dio a mí un nombre. Pero nunca lo pronunció en público. Mi vida eterna empezó después de mi muerte en 1943 en Gouda. Mi entierro congregó a un puñado de gente. Muy diferente del funeral de mi padre, treinta años más tarde en Santiago de Chile.”

 

 

 

 

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