Otro mundo es posible

Publicado el Enrique Patiño

La tiranía de tener que hablar inglés para conseguir trabajo en Colombia

A sus 25 años le habían exigido inglés para todos los cargos a los que había aplicado como secretaria. Ante su estrechez económica y la necesidad imperante, no tuvo más remedio que pedirles a sus padres que sacaran de los ahorros de toda su vida para poder costearle un curso que le diera un certificado de estudios básico del idioma foráneo con el cual lograra conseguir empleo. Ahora, con un sueldo de 600 mil pesos, no ha tenido cómo pagarles a sus padres una inversión que ella considera perdida, porque no se siente en capacidad de comunicarse en el idioma anglosajón. Sin embargo, consiguió trabajo. Con 27 años actualmente, nunca nadie la ha llamado en ingles ni ha necesitado sus mínimos conocimientos para algo distinto a convencer a la encargada de recursos humanos en su entrevista inicial.

Su historia es la de miles a diario. Colombia, como ocurrió a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX cuando el francés se convirtió en una condición para distinguirse socialmente, vive en estas décadas un deslumbramiento lógico ante el inglés, incrementado por la presión de los medios, la expansión de internet y el uso cotidiano en palabras sueltas. La mayoría de la gente habla ya de links y olvida que en castellano se habla de enlaces o vínculos, y no se les ha ocurrido que si usáramos e impusiéramos el término correo-e sería incluso más fácil para comunicarnos que decir e-mail. Pero esas son nimiedades ante un problema de fondo: la obligatoriedad de saber inglés en cargos que no lo necesitan, por sobre prioridades realmente importantes laboralmente.
Sí: el inglés es vital en un mundo globalizado porque este idioma, por su simpleza y sus verbos y adjetivos monosilábicos les permite a personas de cualquier lado del planeta alcanzar un veloz dominio. Sí: las posibilidades de acceder a la educación se incrementan, por mucho que existan herramientas como Translate, de Google, que ya traducen el contenido entero de páginas en cuestión de segundos. Sí: es una maravillosa forma de acceder al mundo y tener nuevos contactos, de entender las películas británicas y estadounidenses, entre otras, en su idioma original (si el argot en ellas lo permite) o de entender alguna que otra canción.
Pero no está bien que el inglés impere por sobre otras habilidades en la consecución de un empleo en Colombia. Los encargados de contratación de personal y de recursos humanos deben sacarse de la cabeza esa minusvalía mental de creer que sólo una persona con un conocimiento avanzado del idioma es apta para un cargo, por encima de su capacidad de interrelacionarse, de su habilidad para transmitir ideas, de su humanidad y de su capacidad de trabajar en equipo.
Las empresas cometen a diario el error de contratar jefes y empleados que incurren en prácticas laborales atroces, que pisotean los derechos de los demás, personas cínicas o incapaces de soportar la presión del poder o inhábiles a la hora de delegarlo, que sin embargo hablan el idioma. En muchos casos, ese es su único mérito. Y ese es un error. Porque la posibilidad diaria de comunicarse en inglés -aparte de personal que labora en algunas empresas eminentemente internacionales o involucradas con multinacionales más allá de América Latina- es casi nula, o mínima en la gran totalidad de los trabajos que se aprenden en Colombia.
No digo que no se exija. O que sea un punto de valor que incremente las posibilidades de acceder a un trabajo determinado. Pero resulta terrible y absurdo que saber el idioma prevalezca sobre una capacidad nata de liderazgo, o sobre un talento innato para resolver problemas, y que mucha gente salga de tajo del mercado laboral por ello cuando sus capacidades sobresalen, más allá del idioma. Lo que sería justo es poner al inglés en su lugar apropiado: como un plus más, no como una condición que, lo saben los trabajadores de miles de empresas, es más una exigencia inicial que una necesidad cotidiana. Algo anda mal en las plantas de recursos humanos si siguen considerando que ser buen trabajador es secundario a contestar una llamada telefónica en inglés una vez cada mucho.

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