Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

Torre de caída

Por: Mary Ramírez

¿Alguna vez has subido a una torre de caída o ascensor en un parque de atracciones? Has sentido esa fuerte sensación de caer de repente, a gran velocidad y sin que nadie te avise luego de ir ascendiendo lentamente?

Ahí vas, entrando feliz a ese parque de atracciones, ves máquinas inmensas que te generan adrenalina por todo tu cuerpo con sólo notar su imponencia.

Te fijas en una, la más atrayente para ti, una Torre de Caída. Ese tipo de atracción cuyo viaje consiste en un paseo a gran velocidad por una torre vertical de gran altura.

En frente, de pie, miras hacia arriba pero no alcanzas a divisar su punto final, aún así, no te acobardas. Te agrada. Quieres subir y quieres hacerlo ya.

Sabes a lo que te enfrentas, pero continuas. Pagas tu boleto de acceso. Subes.

Comienzas a ascender lentamente, tu cuerpo siente como la emoción hace metástasis, como se propaga. Tus piernas tiemblan por no tocar superficie alguna. Tus manos se aferran fuertemente a la vagoneta en la que vas sentado.

Mientras más subes, más bello es el panorama, más divisas la ciudad, las nubes, el inmenso cielo azul.

Allá arriba, miras hacia abajo y todo te parece pequeño, diminuto. El resto del mundo ha quedado bajo tus pies. Te sientes grande, libre, y ahí, presente, el miedo disfrazado de emoción.

De repente, sin darte cuenta, cuando menos te lo esperas, aparece la gran fuerza G. Sientes como de un tirón desciendes a gran velocidad hacia la tierra, tu corazón se detiene, tu pulso se acelera, tus ojos se alargan y tu cuerpo se paraliza.

En cuestión de segundos todas esas sensaciones te dejan perplejo, te invade el susto por todas tus extremidades y el corazón no deja de latir a más de cien pulsaciones por minuto.

Y después, cuando todo acabó, bajas, tocas tierra. Ahí te queda la duda de saber si volverías a subir. Tal vez sí, porque la emoción, miedo y adrenalina fueron una bomba de sensaciones que serías capaz de vivir nuevamente por ser valiente, o, en otros casos, por ser masoquista.

Y así, así pasa en el amor, cuando vas ascendiendo, cuando todo se puede divisar, cuando los demás se hacen pequeños y solo guardas la grandeza de ese ser amado, cuando eres feliz porque subes y subes y subes observando lo bello del panorama…de repente ¡pum! Sin avisar, de un solo tirón te sueltan, caes, sintiendo ese cúmulo de sensaciones desagradables, pero sin culparte, porque sabías a lo que te enfrentabas.

Entre la torre de caída y el amor, no hay diferencia alguna.

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