Por: Jesús Baena Martínez
Desesperadamente enamorado de la vida y ya con un buen trecho abordado, recorre los innumerables pensamientos que se agolpan en su cabeza.
Algunos negativos y oscuros quieren imponerse y sumergirlo en una depresión profunda, pero otros fortachones y voluntariosos terminan ejerciendo dominio total, le reafirman el poder de voluntad.
Resultó ser una alucinación, una incomprensible embriaguez de amor, donde la droga y el alcohol adornaron el ambiente. Su no presencia en la escena realzó el estado mental alterado, que para bien de aquel pobre ser, se había adueñado.
En su visualización no dejaba de ser un plato apetecible al paladar espiritual. Las palabras, como las aves, revoloteaban en su mente y lo llevaban por el sendero de lo armonioso. Tras una acuciosa revisión, las melodías divinas que emanaban de dichas palabras, resultaban datos concretos y verdaderos.
Pasado el fugaz momento de emancipación del alma, la tristeza lo absorbió. Liberados sus sentidos cautivos y el efímero embeleso, no admitía la separación de aquella hermosa sensación.
Aprendió a amar aquella inspiración repentina y el entusiasmo febril que lo atrapó. Ahora añora su regreso y busca la manera sutil de acercarse a ella. Con ejemplos, le da ideas, como cebos a su presa, pero se hace la desentendida.
El amor y la perseverancia son los atributos que debe mostrar para calmar su imperiosa necesidad de ella, comprendiendo que con la búsqueda pausada logrará su objetivo.
Por lo pronto, en la belleza de la vida, la ensoñación que vivió volverá para caminar juntos de la mano, rumbo a la eternidad, fusionándose para no dejarla ir jamás.
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