Van y vienen las promesas, la idea falsa que nos vendieron hace unos años y que apenas toma fuerza consciente al envejecer.
Van y vienen muy a pesar del dolor, de la locura temporal que me dejas porque sí, de la responsabilidades en exceso que evitan que te piense y hasta de las culpas que empiezo a quitarme de encima, cuando me doy cuenta de que no hago parte de tus prioridades.
A veces me pregunto para qué quiero ser una viñeta más en ese listado imaginario, si aún no resuelvo esta vida de afanes y de suspiros cortados a media noche, cuando le soledad se come mis deseos.
Me lo pregunto más, cuando llegan esos días en los que todos empiezan a recordarte por qué sería mejor que estuvieras ubicada en una categoría, y te exigen pertenencia a un lugar común y te preguntan con especial acento sobre asuntos que creías resueltos.
Y vuelven a poner el tema en la agenda, y hasta te hacen dudar de la elección adecuada, y piensas y repiensas en lo que preferirías.
Y el ánimo con el que te levantaste te pesa en el cuello y te recuerda las obligaciones, y te hace menos fuerte, y te merma cuando ves las fotos del resto de humanos, aparentemente felices.
Y asumes tu día de nostalgia y vuelve la sonrisa a tu rostro, porque sobre todo, sabes que vives tu mundo con un atrevimiento que cuesta dualidades, pero que allá donde tu voz interior se conecta contigo está la verdadera respuesta.
Es a tu modo, chiquilla, me dijo una llorona. Créele a ese pálpito y avanza, que mañana será un mejor día. Que él llegará con menos promesas y por lo menos, te escuchará y volverá a recordarte lo ganado en el terreno de la inconformidad, un paso antes de tu compensación.
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