Lloronas de abril

Publicado el Adriana Patricia Giraldo Duarte

Contemplar la esperanza

grande_atardecer-con-tu-pareja

 

Silvia Estefanía Vélez Montenegro

La belleza y el significado de la perfección, se hallan en el ambiente de un pequeño rincón, de un pedacito del mundo, que aguarda a la mirada de quienes viven la magia de su esplendor.

Y es un manto verde de un sinfín de matices que asaltan a la razón y la imaginación, forjando en el horizonte los más imponentes y espirituales montes que cautivan el alma tras un derroche de formas, aromas, colores, que inundan los sentidos y aceleran los latidos tras el descubrir entre caminos, pedregosos caminos en los que reinan las flores, de bellos e imperfectos colores, asimetría invaluable, delirante, ante la que se postra el alma de su fiel espectador.

Caminos, cuántos caminos, colmados de historia, que conducen a la simple beldad de las corrientes de aguas, que perpetúan la vida de un pueblo pujante, amable, de nobleza incalculable, característica innata que se percibe en el aire de una afable región.

Cómo olvidar, cómo no resaltar la suavidad de su aroma, sutil y embriagante olor, tan simple y elegante su apariencia, que baña de belleza con su rojo resplandor el verde de las montañas que se enternecen con su pequeña aparición.

Crecen como gotas de rocío que se posan unas tras otras formando una linda y particular flor, o tal vez un rosario de esperanza de sutil transformación del verde de las montañas al rojo de la pasión.  Al borde, cuelga con delicadeza una pequeña y frágil flor, imagen de la apariencia de la mujer que endulza los días del buen caficultor.

Degusta el alma de tan mágico esplendor y queda perpleja al vislumbrar una sábana blanca que descansa en las montañas de la imponente cordillera, y en las mañanas como queriendo alcanzar el sol que se rompe en pedacitos, como saboreando el viento, abriendo sus alas, transformándose en garzas; o el baile de los guaduales del que emana un suave canto al son de la cadencia del viento que ondula sus verdes cabellos con benévola pasión.

Al amanecer, al fijar la vista al horizonte, desaparece el poder del viento que concentra su aliento como un manto blanco que envuelve el lugar.  Se percibe el trasegar en cual sublime y envidiable armonía.  Los pasos de quienes cada día se dejan impregnar del sello de la tierra, en sus manos, mentes, historia, y que historia, de quienes despiertan antes de que el sol toque sus cabellos y entrelazan sus dedos con la bondad de una invaluable creación, a la que un día Dios pensó con especial amor.

Y al atardecer, se aprecia con imperiosa admiración como un juego de pinceladas de ensueño, cuando el cielo se convierte en un lienzo de la mejor exposición.  El caprichoso sol de la tarde destella sus últimos rayos deslizando entre algunos espacios las ventanas por donde conduce su adiós.  Formas y colores de enigmática expresión que atrapan a aquellos enamorados que con tal fascinación acuden a su encuentro para decir tan solo adiós.

Comentarios