Por: Jesús Rafael Baena Martínez
El día transcurría en calma para algunos. Diversas situaciones se acoplaban a cada quien.
El reloj del tiempo corría sin pausa alguna. El deterioro de la vida y el modernismo acelerado hacían verlo así.
Los estados mentales también buscaban su acomodo y seguían el ritmo de los avatares de la vida con una rapidez vertiginosa. Impresos quedaban análisis y conclusiones que solo requerían de un buen conductor.
Y así, sin importarles nada de esto, ni la época, ni el tiempo, ni la hora, estaban viviendo un amor turbio, sin precedentes, ocultos de la realidad.
Lo borrascoso de esta relación tornaba las mentiras en verdades y las verdades en mentiras. La desconfianza hacía méritos en los dos; estaban hechos el uno para el otro.
La estabilidad emocional no era su aliada, constantes discusiones ofensivas de parte y parte adornaban sus vidas. De vez en cuando y por el rumor que existía, tropezaban con consejeros espirituales, que con palabras efusivas y elocuencia sin igual, la enseñanza de dioses pretendían dar.
La algarabía petulante de los falsos profetas tuvo su final pues sus hermosas palabras no venían del amor de su corazón, sino de su intelecto maléfico y bochornoso, que calaba en los demás con fe y fervor.
Los años pasaron inexorablemente para los amantes de la juventud eterna. Mientras los enamorados se convirtieron en alquimistas y transformaron sus bajas pasiones, dejando atrás el amor obsesivo, los celos enfermizos y todo lo denigrante, el tiempo también trajo los temores. Entonces todo se aplacó y retornó la calma.