En segunda fila

Publicado el Juan José Ferro Hoyos

Dar la cara

Phoenix,

Alemania, 2014.

Creíamos que el tema del Holocausto estaba agotado para el cine hasta que apareció la genial El Hijo de Saúl y mostró cómo cualquier asunto humano es inabarcable. Phoenix, la última (no tan nueva) película del director alemán Christian Petzold continúa con esa tendencia de mostrarnos ángulos nuevos de un asunto visto y vuelto a ver. En este caso la novedad radica en el periodo en el que transcurre la historia; los meses inmediatamente posteriores a la guerra en un Berlín aún devastado.

Nelly Lenz sobrevive a un campo de concentración y regresa a Berlín. Ha hecho una escala en una clínica donde los médicos no han podido reconstruir completamente la el rostro que le alteró un disparó por el que estuvo a punto de morir. A esa mujer, que no es la misma y no sólo por cargar un rostro diferente, la acompaña Lene, una enigmática amiga cuya compañía tiene como único objeto planear un retiro a Israel. La muerte de todos los familiares de Nelly la convierte en beneficiaria de una considerable herencia, que deberá gastar en un lugar seguro para los judíos.

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La trama es, de entrada, algo enrevesada. Acaso por eso la película tarda en encontrar su tono, y en los primeros minutos cuesta entender de qué va el asunto. Sostiene la acción una cámara siempre en el sitio correcto y una música que acompaña la acción sin subrayar lo obvio ni darle golpes bajos al espectador. En esos primeros minutos son las actuaciones de estas dos mujeres la razón por la que seguimos atentos, intentando desatar el nudo.

Contrario a las recomendaciones de su amiga, Nelly (quien ahora se hace llamar Eva) sólo quiere reunirse con su antiguo esposo, Johnny, a quien busca con desespero. Lo encuentra recogiendo botellas y limpiando pisos en un bar para soldados americanos. Phoenix es el nombre (nada inocente) del bar. Por su nueva cara, él no la reconoce. Le propone hacerse pasar por su esposa Nelly y repartirse la herencia que a ella le corresponde. Juntos preparan la actuación con la que ella regresará de sorpresa a una estación de tren. Como ya dijo algún crítico “no sabemos si ella sigue el juego por amor, anhelo y negación o buscando su propio interés”.

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En este segundo momento la trama se hace algo inverosímil. Sin embargo, es en el escenario algo claustrofóbico del sótano que comparten los protagonistas donde la película empieza a mostrar todo el carácter metafórico de una mujer que debe aprender a actuar como si misma. Si bien no hay nada radicalmente nuevo en la cámara, pocas películas tienen la elegancia formal de Phoenix. Petzold se toma su tiempo, no cae en la trampa fácil de acelerar la acción para solucionar el misterio y así nos invita a participar de la incertidumbre que rodea el desenlace. Muy lentamente llegamos a la escena final, lo mejor de esta película (y mejor que varias películas enteras). La belleza de esos últimos minutos hace aún más poderoso el descubrir que creíamos ver la historia de una mujer incapaz de reconocerse al espejo y lo que vimos fue la historia de una sociedad incapaz de mirar a la cara el horror del que fue cómplice.

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