En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Lecturas raras de 2015

Tres lecturas raras y recomendadas para finalizar 2015. Reseñas.

 

https://www.youtube.com/watch?v=GmutgqWGEuE

Guillermo Tell, una historia ejemplar, de Max Frisch [Editorial Laia]

Max Frisch, en 1970 retomó un mito fundacional de su patria, Suiza, y examinó los detalles buscando grietas y fisuras e incongruencias en esa historia ejemplarizante. El mito de Guillermo Tell parece sabérselo hoy todo el mundo al ser parodiado por Disney, Hollywood y Chespirito: el héroe que provoca la emancipación Suiza de la confederación de los cuatro cantones Habsburgos es un campesino que se niega una mañana a descubrirse el sombrero ante el edicto de la autoridad papal, imperial. El gobernador de turno lo obliga a disparar una flecha a una manzana puesta en la cabeza de su hijo por su insolencia. Guillermo Tell dispara la manzana y acierta. Luego, con otra flecha, dará muerte al funcionario. Lo que sigue es incierto y provoca la emancipación de un grupo de campesinos ásperos de ese bosque que hoy se llama Suiza. Pero el hecho le parece a Frisch incosistente. Tan lleno de agujeros como un queso Gruyere. Como la pelea que siguió a la negativa de Llorente a prestar su florero a los criollos y que detona en Bogotá la revuelta del 20 de julio contra el imperio español. O como el fusilamiento de la familia zarista en Rusia. Frisch aborda el episodio con dos estructuras paralelas: en una va narrando lentamente los acontecimientos sucedidos, a ritmo y velocidad del 1 de agosto de 1291, de forma cronológica, cada hecho del episodio, cada fragmento y los personajes cotidianos que se convertirían en protagonistas históricos y la concatenación de consecuencias tras la llegada del gobernador de la federación a la tierra de Uri hasta su muerte a manos de la flecha de Tell, y a la vez va interrogando en los pies de páginas las versiones del mito, las fuentes directas, las indirectas, el presente de su país, y así va socavando la verdad histórica con preguntas desbaratan los juicios hechos y al parecer probados: ¿Eran tan buenos los campesinos de la tierra de Uris como exige la leyenda? ¿Era tan drástico el funcionario imperial? ¿Era tan conscientemente revolucionario Guillermo Tell? ¿Se llamaba en realidad Whilhen Tell o Korand Tillendorf? ¿Coincide el tiempo con las coordenadas del clima como para afirmar que una flecha podía dar en el blanco a esa distancia en una ardiente mañana de verano alpina con x dirección del viento? ¿Son precisas las distancias recorridas por un caballo en una jornada como para afirmar que al gobernador lo mató Tell en determinado sitio y a determinada hora? Y las preguntas políticamente incorrectas: ¿la defensa espiritual del país no es más bien una defensa de lo material y conservador de los antepasados? ¿El modo de pensar de la vieja Suiza ha desaparecido de la nueva o persiste? ¿Se emancipó el feudo de Schwyz de algún yugo? ¿O se emancipó para reivindicar su derecho a subyugar la mano de obra extranjera, a mantener el yugo sobre los pueblos vecinos? ¿No es Suiza ya entrado el siglo XX un país que se declaraba neutro en las contiendas humanas y mediador y escenario para esclarecer los conflictos internacionales pero prohibía a las mujeres el sufragio hasta más o menitos 1970? ¿Cuántos siglos y relatos y encubrimientos necesita un hecho para convertirse en una hazaña gloriosa de la edad media? Y las cuestiones triviales que le permiten esgrimir conceptos legales, citar pactos, revisar pruebas científicas y políticas para refutar la comodidad de la leyenda fundacional: ¿El sombrero enarbolado qué significaba? ¿Y Schiller qué fuentes consultó? ¿Y el color amarillento de la piel del funcionario se debía a ictericia o a hepatitis y cuál era la procedencia de esa enfermedad y el peso social que tenía? ¿Y cuáles son las fuentes de las crónicas antiguas: las mesas de tertulia? Un ejercicio saludable de tergiversación histórica le viene bien a cada país. Estamos llenos de ídolos con pies de barro. De mitos que los historiadores refrendan porque hay documentos probatorios. Frisch refuta los hechos probatorios, las verdades monolíticas, las versiones inciertas convertidas en coro chovinista. Crea dos estructuras paralelas siguiendo una hipótesis personal de las distancias del relato simplificado por la narración oral: “Cuanto más antiguas son las narraciones, más sencillas aparecen”, por lo que la primera exposición se ciñe a la brevedad y corriente general del relato. “Cuanto más modernas, más detalladas”, donde una segunda estructura ensayística, inaugura un uso subversivo del pie de página que debería ser escuela para la fatigosa historicidad de nuestros tiempos. “Del mismo modo los escritores más tardíos tienen más cosas que narrar que los más recientes”. [Frisch cita a von Wyss]. Lo más curioso de la parte narrativa es la lentitud. Hugo Hiriart dice que cada época tiene su velocidad. Una especie de velocidad narrativa. Cuando el mundo es lento, la literatura es lenta. La época de Shakespeare es lenta, en comparación con el siglo XIX recargado de calderas y humo en Tolstoi y Dickens, y ese siglo es más lento en comparación con el siglo XXI y la hiperrealidad tecnológica actual. Tal vez. Dejémoslo como hipótesis. El efecto de la lentitud de este relato muy viejo vuelto a contar, es la minuciosidad. Por lo demás, cuando en un país no pasa nada, se pueden examinar con comodidad los hechos acaecidos hace ochocientos años ¿no?

Toá, César Uribe Piedrahita [Bedout]

En los años 30, a un lustro de haber sido publicada La Vorágine, César Uribe Piedrahita publicó Toá. Narra el viaje de un funcionario a la selva amazónica y el enamoramiento del funcionario con una india y la muerte de ella durante el parto (con lo que el fucionario se precipita en la desgracia). El telón de fondo, sin embargo, es el horror de los esclavos del caucho torturados por los hermanos Arana de Perú en territorio colombiano. La huella del odio de la casa Arana aún persiste en la selva amazónica como un mito del mal. El mito crece y reaparece en todo tipo de relatos. En El diario negro del putumayo de Cassement y su trasunto: El sueño del celta de Vargas Llosa, está. En El abrazo de la serpiente, la multipremiada película de Ciro Guerra está. En esta última hay una escena brutal que muestra el régimen de horror a que fueron sometidos huitotos y carijonas y boras en el amazonas colombiano: un indio le pide a otro que lo mate para evitarle la tortura cuando regrese el cauchero y vea la goma derramada. La muerte como compasión es una de las paradojas morales del rigor en que ha acaecido la vida en Colombia. El extranjero, en la película, se opone a esta ley. Su moral es incompatible con la ley moral ajena. Por eso toda la película de Ciro Guerra marca la tensión entre dos mundos y cosmovisiones. En Toá hay una escena que compite por ser una de las más irrefutables pruebas del esperpéntico paisaje humano de Colombia: a un niño malherido le cortan la cabeza por compasión para darle de comer a unos perros famélicos, también por compasión. Encuentro dos grandes categorías en los libros que han narrado la espiral de violencia en Colombia: la que toma los hechos violentos desde la sutileza y la que los toma desde la evidencia. En la sutileza es donde se ha desarrollado más recursos literarios, por el poder de las elipsis y de las metáforas. Los cuentos de Hernando Téllez y los de Mejía Vallejo tal vez sean los más memorables de esa tendencia rulfiana (Cenizas para el viento, Cuentos de Zona Tórrida). Piedrahita se situó en la evidencia sin concesiones en esta novela. Porque la evidencia (el pasado), es irrefutable. Y logró un relato literario, que es lo sobrecogedor. Hay un libro suyo que he buscado por todos lados que narra la historia de la explotación del petróleo en la frontera colombo-venezolana, Mancha de aceite. Esa novela graficada contiene experimentos visuales y material de archivo incorporado a la narración. Lo traigo a mención para señalar que había una fascinación por lo visual en Cesar Uribe Piedrahita ya en los años 30. Tal vez la misma que lo llevó a sufragar de su bolsillo la primera expedición para rodar un corto documental por el río Caquetá: Expedición al Caquetá. La visión del documentalista Piedrahita es aun primitivista. Se nota que no sabe qué hacer con ese lenguaje en potencia, solo está fascinado grabando las riberas del río. El lugar de enunciación es casi paródico: se habla del otro, de los otros, del indígena, con distanciamiento, en un intento de objetividad ingenua. El cine evolucionó y ya en El abrazo de la serpiente el otro actúa y habla. Y habla en su idioma y expresa sus ideas mitológicas y cosmológicas en el mismo plano de las ideas científicas, y representa, en lugar de ser representado (ver crítica Pedro Adrián Zuluaga a El abrazo de la serpiente). Es curioso que lo que omite Piedrahita en cine lo expone con claridad en la novela (de modo que no era un ingenuo):

“[]-¡qué hago yo! En la chorrera no me pagan y yo necesito aumentar la comisión en los “trabucos”. Casi no tengo indios… se mueren por racimos… ¡Vea! A los perros no hay que darles. Los mandé para otra casa onde tengo encerraos los enfermos y los presos. Allá guardé a las mujeres con sus guaguos pa que dejaran dormir… Se la pasan llorando esos criaturos… Mueren muchos… Cada día mando botar los muertos… ¿y yo que hago?
-¿Se te ha muerto algún perro?
-Todavía no… Yo digo que se mueren los criaturos.
-Andá, canónigo, y me traés los perritos a ver cómo es que están.
El “canónigo” fue un colombiano pero ya era menos que un idiota. Los caucheros del Napo lo castraron una noche en que se había emborrachado hasta caer en coma. Desde entonces arrastraba su existencia de eunuco en las agencias de peor reputación. Trajo a rastras los tres perros de Macedo. El amo contempló los animales flacos y debilitados por el hambre, y ordenó al eunuco que trajera dos de los chiquillos que tenían encerrados en la cárcel.
El gerente cogió uno de los niños moribundos, suspendido por los pies, y de un tajo cortó con su machete la cabeza… en seguida cortó en pedazos el cuerpo sacudido con espasmos convulsivos.”

Esa es la escena. Del niño no se dice más. Se desecha, como las sobras de un almuerzo agrio. Tampoco de los perros se dice más. Una mujer dice varias veces «Dios mío», «Virgen Santa». Y pasa la escena a otra. Son solo escenas con diálogos y brutalidad. Parece vieja, porque el autor trata de capturar el sonido de forma fonética con el alfabeto. Pero el espíritu de la historia no ha envejecido.  Toá es el nombre de la india que morirá. La violencia está en todo. Piedrahíta la ve en todo, como si fuera una ley de la naturaleza. En los peces. En las aguas de los raudales. En los árboles. La única diferencia en la relación de la cadena alimentaria y las controversias sangrientas del mundo animal es que el ser humano es el único depredador de seres humanos. Toá, significa en siona, «el fuego», denuncia.

Diario de los seres anónimos, Omar Ortiz [Editorial Mirada Malva]

El procedimiento de obituario biográfico explorado por Edgar Lee Masters en Antología de Spoon River es el antecedente directo que nutre este catálogo. Aquí, sin embargo, no funcionan esas entradas nominadas por personaje como epitafios. Omar Ortiz las organiza como una antología de vidas, de acontecimientos humanos, de circunstancias trágicas, de errores inflados, de equivocaciones irreparables, de meditaciones sobre el carácter y las pruebas vitales de los demás y de certezas vividas por algunos seres anónimos que no aparecen en las páginas de sociales, ni en las enciclopedias, o si aparecen solo son huellas, heterónimos, sujetos fantasmales. Las vidas de los que no parecen dignos de ser tomados en cuenta por la poesía, de los seres anónimos. Omar Ortiz ha conseguido un auténtico dossier de vidas ajenas que invitan a examinar la vida propia; reflexiones, voces y recuerdos ajenos que invitan a sopesar y examinar cada decisión que vamos dando en la vida antes de precipitarnos en el absurdo. La poesía es una iniciación a todo. O lo era, y esa vocación didáctica se ha perdido. Un vacío de la poesía actual es que no enseña a nada. Ni a dar una declaración de amor, ni a despedir a un muerto. Por eso los que buscamos consuelo en los versos, encontramos muy poco en la execrable subjetividad que ha contaminado todos los ámbitos de la literatura con la escritura de prácticamente todo el mundo. Muchos libros de poemas de hoy son de gente que se lamenta en verso, como en lo peor de la música popular: no diferencia el poeta entre argumentos y metáforas, los símiles son pobres porque las experiencias de viaje y sufrimiento son limitadas cuando no triviales; ni la poesía erótica da placer por el abuso de la descripción del coito y las funciones fisiológicas; ni la metafísica lleva a meditar sobre enigmas cotidianos porque las contemplaciones provienen del anecdotario personal de vidas limitadas, y los poetas más jóvenes creen que la muerte es el límite final del cuerpo. Este libro de madurez derrocha lecciones de sabiduría, observaciones vitales, advertencias para el alma y una comprensión de la muerte según las decisiones de la vida que amplía la pobreza y las limitaciones humanas. Este libro es un cristal en camino de convertirse en piedra.

B. Traven, por Omar Ortiz

Mi reto es con el tiempo.
Trabajo para que perdure el nombre de los
[muertos
Cuando mis manos no graban el testimonio de la
[piedra
Escribo historias, narraciones que hablan de lo
[efímero
Pero mi nombre siempre será un misterio.
Importa la obra de un hombre, no sus gestos,
Menos sus minucias,
Y no seré yo quien dé qué hacer a los críticos,
Ni riqueza a los biógrafos,
Por eso los confundo, dejo datos falsos,
Erróneas pistas, sombras chinas en un mundo de ídolos.
Basta mi lapidario oficio para celebrar mi sustento.

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