En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Instrucciones para borrar el pasado

El 30 de septiembre de 2018 apareció en Noticias Uno un video de TVE España en que se ve vivo a Alfonso Jacquin, segundo al mando del comando del M-19 que se tomó el Palacio de Justicia. Por 30 años, la versión judicial (tras la excarcelación de coroneles acabará por imponerse como versión oficial la versión judicial) sostuvo que murió en el último reducto que tomaron los militares, el baño del cuarto piso. Ahora lo vemos salir vivo y caminando con los pies quemados rodeado de militares y gente de la Cruz Roja. La prensa escrita ni la radio hicieron eco de la noticia. Los familiares de Jacquin habían recibido unos huesos confirmados por los forenses hace seis meses. Pero esos restos son de otra persona sin identificar.

Dos días después, el 3 de octubre, aparece otro video, archivo de Programar Televisión, donde figura el magistrado Julio César Andrade, saliendo vivo, con las manos en la nuca, entre militares. Titubea por un instante para dar el giro y el video se detiene en ampliadora de estudio de grabación para compararlo con una foto de la época. Durante 30 años los familiares honraron los restos que les fueron entregados como Andrade. Empujados por un sueño en que Andrade le decía a su hija que siguiera investigando, los restos fueron exhumados y reexaminados y arrojaron este resultado: los restos entregados correspondían a Héctor Jaime Beltrán, trabajador de la cafetería del Palacio de Justicia.

La metáfora del país que fuimos no es ya la de ese señor impávido que da de comer a las palomas mientras la retoma del palacio de justicia, sino la gente que es llevada por los militares a los cuartos de tortura más allá de donde está el tipo de las palomas. Ahora sabemos que también hay aparecidos desaparecidos y que hay familias que honraron los restos de otros y se conformaron con el relato oficial por 3 décadas y ahora también sabemos que, metafóricamente, todos somos el tipo de las palomas.

Es explicable que Alfonso Jacquin saliendo vivo entre militares no haga eco en la prensa, ya que hay un tabú que pesa sobre el dolor del «enemigo». Las nuevas desgarraduras que se le abren al pasado en estos días cambian todo el sentido de la justicia y del crimen y del archivo. De hecho, restituyen el pasado. Por eso los muertos dicen a los que no estamos conformes con el relato judicial: Sigan las huellas del oprobio.

Ricardo Piglia hace dar a su alter ego, Emilio Renzi, una conferencia sobre esto, en el tercer volumen del diario. Lo llama: Archivo Amnésico. Hay un pasado que no coincide con el pasado y proviene sin embargo del mismo archivo. Los mecanismos para la aceptación son los mecanismos del borrado, de la amnesia. Pero esa versión se convierte en pasado por el hecho de aceptarse. ¿Qué ocurre cuando hay una desgarradura en la camisa de ese pasado y aparece un indicio de un nuevo cuerpo del pasado? ¿Cuál es el verdadero pasado entonces? ¿Aquel donde Alfonso Jacquin anuncia que el presidente de la república se negó a pasar al teléfono al presidente de la corte y que cuando entren los militares a ese piso se mueren todos (junto a los rehenes), o aquel donde efectivamente los rehenes y guerrilleros mueren con el obús que impacta en el baño del cuarto piso o aquel donde Alfonso Jacquin está sentado recibiendo choques eléctricos de la picana militar? ¿Aquél donde Andrade es un montón de huesos quemados que yace entre las ruinas de un edificio humeante o aquel donde es interrogado a golpes hasta hacerle confesar lo que la pregunta afirma porque incluso la muerte es mejor que la tortura? ¿O aquel donde Jaime Beltrán se convierte en Andrade? ¿Es distinto lo que hemos aceptado como verdad a lo que en efecto es el pasado? ¿Lo que debemos aceptar es lo que se sabe del pasado en un momento dado? ¿Y si los aparecidos tienen doble? ¿Y si ese doble además tiene una sombra? ¿Y si hay sombra de la sombra?

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