En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Frances Ha y la mediocridad

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Frances Ha en Netflix. Cuando uno es joven y va a conquistar la gran ciudad, meca de la cultura, es un poco como Frances Ha: lo mueve la soberbia de la juventud. Entonces la ciudad te va humildificando. Te dice: no me importa que dances como los dioses, porque hay gente que lo ha hecho mejor antes y después de ti y también a ellos el capitalismo los ha destruido. ¿Qué estás dispuesto a hacer por danzar? Tampoco me importa tu esfuerzo. Menos tu juventud. El problema es entonces la ceguera del  sujeto: renunciamos a lo poco que podría ayudarnos a permanecer por conseguir lo que queremos a como de lugar. No nos conformamos. Sobre todo queremos tener antes que ser: queremos figurar, vivir en el mejor barrio para nuestros propósitos, queremos cosas, relaciones que funcionen, queremos a cualquier costo (la salud mental, inclusive) el triunfo social. Por suerte Frances Ha es también el triunfo de la frustración (fracaso social) y una reivindicación de la mediocridad (triunfo de la individualidad).

Viví 15 años de mi vida en Bogotá por el mismo ideal que lleva a Frances Ha de Sacramento a Nueva York. Yo también quería triunfar en la ciudad más grande que tenía en mi horizonte, pero una vez allí me movía en círculos de gente que intentaba salvarse del naufragio capitalista a su manera. La edad determinaba el estado de ese naufragio. Al menos en mi caso. Mientras más me acercaba a los treinta, más me esforzaba, es decir que más lazos cortaba, más rutinas creativas adquiría, menos ofertas de empleo me tentaban y más trabajaba en lo propio (una obra literaria). Muchos de los escritores jóvenes que conocí claudicaron cuando su obra no ganó el primer concurso al que se presentaban. Perdí la cuenta de cuántos concursos perdí, y de cuántos empleos desperdicié. Yo hubiera escrito aunque no me pagaran, y por años no me pagaron. Pero cometí un error de juventud: quería resolver la parte material, soñando que una vez solucionada, podría a continuación escribir mejor (y ahora que rememoro nunca escribí mejor que en ese tiempo, bajo esas condiciones, con esas estrecheces materiales). Pero yo quería: cosas, amistades, experiencias, un lugar para coleccionarlo todo. Me desgasté en intentar tener primero un lugar digno para vivir, un lugar digno para ejercer mi trabajo. Creía que el gran problema era de espacio y tiempo. Pero sobretodo, como Frances Ha, pero en masculino, quería el amor verdadero (que no fuera castrante y ayudara en la busca de lo absoluto). Quería un trabajo soñado (que no me quitara tiempo para lo creativo o que me permitiera ganar dinero con ello mismo). Pero nada parecía pasar a tiempo. La felicidad, los momentos de felicidad, duraban poco. Mientras tanto, en la casa de al lado, los amigos conseguían empleos, se hacían padres, encontraban algún lugar y parecía que su vida llegaba a una meta, pero la mía no llagaba a nada. Entonces llegué a los 29 y publiqué mi primer libro y sentí que ya no sería joven nunca más. Cada cosa que obtuve llegó siempre demasiado tarde y  a destiempo. Cuando aparecía el sitio para ejercer, el amor ya no funcionaba. Cuando acabó el amor llegó una suerte de triunfo creativo y empezaron a pagarme por lo que hacía, pero siempre había el vacío de buscar un nivel superior de lo que hacía y mejores pagos. Sería muy injusto que para poder crear, o tener un lenguaje, o hacer una vida artística hubiera que empezar por solucionar las condiciones materiales. La haces, lo intentas, aunque no haya nada solucionado. La haces porque el tiempo para aprender tu arte es cuando estás dispuesto a todo a cambio de nada, la juventud.

El sinsabor que me deja esta bella película a blanco y negro (muy Woody Allen y muy Truffaut) tiene que ver con el hecho de que hay un umbral de la juventud donde no sabes nada (del futuro) y tienes que arriesgarlo todo para llegar a un lugar que desconoces. Esa etapa no se va a perpetuar, a menos que te quedes para siempre en la misma edad (y a nadie le ocurre, salvo que se suicide y siga siendo joven en el recuerdo de los demás, una especie de síndrome Maiakovski). Pero la juventud caduca. Para algunos antes, o un poco después para otros, pero caduca. Con el tiempo no solo se transforma el cuerpo, la mente, las ideas se asientan, las posibilidades se acortan, tu interés decae. Un esfuerzo desproporcionado por obtener tus ideales de juventud no se verá reflejado en el resultado. Tal vez obtienes nada a cambio de todo. Tal vez la suerte no existe, y solo es una cadena de gente influyente la que hará que algo te pase y eso no depende de ti. Un día envejeces y dejas de buscar. La muerte de la curiosidad es la muerte de la creación. El viaje por el viaje, como el impulso que lleva a Frances Ha a París por dos días es un buen punto de partida para lo más difícil que hay: reinventarse la vida todos los días. Es como el viaje a Itaca del poema de Cavafis. Las velas se van apagando, pero lo mejor es no mirar atrás.

Frances Ha la tiene más difícil porque la danza (como el deporte) deshecha el cuerpo antes de acabar la juventud. Pero aun marchitándose, Frances Ha lo entiende de pronto con su apellido cortado en el indicador de nuevos arrendatarios. Entonces su vida, lo que soñó, empieza a cambiar y a adecuarse al tamaño de lo que tiene. La mediocridad es la única forma de vivir tranquilo, escribió Gabriel Zaid en su elogio de esa virtud desprestigiada.

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