En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Escribir, pintar

Caprichos, Omar García.

Omar García Caprichos (pequ)

Observo Los caprichos de cerca. Me inquietan algunos temas literarios, como la ruptura del arquetipo en una esfinge con cabeza de hombre y cuerpo de león, alas, y una mujer convertida en Edipo. Es inquietante también ese feto con un falo erecto enfrentando a un gran pez rodaballo “mi madre es un pez” (Faulkner, Panero, Jung). Me inquieta la muchacha que abraza La montaña mágica de Tomas Mann en un parque infantil. Me inquieta el dibujo en tinta china de José Asunción Silva pensando en la melodía del nocturno y en la disonancia de darse un tiro en el corazón, y la mujer con brazos de mantis que acaricia a un hombre con labios de insecto que intenta llegar a su vagina. Me inquieta el Señor K en Metrópolis, tinta china sobre papel y esa enigmática instalación de escritura y escultura donde logra el efecto de una multitud y la frase “un pueblo soñando no es un pueblo durmiendo” se convierte en un murmullo.

Más tarde, en la inauguración de sus Caprichos, en la sala Buriticá de Armenia, dirá: “Estas pinturas están hechas de alegrías, frustraciones, fantasías. La pintura es algo muy personal. Complejo. Tiene que ver con un exorcismo espiritual. La pintura se hace en soledad, en un estudio, como la literatura. Pero quiero que asistan a estas pinturas como un carnaval de fantasía, a ratos verán estas pinturas como una tapa de comic, como una banda de rock, una fumetic. También la podrán ver como unos dibujos, como caligrafías chinescas. Como danzas personales y primitivas. Fundamentalmente se trata de eso: de divertirse un poco con el arte.”

Vuelvo a recorrer la sala y trato de divertirme un poco con la expo. Pienso en esa reflexión que figura en Lo bello y lo triste, de Kawabata: ¿Cuál es la diferencia entre la modelo de un pintor y la modelo de un escritor? Para ser la modelo de un pintor, solo se necesita posar. Para ser la modelo de un escritor se necesitan más cosas, dice Kawabata. Omar García pinta y escribe. Pinta mujeres, pesadillas, mitos, trasiega por la caligrafía, por el muralismo, por Modigliani, por Delvaux, por Picasso, por Goya, por Stevenson, por Mann, por Kafka, por Sófocles. Pinta cuerpos en una sola línea y lanza trazos en tinta china y logra armonías y suavidades en tonos pastel como los buenos coloristas, pinta mujeres en la edad de las ninfas, en paños menores y desnudas, con pubis poblados y senos a punto de floración. Escribe una novela platónica y caicediana un tanto inconexa sobre una musa enferma (una cantante de rock pesado en decadencia). Usted pinta y escribe, le pregunto. Dice que sí y me explica que publicó esa novela, Metal-riff para una sirena varada en la colección de autores regionales. Ahora le planteo el dilema del escritor Oki en Lo bello y lo triste de Kawabata. Dice que la diferencia fundamental entre el escritor y el pintor es que el pintor puede vivir entre sus fantasmas. En cambio el escritor muere en ellos, con ellos, como hundiéndose en una gran trampa. Por lo demás, la soledad es la misma. Muchos de los grandes escritores han intentado pintar. Cita a Bretón, a Michaux, a Mishima. Luego se va a conversar con otros asistentes. Mientras, me quedo observando a un ministro parecido al Pancho Villa de Siqueiros y los fantasmas que lo rodean. Lo que has pintado, ya no te persigue, pienso.

Caprichos de Omar García en la sala Roberto Hernández Buriticá, Gobernación del Quindío, Mayo-junio 2016.

Comentarios