En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Crear o morir

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Las revoluciones que vendrán serán educativas, tecnológicas y de producción. Las revoluciones que vendrán ni siquiera las imaginamos: transformaciones de la oferta y la demanda con producción unipersonal -la revolución de las impresoras 3D por ejemplo-, la sistematización de la medicina, la robótica, los drones, la inteligencia artificial y el fin del aprendizaje por ciclos educativos (educación sin recintos), la web semántica y el internet de las cosas –interconexión de los aparatos con industria, reparación, suministros, sin intermediación humana-. Pero esos cambios sociales de prácticas y de pensamiento dependen de transformaciones políticas, y esas transformaciones no se han dado.

¿Las revoluciones que vendrán no serán de régimen político? Hacer un cambio en la industria del combustible y pasar a las energías limpias y renovables requiere de cambios políticos. La liberación de copyright libraría las barreras de acceso al conocimiento, pero su control político depende de las industrias que tienen el control económico del entretenimiento. La descentralización de las patentes sería una revolución médica, y la robotización de la medicina, pero seguirán muriendo millones de enfermedades curables a falta de procedimientos a los que nadie, salvo los que puedan pagar, tendrán acceso. El fin de las fronteras físicas y políticas entre países y la reducción del horario laboral serían cambios radicales en la movilidad de la humanidad, pero las políticas del primer mundo se oponen a la apertura de sus fronteras o vendrían oleadas de bárbaros a pedir el subsidio del desempleo de la sociedad de bienestar (dicen, en serio, y es broma). La migración solo será libre cuando haya déficit de fuerza laboral en los países ricos. El comercio exterior, el comercio industrial, se oponen a la mayoría de cambios mientras las fuerzas laborales de los países ricos no estén en crisis. Es más rentable tener unos pocos supermercados y unos pocos productores y unas cortas cadenas y unos cuantos productos importados por el TLC y mantener el neoliberalismo pujante. Es más rentable subir los estándares de la educación para privilegiar a unos pocos, garantizando así que no haya movilidad social. La educación libre y gratuita se pauperiza o se terceriza o se imparte como instrucción en mano de obra abaratada mientras las partidas del estado se transfieren a empresas privadas que administran las responsabilidades que el estado no va a asumir (en los países pobres).

Las revoluciones nunca son para todos. La revolución de la tecnología actual es para los que tuvieron acceso a la tecnología, por ejemplo (la tercera parte de la humanidad, no). Por eso el libro positivista de Andrés Oppenheimer está equivocado en su tesis central: América Latina es el patio trasero de Estados Unidos. Son ellos los que no necesitan genios aquí, ni legislaciones abiertas al uso libre de la información, ni autosuficiencia, ni energías limpias. Ellos, los poderosos del planeta, necesitan basuraleza (término acuñado por el académico de la lengua Antonio Muñoz Molina en franco reemplazo de «ecosistema») necesitan una despensa, un reservorio de agua y una fábrica esclavista. Es el orden del mundo que imponen. En ese orden del mundo los drones sirven para bombardear Siria y para la vigilancia planetaria, no para repartir pizzas.

Las revoluciones serán en espacios pequeños, en círculos y poblaciones donde cada miembro se conozca la cara. En individuos que cambian sus prácticas y aprovechan lo que tienen a mano para transformar sus vidas y la de su comunidad y su territorio y riquezas. Solo cambia el mundo si cambias tú mismo.  Lo mismo el capitalismo y el neoliberalismo; boicoteas el orden mundial si dejas de consumir, si dejas de cooperar, si dejas de comprarle al oligopolio, si dejas los agrotóxicos, si te sales del sistema de patentes y enseñas lo que sabes. Para eso necesitamos más sociólogos, filósofos y poetas y menos ingenieros, contrario a lo que piensa este embajador del banco mundial. Ni siquiera se plantea el efecto de ingenieros que estudien también filosofía y entiendan su sociedad antes de trabajar para una corporación norteamericana. ¿Qué revolución creativa podría venir en el lenguaje con el optimismo que predica O.? ¿Qué revoluciones vendrán en las artes? ¿Qué artes nuevas que no pasen por el mainstream de la industria serán posibles? ¿De qué creatividad habla O. si deja por fuera los sectores más creativos de la humanidad y trivializa su florecimiento con la migración a mecas culturales -que ya no existen-? El único caso de éxito latinoamericano que le llama la atención es el del chef peruano que logró crear una cadena de restaurantes o del mexicano en Silicon Valley. Lo creativo es para O. eso: lo que se masifica, lo que produce millones.

“Produce millones o muere”, podría ser un título más claro de su libro. El arte que no atrae plata, los millones (de personas) que no producen millones (de dólares), están (estamos) fuera de la revolución y del futuro. “Cuando se les pregunta a los peruanos hoy en día sobre los principales motivos que tienen para estar orgullosos de su país, la gastronomía ocupa el segundo lugar, después de Machu Picchu, y muy por encima de la cultura, el arte, los paisajes naturales y la historia.” Ese tipo de jerarquías donde hay cosas importantes (porque producen millones) y otras sin importancia en los estudios de caso del libro de feroz optimismo expresado en el título: Crear o morir. Una de los casos de creación que considera exitosa es Donald Trump, por ejemplo.

Crear o morir, de Andrés Oppenheimer 

Imagen: Banksy

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