Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695)

Una vida dedicada al claustro de un monasterio, interesada desde su infancia por descubrir los encantos de la lectura, Sor Juana cultivaría la lírica, el teatro y la prosa hasta consagrarse como una de las más elevadas figuras de la literatura en lengua española. Nació en un lugar conocido como La celda, y aunque poco se conoce sobre sus orígenes, parece que fue concebida de una relación extramatrimonial, y que esta condición de hija ilegítima la perseguiría como un vergonzoso estigma que procuró mantener oculto a lo largo de su vida. Su padre un militar español y su madre una criolla analfabeta, y aunque su influencia familiar más poderosa la tendría a través de su abuelo, y en especial de los libros que componían su biblioteca. Se aficionó por las lecturas y a muy temprana edad ya había logrado explorar a los más destacados autores de todas las épocas, incluyendo a los clásicos griegos y romanos y lo más relevante respecto a la teología del momento. Debido a que las mujeres no podían acceder a la educación universitaria, intentó persuadir a su madre para que la apoyara en la descabellada empresa de disfrazarse como un hombre para así poder matricularse en los vedados recintos del conocimiento. Existe un mito en el que se cuenta de una estudiante obsesiva que solía cortar pedazos de su pelo si no conseguía aprenderse la lección, pues no se convencía de que una cabeza estuviera cubierta de hermosura si en su interior no habitaban las ideas. Fue así como se dice que aprendió latín en tan solo una veintena de lecciones. En su adolescencia se trasladaría a Ciudad de México, donde integraría la corte real, apoyada por la virreina Leonor de Carreto, quien en adelante se convertiría en madrina protectora y mecenas de la prometedora poetisa. Este acogimiento por parte de los virreyes, quienes solían realizar tertulias a las que acudían filósofos, matemáticos, historiadores y toda clase de humanistas, sería determinante para que Juana se dedicara de lleno a ensanchar sus prodigios intelectuales y artísticos, componiendo sus primeros sonetos, poemas y elegías fúnebres que serían elogiadas por los comensales, hasta el punto de ganarse un lugar especial en dichas tertulias por su precocidad e inteligencia, siendo conocida por todos como “la muy querida de la virreina”. Decidida a no casarse, abandonaría la corte para entregarse por entero a la vida religiosa. Su primera tentativa fue a través de la Orden de las Carmelitas, y cuyas estrictas reglas terminarían menguando su salud hasta el punto de enfermarla, y por lo cual decidió ingresar a la Orden de San Jerónimo, donde la disciplina no era tan rigurosa y aparte contaba con un cuarto propio y la atención permanente de sirvientas. En su claustro se consagraría a escribir y a recibir visitas, y en contraprestación ella ofrecería sus servicios intelectuales, componiendo loas para la corte y comedias para espectáculos y los más sonados villancicos para los cánticos de las iglesias. Durante gran parte de su vida y sin pasar penurias pudo gozar del estudio de sus aficiones intelectuales y consagrarse al estudio, transformando su celda en un lugar más parecido a una biblioteca o a un laboratorio científico, y por el cual desfilaron los más ilustres cerebros de la época. Y a pesar de esta aparente vida solaz, en uno de sus escritos reclamaba aún más: “Vivir sola… no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”. Hacia 1690 sostendría una acalorada disputa teológica con un reconocido jesuita de la época, quien recomendaba a Sor Juana abandonar las “humanas letras” para dedicarse más bien a las composiciones divinas, provocando una airada reacción por parte de la monja, quien a través de su obra Respuesta a Sor Filotea de la Cruz manifiesta su enardecida proclama en defensa de su trabajo intelectual, y en donde hace un claro reclamo por los derechos de las mujeres a integrar el mundo de la educación, la cultura y el conocimiento. Hacia sus dos últimos años de vida Sor Juana experimentaría un cambio drástico en su personalidad, desertando definitivamente de sus intenciones poéticas y dedicándose de lleno a las labores religiosas. Sus protectores habían muerto, y las epidemias se propagaban por la población, amenazando con apestar a las religiosas que habitaban el monasterio de San Jerónimo. Algunos piensan que estos cambios se debieron a una experiencia mística y a una entrega religiosa que hasta el momento le había sido esquiva, mientras que otros advierten sobre una conspiración misógina que le prohibiría continuar con la publicación de sus escritos. En 1695 una epidemia asoló la capital mexicana, y la peste abrió sus puertas al convento: de cada diez religiosas enfermas, apenas una se salvaba. Sor Juana realizó labores de enfermería para encargarse de los cuidados de sus compañeras, contrayendo finalmente la peste, y despidiéndose de su claustro y de este mundo a la edad de los 43 años. No queda claro si sus libros e instrumentos musicales y científicos fueron donados, o si sencillamente fueron condenados al olvido. Sus pocas pertenencias, como una imagen de la Santísima Trinidad y un Niño Jesús, fueron entregadas a su familia. Actualmente sus restos reposan en el Centro Histórico de la Ciudad de México. En gran parte su obra está compuesta de textos líricos y poemas. Entre sus temas predilectos se destacan las decepciones amorosas, la exaltación de ciertos valores y virtudes, la preponderancia de la razón por encima de la belleza física, filosofías como el Carpe Diem, y el rol de la mujer como personaje autónomo y capaz de sobrellevar las riendas de su propio destino sin importar los avatares que se le cruzan en su andar. Enmarcado por un ambiente umbroso y sombrío y de difícil lectura, en sus versos solía emplear la figura del retruécano y los juegos de palabras, verbalizaba sustantivos y sustantivaba verbos, y se permitía otras libertades idiomáticas para dar con un estilo enérgico y preciso, elocuente, agudo, dinámico y sin imposiciones. Obsesiva y barroca, renueva la poesía, introduciendo ciertas innovaciones técnicas e imprimiéndole su genuino sello particular. Defendió la cultura indígena, y en sus historias son comunes los referentes míticos y la alusión a personajes clásicos y de su época. Según ella, el único texto que redactó por voluntad propia y no por mandato de otros, es su conocido poema Primero sueño, compuesto por novecientos setenta y cinco versos, y en donde pretendió abordar el ilimitado potencial del intelecto humano. A los personajes masculinos de sus obras los caracteriza la fuerza bruta, en tanto que la figura femenina personifica la belleza y la capacidad de amar, ejemplo de virtud, valor y firmeza, siendo una de las pioneras indiscutibles del movimiento moderno de liberación femenina en lengua española. Abogó así por la igualdad de los sexos, toda vez que desafiara e irrumpiera en los cánones convencionales de la literatura femenina: la mujer que se rebela por medio de la razón y el conocimiento científico ante las formas impuestas desde siempre por una cultura predominantemente machista. En su universo literario la mujer es reina y dueña de todas las cosas. “El conocimiento no sólo es lícito, sino muy provechoso”, resaltaba como una forma de alentar el estudio en los seres humanos sin interesar la distinción de su sexo. También compuso obras musicales y opúsculos filosóficos, pero parte de estos trabajos acabarían extraviándose por descuido o censura histórica. Entre sus escritos apenas se cuentan dieciséis poemas religiosos, en los que plantea una relación con Dios en términos más terrenales que espirituales, y que al final da muestra del poco interés religioso que Sor Juana experimentaría a lo largo de toda su vida. “Yo, la peor del mundo”, es su expresión más reconocida. Su obra ha servido de inspiración a muchos escritores e intelectuales posteriores. Hoy identificamos su rostro en los billetes de doscientos pesos mexicanos, siendo su figura y su trabajo uno de los más famosos, destacados y reconocidos emblemas de la cultura mexicana en todo el mundo.

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