Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Juana Azurduy (1780-1862)

Juana es un vínculo patriótico que une a los países de Bolivia y Argentina. Una luchadora, esa fue Juana de Azurduy. La estudiante que a los 17 años sería expulsada del prestigioso convento en el que era educada para ser monja, puesto que a ella le correspondían otros oficios y otros cargos, tal vez la responsabilidad de comandar las fuerzas rebeldes y emancipadoras que pudieran libertar a su pueblo del reinado español. Nació en Potosí, fruto de la unión entre un acaudalado hombre blanco y una chola de Chuquisaca. A los 25 años se unió en matrimonio a quien sería por siempre su leal compañero de batalla, Manuel Ascencio Padilla, y con quien protagonizaría peleas heroicas que bien merecen ser narradas a modo de epopeyas literarias. En 1809, y de la mano de su esposo, darían inicio a un periplo revolucionario que los llevaría a ser destacados con los más altos cargos militares y consagrarse como leyendas de la liberación de las repúblicas independientes de América. Comenzaron sumándose a la Revolución de Chuquisaca, en la cual se destituyó al presidente, y que apenas tendría un éxito parcial, ya que en menos de un año los realistas recuperarían el orden que habían mantenido desde siempre en la región. Dos años más tarde, después de haberse desatado la Revolución de Mayo en Buenos Aires, la pareja pasaría a integrar el Ejército Auxiliar del Norte, encargado de combatir a los españoles en el Alto Perú. Estas batallas fueron un continuo perder y ganar, en el que Juana iría cobrando relevancia dentro de las filas del ejército, ganándose con méritos un lugar de liderazgo entre las fuerzas revolucionarias. Empezaría a codearse con otras figuras protagonistas de la independencia americana, como es el caso de Juan José Castelli y Manuel Belgrano. Este último le otorgará su propia espada como una muestra de gratitud por su muestra de valor y coraje, y en adelante lo acompañaría en la defensa de Tarabuco, La Laguna y Pomabamba. En 1811 fue despojada de sus bienes y sus hijos fueron apresados; sin embargo, y en una de esas tantas aventuras que valieran contar una novela entera, su esposo acudió en su auxilio y acabó rescatando a su familia. Un año después, reintegrándose al ejército de independencia, y valiéndose de sus conocimientos del quechua y el español, Juana logró reclutar junto a su marido la nada despreciable suma de diez mil milicianos. Formó el Batallón Leales que participó en la Batalla de Ayohuma, y fue la encargada de comandar la denominada Republiqueta de La Laguna, con la que dieron guerra en las batallas disputadas en el departamento de Chuquisaca. En adelante, y tras varias derrotas militares, se dedicaría a un accionar guerrillero en el que obtuvo múltiples aciertos bélicos, como aquel asalto a las fuerzas del general español La Hera, en donde Juana y otros treinta jinetes -en su mayoría mujeres- recuperaron un arsenal de fusiles y se tomaron los estandartes de campaña de los ejércitos realistas. Años más tarde atacaría con éxito a las fuerzas españolas agrupadas sobre el cerro de Potosí, actuación que le valió la condecoración militar de teniente coronel, dictada nada menos que por el director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el señor Juan Martín de Pueyrredón. Después de esta distinción, el general Belgrano le concedería su sable a Juana como un gesto simbólico. Pero unos meses más tarde sería herida en batalla, y una vez más su marido acudiría a socorrerla, pero esta vez sin conseguir repetir los éxitos de su pasado victorioso. En esta ocasión, y aunque nuevamente conseguiría salvar a su amada, Manuel saldría herido de muerte. Juana luchó estando embarazada, y en esa misma lucha, principalmente a causa del hambre, perderían la vida esos hijos predestinados a la guerra. Ya sola, y al mando de unas fuerzas reducidas que lograran hacer frente a los realistas en el Perú, decide replegarse hacia el sur, para unírsele a Martín Miguel de Güemes, con quien lucharía hasta 1821, cuando finalmente muere el destacado militar, y es así como Juana Azurduy también pierdes sus rangos y cae en la miseria y el olvido. En sus últimas andanzas el libertador Bolívar pasó a visitarla, y avergonzado por las condiciones de indigencia en las que vivía una leyenda prócer de la causa independista, decidió honrarla otorgándole el grado de coronel y confiriéndole una pensión vitalicia. En un comunicado que escribe al mariscal Sucre, Bolívar confiesa que “este país no debería llamarse Bolívar en mi nombre, sino Padilla o Azurduy, porque son ellos los que lo hicieron libre”. Tras la visita del libertador, su amada Manuela Sáenz aprovecha para enviarle una misiva a Juana, en la que destaca sus labores en la disputa que se fraguó en todos los horizontes del continente, y cómo su lucha y la de su esposo será recordada como el mito fantástico del “caudillo y la amazona”. Años más tarde el mismo Sucre, elegido presidente de Bolivia, incrementó el monto de la pensión que le fuera otorgada a Juana -la cual para ese entonces apenas alcanzaba para comer-, pero unos años más tarde las nuevas políticas acabarían quitándole estos derechos honoríficos y sumiéndola en la penuria total. Juana se vería condenada a la extrema pobreza, y en varias peticiones que hace al gobierno, confiesa su penosa suerte y hace una exposición de sus desgracias, solicitando a los distintos gobiernos que se le restituyan sus bienes confiscados o que en el peor de los casos se apiaden para que no corra la misma desgracia de sus hijos y también ella acabe muriendo de hambre. Finalmente, y luego de un trasegar ignominioso, Juana Azurduy muere a los 82 años, sumergida en la más lamentable miseria. Pero la historia ha comenzado a reclamar su nombre y a conocer su lucha, y luego de un siglo de que hubiera sido enterrada en una fosa común, sus restos fueron exhumados para ser depositados en un mausoleo que se le erigió como un homenaje. En Argentina le han rendido múltiples honores y condecoraciones póstumas. Durante su mandato, Cristina Fernández ascendió post-mortem a Juana al grado de generala del Ejército Argentino, además de que su imagen adorna el “Salón Mujeres Argentinas” de la Casa Rosada, y es el rostro insigne del billete de veinte pesos, y en años recientes se inauguró su presencia esculpida en una estatua de bronce de 16 metros de altura y de 25 toneladas de peso que hoy decora una de las plazas principales de Buenos Aires. En Bolivia el Bono Juana Azurduy es el nombre que se le dio a la asistencia económica que reciben las mujeres durante el embarazo, y el Senado le ha rendido los honores póstumos de elevarla del grado de mariscala, declarándola “Libertadora de Bolivia”. Junto a Evo Morales, Cristina Fernández firmó un tratado entre naciones que instituye el onomástico de esta prócer como el “Día de la Confraternidad Argentina-Boliviana”. En los años recientes su historia de leyenda ha inspirado obras teatrales, novelas y películas. Cada vez su nombre cobra mayor protagonismo, y la mujer que fuera olvidada en el abandono absoluto recupera el lugar que merece en la historia, que es el de la incansable luchadora por las conquistas de la libertad.

Juana Azurduy

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