El último pasillo

Publicado el laurgar

Prejuicios literarios

Imagen tomada de aquí: http://bit.ly/cck97U
Imagen tomada de aquí: http://bit.ly/cck97U

Voy a hablar de los prejuicios literarios, y voy a hablar desde un prejuicio que adquirí hace poco. Sí, así de cínica.

Primero, debo decir que el Diccionario RAE asigna a la palabra “prejuicio” esta acepción: Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal. Y sí, de eso se trata en el prejuicio en la literatura: de hablar por hablar, sin haber leído, o habiendo leído con la predisposición atravesada en la mollera.

Pero antes mi prejuicio: los estudiantes de literatura. Qué críticos ni qué ocho cuartos. Denle un poquito de vitrina a un estudiante de literatura y se pone a la altura del crítico más malo que hayan leído. Sí, sí, sé lo que me dirán: que cómo me atrevo, que con qué derecho, que mire mi curriculum, que yo también estudié literatura, que no todos son así, que no generalice…

No, no generalizo, porque espero que no todos sean así, espero conocer pronto a ese estudiante de literatura que no viene con su Evangelio bajo el brazo. Y –nunca pensé que fuera a decir esto– afortunadamente dejé de estudiar literatura. El estudiante de literatura promedio lleva un prepotonto en su corazón, un pequeño puritano. Tiene, en su corazón, intenciones de dictador aunque su posición política no sea precisamente la del facho. Él tal vez no se da cuenta, pero uno, que hace rato ya pasó por esa etapa en la que sólo quería cambiar al mundo y emprendía cruzadas para tal fin, puede percibir con desencanto a ese jovenzuelo que se comió las ínfulas antes de hacer méritos para olerlas siquiera.

Como me cansé de pelear con cada uno de los que me escribe, todos los días, preguntándome las mismas pendejadas de siempre y con la misma prepotencia de siempre, mejor escribo esto. No es de ayer, es de hace años. Desde cuando yo no tenía un blog inserto en ningún diario online, cuando tan sólo tenía la paginita del wordpress, a secas, a la que con suerte llegaban cien lectores diarios, y eso. Desde ese entonces, digo, todos los días me escribe un estudiante de literatura para preguntarme por qué entrevisté a fulano si es malo, porque su literatura es basura que se vende mucho. También me escriben los decepcionados de mí: venía leyendo tu blog, todo iba tan bien hasta que dijiste que te gustó  tal libro, esa basura que se vendió tanto…

Sí, porque para el estudiante de literatura un libro es malo si vende mucho, y el autor es una prostituta que se vende al mejor postor si va a firmar libros a una feria del libro, o da una conferencia, o una charla. Para el estudiante de literatura promedio, el mejor escritor no es aquel que escribe bien, venda mucho o poco, sino el que se publicita menos, el que va y se esconde en una isla y mete la cabeza en la tierra, como los avestruces.

Me dirán que de dónde saco yo todo esto,  y yo les digo: mi fortuna económica sería bastante apreciable si me pagaran un dólar por cada correo en el que su remitente se presenta como estudiante de literatura para, acto seguido, reprocharme que entrevisté a Daniel Samper Ospina, o que me gustó un libro de Jorge Franco, o que me gustó El olvido que seremos, cuyo autor es Héctor Abad, mi vecino por estos pagos.

Todos los que me han escrito, sin excepción, me hablan de la triste ignorancia en la que se ha sumido la humanidad, que de un tiempo para acá prefiere leer a Coelho. Sí, yo también lamento que las cifras de venta de los libros de Coelho superen con creces a tantos libros buenos que se publican anualmente, pero para lamentar eso, para llegar a detestar la escritura de Coelho, tuve que leerlo primero, y aquí vuelvo a nombrar a Héctor, porque él escribió un excelente ensayo publicado en El Malpensante, Por qué es tan malo Paulo Coelho, que les sugiero leer, porque para sentarse a escribir en contra de Coelho, Héctor primero se sentó a leerlo atentamente.

Y es ahí donde tropezamos los estudiantes de literatura y yo, es ahí donde nace el prejuicio literario de ellos y en donde murió hace rato el mío.

Alguna vez quise, como dije antes, cambiar el mundo. También evangelicé por mucho tiempo a quien quisiera dejarse evangelizar, sobre la importancia de llevar bajo el brazo a Marguerite Yourcenar, y no a Isabel Allende, pero asimismo entendí –creo que a tiempo– lo pretencioso que es eso, y lo ridículo que uno se ve diciéndole a la humanidad: Pero mírense, qué asco, ustedes leyendo a Coelho y yo, que soy más fino y elegante, leo a Stendhal. Y así es precisamente como se ven los estudiantes de literatura con los que me tropiezo cada dos por tres: ridículos.

El prejuicio literario, amigo estudiante de literatura, es el amigo íntimo de la prepotencia, se mimetiza con ella e impide ver lo más importante que ofrece un buen libro: el placer inmenso de leerlo, sin importar quién lo escribió, ni cuántos lo compraron. No es fácil. Pero no va a nacer de nuevo un Borges, y Flaubert, para desgracia de muchos lectores, no reencarnó en ninguna de las siguientes generaciones de escritores franceses. Entonces lo mejor es leer por separado, sin raseros, sin comparaciones injustas que le exijan de antemano a un escritor colombiano nacido en 1975, por ejemplo, que sea el nuevo García Márquez (la comparación más usual), porque eso no va a suceder.

Fui estudiante de literatura, y esa carrera, bella pero difícil, no forma a un escritor, no se hagan ilusiones. El verdadero talento del escritor está en su culo –y me perdonan la expresión–, porque siempre está sentado, escribiendo, tachando y volviendo a escribir, pero también leyendo y leyendo y volviendo a leer, y en el camino muchos hasta logran superar sus prejuicios.

Les dejo un ejemplo final, bonito: hace poco me sorprendió gratamente la reseña que hizo Camilo Jiménez, un comentarista de libros muy estricto y exigente, sobre la novela de Mauricio Vargas El Mariscal que vivió de prisa. No he leído la novela y por lo tanto no sé si coincido con Camilo en sus apreciaciones, lo que sí tengo claro es qué tipo de lectora quiero ser: una que pueda disfrutar y pensar los libros como ladrillos de papel muy útiles a la hora de construir castillos en el aire.

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