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Por una sola noche

noche

Por: Luisa Fernanda Tibanta

Encadenada a las noches de música, en tiempo y melodía perfecta.
En esta soledad mutable -de pasajeros y viajeros, de ausencia y recuerdos-  
me enlacé en la ola sonora nocturna, la que me conecta a una noche de recuerdo eterno donde la ausencia de luz me permite verlo.

Él está ahí, ausente de todos, hecho espacio y transformado en tiempo.
Yo solo tengo una noche y una vibración emergente a la mía, tan clara y volátil que al salir el sol se opaca y se oculta nuevamente.

Pues quise ver su brillo una vez más, quise desafiar su ser de fuego, su aire de música que vibra en la tierra, pero cerca de él, no me esperaba nada más que un descontrol de mi deseo y el placer de aventurarme a él.

Aquí estoy bailando sola, enlazando ritmos de tiempo en el espacio de otros. Salivo mis labios, miro su sombra paralela a la mía, cautivo sus pasos, pasos efímeros que en pocas horas perderán camino.

(Si tuviese mente en esos momentos buscaría una disculpa y le pediría un beso, “la disculpa de un simple beso”)

Riesgo para la carne mía de quedar atada a su estatua obligada que olvida sus límites y palabras envejecidas que alguna vez cruzamos.

Porque yo tuve una noche y siete horas para complacer mi baile: movimiento que se acercaba a la canción final, melodía que se completa con su ausencia.

A nuestras sombras las empañó el mutismo que primó entre nosotros, no era necesario hablar, había ruido y eso bastaba. Mi ausencia ya no dice nada porque ni el silencio la escucha. La música cubre mi espacio y su tiempo se encarga de crear nuevas pistas para el olvido.

Él es la canción, él está donde lo compone la melodía, él es la vibración de tiempo armonioso y en un espacio que se llena de música, solo obtengo su eco haciéndome saber que solo en las noches de ruido es donde lo puedo ver. Él es como ese fantasma que en vez de dar miedo produce obsesión.

Faltan pocas horas para amanecer, la gente se ausenta, se quiere iluminar la música, el espacio y nosotros; estamos hechos de oscuridad dentro de nosotros pero cuando la luz nos acoge ¡Qué melodiosa luz la que danza afuera!

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