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Tres vocablos para una hoja en blanco

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Por: Andrés Nanclares Arang

«Échate sobre tus hombros la hoz que ciega las espinas de la risa. Permite que crezca entre tus dientes la lama aceitosa de tus antepasados. Cubre tu cabeza con el gorro frigio de los vociferantes. Seca con tu lengua las lágrimas bermejas de los soldados y recoge del fango con tus dedos la sangre amarilla de los generales. Encógete en la tela de araña de tu demencia y no te opongas a que caigan sobre ti las salpicaduras de las negras luces de la noche».

«Cubierto por la adusta espesura de la niebla, el corazón emponzoñado de mis sílabas. Sobre la carnadura el vocablo, ensombreciéndolo, la estela del ausente espíritu del huracán. En la urna de la frase, apagada, la tartamuda voz de la poesía. Quizás en el exilio del silencio, pueda el hueso, alumbrándome, silbar mi canción. Quizás sea allí donde la sangre, insumisa, lave el polvoso traje de la muerte».

«Sé qué mi lugar de bienaventuranza es hostil a los hombres. De su aire enturbiado por la vergüenza huyen chorreando asco los aguamaniles de vino y leche. Mi flauta de hueso, obstinada, no cesa de sonar en sus malhumorados recodos. Cuando el crepúsculo y el alba se juntan, las notas de mi flauta se coronan de flores».

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