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Trece catilinarias contra Santander

Francisco de Paula Santander
Francisco de Paula Santander


Andrés Nanclares Arango *

A finales de 1837, Francisco de Paula Santander publicó sus Apuntamientos para las memorias sobre Colombia y la Nueva Granada. En este folleto, que vendió a cuatro reales, el vicepresidente de la Nueva Granada defiende su honor y sus actuaciones públicas. Desde el principio del texto, fija los objetivos que se ha propuesto al escribirlo:

“Yo he debido, y debo experimentar todavía, las amargas censuras y concentrados rencores de los que he combatido como enemigos de la causa de la Independencia; de los que se chasquearon de no haber podido plantear el gobierno vitalicio y monárquico con la Constitución boliviana; de los que han sentido el peso de la vigilancia  y firmeza con que desbaraté las conspiraciones de 1833 y 34 contra el gobierno y dejé obrar la acción de la ley penal aplicada por los tribunales; y de los que han fundado su poder y su patrimonio en odiosos privilegios y groseros errores y preocupaciones. Todos los comprendidos en las cuatro clases indicadas, han estado y estarán continuamente prontos a emplear sus plumas y sus lenguas, no tanto para juzgarme con razonable criterio como para zaherirme y calumniarme”.

La réplica al contenido de este escrito fue inmediata. Entre el 7 de diciembre de 1837 y el 13 de septiembre de 1838, Santander recibió en su casa, con un intervalo de ocho días, una carta anónima, hasta completar trece. Estaban firmadas por “Los sin-cuenta”. El propósito de esas misivas, según se anticipó en la primera, era “probar con hechos” la falsedad de lo expresado en los Apuntamientos.

Esas cartas, que forman parte de una “Miscelánea de cuadernos” distinguida con el N° 454 del Fondo Pineda, se hallan en la Biblioteca Nacional. Ciento sesenta y tres (163) años después, el 20 de mayo de 2000, el doctor Vicente Pérez Silva, historiador y cervantista de renombre, las hizo públicas, en edición limitada, bajo el título de “Cartas contra Santander”.

No son muchas, por tanto, las personas que han tenido acceso a estos  documentos. En principio, Santander pensó que quien se ocultaba bajo el seudónimo de “Los sin-cuenta” era el presidente José Ignacio de Márquez, a quien él había atacado. Posteriormente, quedó claro que su autor era el abogado Eladio Urisarri, conocido detractor de Santander, y de quien éste, en uno de sus escritos, había dicho: “A Urisarri lo ha enfermado el papel. Ojalá se muriera. Tendríamos un godo menos y un descanso más”.

PRIMERA CARTA:

El estilo epistolar de Eladio Urisarri, de acentuada  virulencia, es demoledor. En la primera carta, arremete contra la presunción y la egolatría de Santander. Cualquier persona, dice Urisarri, si comprara a Santander por lo que vale y lo vendiera por lo que él se estima, podría hacer el negocio de su vida. Es que sólo don Pacho, en el colmo de su elación y su enfatuamiento, puede compararse a Napoleón, a Washington y a Bolívar.  Quien así actúa, tiene que haber perdido el juicio, termina Urisarri, antes de lanzarle el siguiente dardo:

“Si damos crédito a usted, es usted el más valiente, el más generoso, el más humano y el más sabio, el más honrado y el más patriota de los mortales; el grande entre los nacidos, el varón sin mancha, el héroe sin segundo, el hombre privilegiado sin el cual estaríamos sumergidos en el abatimiento y en la nada. Todos los granadinos deben posternarse ante usted y erigirle altares como a su dios tutelar, porque si usted les retira su brazo omnipotente se desploma el edificio, cae la casa, o por lo menos se queda sin techar”.

SEGUNDA CARTA:

En opinión de “Los sin-cuenta”, Santander es un ser devorado por el rencor, la ambición, la envidia y la venganza. Así todos los periódicos del mundo dijeran que es un hombre de nobles pasiones y exento de doblez, el autor de estas cartas no le creería. Aceptar la pureza y la veracidad de Santander, sería como admitir la pudicia de Mesalina y la humanidad de Nerón. Así describe el autor su carácter ambicioso:

“Usted desea y trabaja por hacerse necesario, se desvela por desacreditar la presente administración (la de José Ignacio de Márquez), para que se crea que la suya fue buena y que usted es el único que puede mandar bien el país…; quiere tener influencia en el gabinete y como no lo logra clama y se desgañita contra todos los actos del Ejecutivo…; desea que para el próximo período constitucional se le elija presidente, o acaso algo más, porque lo que usted detesta en otros lo quiere para sí. Este es el carácter de la ambición”.

TERCERA CARTA:

A juicio de Urisarri, Santander era un intrigante y un cobarde. Pero, además, era pretencioso. Cuando terminó la escaramuza de La Grita, una operación militar insignificante, se creyó superior a Jenofonte. La verdad, dice, es que era muy valiente para huir del campo de batalla. Quienes por intrigas lo nombraron jefe del Ejército, lo destituyeron ignominiosamente cuando lo conocieron a fondo. De la siguiente manera, el abogado Urisarri se dirige a él en esta carta:

“¿Cuáles fueron los hechos de armas de usted? Haber, por su impericia y por su cobardía, sacrificado una lúcida columna, dejándola empeñada en el combate en la parte declive del Llano de Carrillo, que quedó sembrada de cadáveres, mientras su jefe con anticipación puso pies en polvorosa y se fue a esperar a longue la noticia del éxito de la acción. Haberse quedado en país natal mientras que los bravos y los valientes rendían o exponían sus vidas en las calles de esta ciudad. Tener en inacción la tropa en Ocaña, contra las órdenes del gobierno, por estar entregado a los placeres de una vida holgazana, mientras que los españoles adelantaban terreno y tomaban los puntos importantes que usted no quiso defender. Observaremos también que usted, según sus propios Apuntamientos, siempre quedaba a la retaguardia, como aquellos oficiales que sólo sirven para cuidar los equipajes”.

CUARTA CARTA:

Santander fue cómplice de la malversación escandalosa de los bienes y víveres que Bolívar ordenó repartir entre los militares que habían servido en la campaña de 1816 y 1819. Bolívar quería que ellos tuvieran un capital para su manutención a la hora de separarse del servicio.  Pero Santander dilapidó esos bienes y dejó podrir los víveres en los depósitos de los pueblos. A muchos les dio haber militar sin corresponderles. A otros, si no gozaban de su simpatía, les negaba la adjudicación. Esto dice Urisarri:

“Cuando entró en esta ciudad el ejército libertador, encontró un rico y copioso botín. En medio de la sorpresa, emigraron muchos dejando todos sus intereses porque no tuvieron tiempo para salvar nada. Dinero, alhajas de valor, cuantiosos almacenes de ropas y efectos valiosos, todo quedó abandonado. Bolívar dio la orden para que todo se secuestrase, y el secuestro se hizo con el más grande desorden… Así fue que a los pocos días aparecieron a ciencia y paciencia de usted, señor gobernador y vicepresidente, de ricos comerciantes hombres que antes no tenían segunda camisa, de gruesos capitalistas los que anteriormente no tenían con qué almorzar.. Los equipajes que se cogieron fueron de los que se los quiso apropiar, sin que usted tomase provisiones para evitar este despilfarro”.

QUINTA CARTA:

En esta carta, Urisarri enumera varias acciones despóticas de Santander: hizo apalear a un carpintero porque le dijo que no podía hacer unas cajas en el corto tiempo que pedía; hizo atar a un poste y azotar a un muchacho de diez años porque no dijo quién había puesto un pasquín; amenazó con cortarle una mano a Luis Azuola porque en un oficio suyo subrayó una palabra; amenazó al Tribunal de Justicia con el destierro porque no obraba según sus deseos. Retomando sus propias palabras, su detractor le dice lo siguiente:

“Desde que se encargó de la vicepresidencia de Cundinamarca, dejó usted conocer su orgullo y carácter despótico y arbitrario. Desde entonces, según lo hizo notar un cuaderno publicado en Venezuela con el título Al mundo, usted echó las bases de un gobierno esencialmente militar. Como usted lo confiesa en sus Apuntamientos, usted no tenía más ley que su voluntad; esa voluntad, movida por las fuertes pasiones de usted, no reconocía los límites que a los déspotas fija la razón”.

Pero, adicionalmente, valido de esta cita de Bolívar, lo tilda de ingrato:

“¿Quién es Santander? –preguntaba en una ocasión Simón Bolívar-. Un miserable a quien yo saqué de la abyección y de la nada. Sin mí, él habría estado despreciado (…); sin mí él no habría tenido ascensos en el Ejército, porque no los merecía; y sin mí él estaría pobre como nació; pero el infame, el ingrato, me persigue; este canalla abusa de mis beneficios para emplearlos contra su benefactor”.

SEXTA CARTA:

Con base en el artículo 128 de la Constitución Nacional, según Urisarri, Santander dictó decretos en todos los frentes de la administración. Impuso penas de muerte y de destierro. Pero, además, mostró su faceta de peculador. Consiguió un empréstito y lo gastó en cosas inútiles, en lugar de darles impulso a la agricultura y a las artes. El empréstito se volvió humo. Con él protegió a sus favoritos y mandó girar letras a favor de sus parientes. Ese préstamo de Inglaterra, según el autor de las cartas, todavía lo está padeciendo el país. Veamos lo que dice:

“La consecuencia de ese desarreglo, de ese descuido, de esa falta de administración, fue el ominoso empréstito de 1823; empréstito que es un verdadero cáncer social. La República gime bajo el peso de una deuda exorbitante, y cuando hoy los pueblos podían estar aliviados en sus contribuciones, tienen que  trabajar para pagar los intereses de una deuda que lejos de disminuirse va creciendo por momentos. Más de trecientos mil pesos deben salir anualmente para Londres, y todavía no se alcanzarán a pagar los intereses; el pueblo se priva de esa crecida suma y el mal queda en pie. ¿Y esto a quién se debe? A usted y sólo a usted. Estos son los bienes que usted ha hecho a la Nueva Granada; estos son los veintiocho años de de servicio”.

SÉPTIMA CARTA:

Santander bien lo sabía: quien tiene espíritu monárquico, pero quiere ocultarlo, debe engañar primero por medio del verbo y luego granjearse, mediante la lisonja y los favores, el respaldo de las fuerzas militares. Para lo primero, no le faltó la elocuencia; para lo segundo, fue suficiente su “alma disimulada”. Esta fue la forma de acariciar su idea de perpetuarse en el poder. Así se lo dice Urisarri:

“La prodigalidad con que usted confería grados militares, recargando inútilmente los gastos públicos, el empeño que tenía en dar ascensos a los que lo adulaban, aumentó la lista militar en tales términos, que al ver la oficialidad de Colombia se habría creído que tenía un Ejército superior al de Napoleón. Hubo tiempo en que sólo en esta capital hubo más oficiales que soldados, y en toda la República más generales y coroneles que compañías. Usted lograba con esto militarizar el país, ensanchando la base de su autoridad militar y hacerse partidarios para sostenerse siempre en el mando”.

OCTAVA CARTA:

Para Urisarri, Santander es el Gran Hipócrita. A pesar de haberle dado indicaciones a Bolívar sobre la manera de ejercer el poder arbitrariamente sin suprimir la Constitución, se presentó al pueblo como disgustado por la forma como Bolívar había mandado. Si él mismo lo había asesorado para que hiciera uso del artículo 128, no tiene presentación honorable denigrar de Bolívar por haber actuado como lo hizo. El siguiente párrafo, describe a las claras esta manera de proceder:

“Cuando Bolívar entró en esta ciudad y se encargó del poder ejecutivo, quiso con un rasgo de pluma suspender la Constitución  y revestirse de todo el poder discrecional que juzgaba necesario en la crisis en que la República se encontraba; pero usted le manifestó que semejante paso disgustaría a los liberales y, hábil en este arte desgraciado de engañar a los pueblos con palabras, le sugirió la idea de no hablar de suspensión de Constitución y usar de la plenitud del poder de la manera que quisiese. Bolívar se sorprendió de esta indicación porque no creía que en Colombia pudiera ejercerse una tiranía constitucional; mas usted le descifró el enigma leyéndole el artículo 128, de cuya disposición él no tenía noticia. Fue la consecuencia de las sugestiones de usted que Bolívar investido de una autoridad discrecional por virtud del artículo 128, comenzó a expedir decretos, muchos de ellos redactados por usted, derogando leyes, suspendiendo otras y dictando varias…”

NOVENA CARTA:

Antes de 1835 Santander decía, siempre sin embozo, que la República debía mucho al señor Márquez, que su administración había sido excelente. Pero un año después, en 1836, en sus Apuntamientos, expresó todo lo contrario. Dijo que nada había hecho Márquez y que él, Santander, todo lo había encontrado en estado de creación. Apoyado en esta doble postura, Urisarri le pregunta lo siguiente:

DÉCIMA CARTA:

Era vox populi por aquellos días, dice Urisarri, que Santander había mandado asesinar a José Sardá y a Mariano París y que había sido el gestor de la conspiración contra Bolívar. En esta carta, de manera expresa, le atribuye estos graves delitos, en razón de que expidió la orden contra el tenor de leyes claras y terminantes. Pero, adicionalmente, lo acusa de interferir, mediante insultos al ministro del Tribunal de Justicia, presiones sobre los testigos y halagos al juez de primera instancia, en el funcionamiento de la administración de justicia. Así lo expresa:

“El acto, pues (el asesinato de José Sardá) fue ordenado por usted como particular y en consecuencia no fue en virtud de mandato de autoridad pública. Pero aunque la orden se hubiese expedido por usted como ejecutivo, usted no podía ejercer más facultades que las que la Constitución o la ley le hubieran delegado expresamente, ¿y cuál es la ley, cuál el artículo constitucional que diera a usted semejante facultad? Son los juzgados y tribunales los que tienen la facultad de juzgar y hacer que se ejecute lo juzgado: el poder ejecutivo sólo tiene la de cuidar que las sentencias se cumplan y ejecuten, pero no hacerlas cumplir o ejecutar”.

LAS TRES ÚLTIMAS CARTAS:

Nada tiene de raro que Santander tenga una gran fortuna, después de haber explotado la República mediante la violación de la Constitución en su propio favor y a través del asesinato de sus críticos y de haber cometido múltiples yerros que comprometen el honor nacional. Los gajes que él tuvo, dice Urisarri, no son los mismos que mantuvieron en una pobreza honrosa a los empleados que sirvieron a la patria sin hacer uso de sus uñas largas. En estas tres últimas cartas, el autor presenta una visión de la forma como Santander, abusando de la confianza de El Libertador, hizo uso del poder para enriquecerse. Para hacernos a una idea de lo sucedido, son básicos estos tres apartes de las últimas comunicaciones de “Los sin-cuenta”:

“Dice usted que ninguna recompensa le ha sido dada por privilegio especial, y nos admira semejante descaro. Es necesario no tener vergüenza para estampar tales expresiones. El haber militar que correspondía a usted como general de brigada, que era su grado, el 15 de febrero de 1819, fue de quince mil pesos; usted recibió una hacienda, cuyo terreno sólo valía más de treinta mil, y una casa que no valía menos de nueve mil; y el excedente de veinticuatro mil, ¿no fue privilegio especial? ¿Se daban a todos las fincas que pedían, aunque excediesen en mucho del duplo del haber que les asignó la ley? Si esos veinticuatro mil pesos excedentes a su haber militar  no los recibió usted como recompensa por privilegio especial, forzoso será que los devuelva porque no estaban comprendidos en su haber legal. Estas son cuentas de números a ellas no se responde con parola”.

Uno de la decimosegunda carta:

“Por lo demás, los bienes que usted posee no son prueba de sus servicios, sino de que ha esquilmado a la patria. Muchos que la han servido con honor y desinterés se glorían hoy de estar pobres, y usted, que la ha manchado con crímenes, que la ha cargado con una deuda exorbitante, que la ha abatido, que no ha buscado sino su bienestar individual, que nada ha hecho para merecer tan grande fortuna, está rico y se gloría de estarlo”.

Y, finalmente, uno de la decimotercera misiva:

“Usted ha perdido desde luego la chaveta pensando en la presidencia del tercer período constitucional. Para haber conseguido este fin, era necesario que usted hubiese observado una conducta pacífica y conciliadora, que calmase los numerosos enemigos que usted se ha formado por sus impertinencias y su prurito de escribir sin un sistema determinado; era preciso que usted no hubiera estado al frente de una oposición apasionada y maldiciente; era indispensable que usted hubiera abjurado de esas ideas de predominio y de servilismo que a cada instante resaltan y chocan en sus escritos. Pero hoy usted no ofrece garantías ni a los particulares ni a la nación; para ésta, su persona es una amenaza perpetua, y para los otros el objeto de su animadversión. Por más que lo pretendan usted y sus satélites, usted no se parece a Páez ni a Flórez sino a sí mismo; porque así como en el tirano de los reyes se encontraban las cualidades más contradictorias del heroísmo, en usted se hallan epilogados los signos más opuestos de todo lo malo, inicuo y detestable, o a lo menos usted hace los mayores esfuerzos para merecer estos requiebros”.

Si lo dicho por Eladio Urisarri corresponde a la verdad, triste es reconocer que en 200 años de historia republicana, no hemos hecho otra cosa que recorrer la ruta equivocada. De las dos semillas que hay en el origen de nuestra nacionalidad, sólo una, la de Santander, ha germinado entre nosotros. Esa semilla ha sido nuestro espejo y su fruto nuestra carta de navegación. De creerle a Fernando González, el atravesado de “Otraparte” -quien escribió su “Santander” sin conocer las cartas de “Los sin-cuenta”-, nuestra siquis republicana quedó marcada a fuego blanco por la de Santander, falso héroe nacional. El espíritu de Bolívar, héroe universal, no germinó aquí. Nos quedamos dando vueltas alrededor de las elecciones, los compadrazgos, las intrigas, las tramoyas y las suspicacias, que era lo que atraía a Francisco de Paula. Nuestra condena nos ha obligado a convivir con una gran masa de compatriotas de “intenciones subterráneas”. En ellos, en el más encopetado y en el roto y en el descocido, se agazapa un hombre encubierto, frío, duro, calculador. Un santandercito. La mayoría, como el hombre de las leyes, repele la confianza y la familiaridad. La mayoría, como él, simula y enreda. La mayoría, como él, traiciona y habla de amor a la patria. La mayoría, como él, manda matar a quien le estorba para lograr sus fines y luego se “come las pruebas”.  La mayoría, como el Rábula Mayor, reacciona por envidia porque no acepta a nadie más exitoso que él. La mayoría, como él, viola la ley, acomoda la Constitución a su gusto y niega hasta las evidencias. La mayoría, como él, posa de liberal y actúa como conservador. Con esta clase de colombiano, signado por el espíritu neogradino, es que uno se cruza a diario en las calles, en los ministerios, en las cortes y en el capitolio. Entre tanto, no se ve germinar por ningún lado el espíritu de Bolívar, héroe universal.

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(*) Colaborador.

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