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Sobre la esencia de la poesía

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Camilo García

La capacidad de hablar o del lenguaje es una capacidad esencial de los seres humanos; una capacidad que nos define como tales y que nos diferencia de nuestros antepasados animales. Una capacidad que al usarla nos permite no solo comunicar a nuestros congéneres nuestros pensamientos, valores, vivencias y emociones sino también darle sentido a nuestra existencia y a las cosas del mundo. Al nombrar con palabras algo de nuestra vida o del mundo le damos un sentido determinado; un sentido que se torna duradero y permanente si lo que nombramos es la esencia de ese algo. En este momento la palabra con la que nombramos lo esencial de algo no solo se torna auténtica sino poética. Por eso esta palabra poética como lo mostró y comprendió muy bien Hölderlin instaura o abre un mundo nuevo de sentido que tendrá una duración permanente en la existencia de los hombres: “Lo que permanece está confiado al cuidado y servicio de los poetas”.

Pero para que el auténtico poeta nombre con sus palabras el sentido esencial de algo en el mundo se necesita que lo vea con sus ojos como lo señaló Rimbaud, que sea un gran vidente capaz de ver y percibir esa esencia que subyace por debajo o más allá de sus apariencias exteriores. En su bello y genial poema, Genio, nos descubrió esta cualidad auténtica del poeta, la de ver por detrás de las cosas aparentes y externas la realidad profunda, la otra realidad, que escapa habitualmente a la percepción natural de los demás hombres. El genio es el poeta que abre con las palabras ese mundo de sentido que está más allá de lo que vemos y sentimos en las horas despiertas de nuestra vida cotidiana. Por eso tenemos la necesidad vital de ir en busca de él para que él nos encuentre, y de esa manera poder ver lo que él ve por nosotros y para nosotros. Dice Rimbaud “Él nos ha conocido a todos y a todos nos ha amado. Sepamos, esta noche de invierno, de cabo en cabo, del polo tumultuoso al castillo, de la muchedumbre a la playa, de mirada en mirada, fuerzas y sentimientos cansados; llamarlo y verlo, y enviarlo de nuevo, y bajo las mareas y en lo alto de los desiertos de nieve, seguir sus miradas, sus soplos, su cuerpo, su día”. (Ver su libro Illuminations. La traducción del francés es mía).

Y así el poeta después de verlo sea capaz de darle el nombre más justo y apropiado a esa esencia que ve, que sea capaz de darle el nombre que coincida con ella, para que ésta efectivamente se manifieste. Paso complementario e indispensable porque el poeta al ver lo que los demás no ven lo que hace en el fondo es oír su presencia a través de los sonidos de las palabras que las nombran o las invocan; y al oírlas logra verlas en imágenes originales que las hacen transparentes a su espíritu.

Sin embargo, esta condición tampoco es suficiente para que podamos crear un auténtico poema, un conjunto de palabras que merezcan de verdad este nombre y esta calidad. Se requiere además que seamos capaces dialogar con las palabras mismas que forman el lenguaje que usamos o del que hacemos parte como nuestra propia casa; es decir, que seamos capaces de interrogarlas por sus profundos sentidos para que nos contesten, para que nos hablen y nos digan lo que “sienten” o significan en su interior y su fondo.

Pero ocurre que no siempre los sentidos de las palabras de nuestro lenguaje habitual son los más adecuados para nombrar algo esencial del mundo; este lenguaje no ofrece las palabras y expresiones suficientes para decir o expresar con propiedad y profundidad algo esencial del mundo. De ahí que le resulte muchas veces esencial para el poeta traer palabras de otros idiomas y lenguajes o revivir algunas antiguas casi desaparecidas por su falta de uso cotidiano como lo hizo con maestría el poeta colombiano León de Greiff o crear nuevas como lo hicieron el gran poeta peruano César Vallejo en su libro Trilce y el poeta chileno Vicente Huidobro en su poema Altazor.

Huidobro expone en este poema el proceso de su creación; vuelve la palabra sobre sí misma para mostrarnos el modo en que se crea el poema mismo. Y al hacerlo así nos presenta un paradigma de transformación de una palabra convencional en múltiples otras que nos dicen algo totalmente nuevo y diferente. Huidobro pensó, en contraposición a Baudelaire, que en los tiempos modernos, el lenguaje natural que sirve para la comunicación diaria de los seres humanos es inservible para los fines de la poesía. Por eso es necesario someterlo a un acto de violencia creadora, es imprescindible destruir cada palabra para que la poesía tenga de nuevo una posibilidad. Y así, efectivamente, por el camino de dividir o fragmentar una palabra para reunir después sus partes con otras palabras diferentes el poeta engendró un nuevo lenguaje sonoro y rico en imágenes sensibles.  Así logran vencer las limitaciones del lenguaje habitual o natural que tienen a su disposición; y al vencerla sienten que saltan por encima de ellas para alcanzar la esencia del ser de algo de la existencia humana y de su mundo.

Ahora bien, al hablar o dialogar con las palabras el poeta consagra el lenguaje como su interlocutor esencial que le ofrece la posibilidad inagotable de ser la fuente de los sentidos de las cosas de la vida y el mundo que busca con ahínco y empeño. Cuando cada hombre habla o dialoga consigo mismo piensa, como lo señaló con toda razón Platón. Y cuando habla o dialoga con otro u otros no solo piensan en común sino que se transmiten o comunican sus ideas, valores, vivencias y sentimientos. De ahí que el ejercicio de este diálogo les proporciona un sentido profundo a sus vidas porque les permite integrarse entre sí, es decir, las permite compartir algo de sí y de sus vidas con otros, y así sostenerlas vivas y en pie durante el tiempo en que duran. Pero cuando los hombres hablan con el lenguaje, cuando se vuelven poetas, no solo le dan, como el común de sus semejantes, un sentido a sus vidas sino que además, al nombrar o revelar un sentido profundo y esencial de algo que éstos no habían percibido o captado en el ejercicio del diálogo habitual que sostienen, constituyen y agregan un nuevo sentido, un mundo de sentido, diferente del que brota naturalmente de ese diálogo.

Este mundo espiritual sentido que abre el poeta con las palabras del lenguaje, con su poesía, es el que abre a su vez y al mismo tiempo la posibilidad de que los hombres tomen conciencia del tiempo en el que están inscritas sus vidas, de que se comprendan como los seres finitos y temporales que en realidad son. Pues al captar ese sentido que abre la poesía de algo en el mundo sienten que ese algo tiene que tener una existencia permanente; es decir, una existencia siempre presente que no pasa, que no deja de ser en el pasado y que tampoco dejará de serlo en el futuro. Por eso la conciencia de su temporalidad, de su existencia inscrita en el tiempo, los hombres se la deben a la instauración del sentido permanente de algo en sus vidas o en el mundo que la verdadera palabra poética realiza.

El filósofo pre-socrático Parménides en la Antigüedad griega sostuvo en su fundamental poema filosófico De la naturaleza que todo lo que es, que el Ser, es permanente, invariable e incorruptible; por eso existe necesariamente por fuera o más allá del tiempo. Sin embargo, toda obra poética desde siempre ha puesto de presente la existencia de otro modo de relación entre el ser y el tiempo diferente al que han imperado en la comprensión filosófica de los hombres occidentales desde los tiempos de Parménides. Una relación en que el ser, lo que es permanente, no existe por fuera del tiempo sino que está inscrito profundamente en él; una relación en la que el ser se temporaliza. Y fue también Hölderlin el “poeta de los poetas que poetiza sobre la poesía” como dijera Heidegger en su texto “Hölderlin y la esencia de la poesía” el que comprendió y puso en evidencia con enorme claridad esta relación diferente que la poesía siempre ha forjado entre el ser y el tiempo.

Y lo hizo recurriendo a la figura de Dionisos, el dios mítico griego del vino y de la fiesta. Dios que fue perseguido por Hera, la esposa de Zeus, hasta volverlo loco y obligarlo a peregrinar con una salvaje cohorte de sátiros y bacantes por el norte de África y de Asia menor. Desde ese momento del pasado se volvió en un dios ausente o “extranjero” para los hombres griegos y accidentales que con su ausencia les despierta el deseo y la añoranza siempre presente en sus vidas de su regreso un día en el futuro para vivir intensa y plenamente, para ser uno con la vida. De ahí que este dios simbolice y represente para el romántico poeta alemán el sentido verdadero y auténtico del tiempo que abre el sentido de toda obra poética como lo dice en la séptima estrofa de su elegía Pan y vino citada por Heidegger:

“Pero ¡amigo! Venimos demasiado tarde.

En verdad viven los dioses

pero sobre nuestra cabeza, arriba en otro mundo

trabajan eternamente y parecen preocuparse poco

de si vivimos. Tanto se cuidan los celestes de no herirnos.

Pues nunca pudiera contenerlos una débil vasija,

sólo a veces soporta el hombre la plenitud divina.

La vida es un sueño de ellos.

Pero el error nos ayuda como un adormecimiento.

Y nos hace fuertes la necesidad y la noche.

Hasta que los héroes crecidos en cuna de bronce,

como en otros tiempos sus corazones son parecidos en fuerza a los celestes.

Ellos vienen entre truenos.

Me parece a veces mejor dormir, que estar sin compañero

Al esperar así, qué hacer o decir que no lo sé.

Y ¿para qué poetas en tiempos aciagos?

Pero, son dices tú, como los sacerdotes sagrados del Dios del vino,

que erraban de tierra en tierra, en la noche sagrada.

De ahí que Heidegger encontrara en este hallazgo de Hölderlin sobre la capacidad del lenguaje poético, simbolizada por Dionisos, de crear una imagen del ser temporalizado la “prueba” excepcional que validaba y encarnaba al mismo tiempo su concepción general del ser que había elaborado analítica y discursivamente en su gran obra Ser y tiempo; concepción con la que pretendió superar el olvido que la metafísica, que la filosofía tradicional desde los griegos, instauró de la diferencia ontológica entre el ser y el ente. Diferencia que a pesar de haber sido olvidada nunca dejó de existir como tal y que consiste en que el ser no se manifiesta o no está presente en los entes del mundo, el ser no comparece ante el ente precisamente debido a la dimensión primordial del tiempo en que está inscrita su existencia. Pues en el preciso momento en que el ser comparece ante al ente se retira, deja de estar presente en él, a causa del paso inexorable del tiempo. Pero se retira sin desaparecer del todo, sin ausentarse de modo absoluto y definitivo. Y esta ausencia despierta e incita el deseo de los hombres al pensar de traerlo de nuevo ante sí, a hacerlo presente de nuevo ante los entes del mundo para revelarlo y mostrarlo tal como es en verdad. Por eso al ser le ocurre con respecto a las cosas y entes del mundo lo mismo que le ocurrió a Dionisos ante los del mundo “socio-cultural de su época”; él es el personaje sensible que representa y simboliza el ser impersonal y anónimo que brota y hace brotar como lo hace la poesía el sentido profundo del tiempo histórico de los hombres.

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