Manuel hernández
‘Piña cortada’ (1960) por Manuel Hernández. Colección del Banco de la República.

Por Eduardo Márceles Daconte*

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Así como Marino Marini, el pintor y escultor italiano, dedicó un buen trecho de su vida al tema del jinete sobre su caballo, de igual modo Manuel Hernández (Bogotá, 1928-2014), después de una primera etapa figurativa, hacia la década del 60 se dedicó a investigar las ilimitadas posibilidades visuales de sus signos y símbolos personales.

La aparente simplicidad de sus formas y grafismos son en realidad el fruto de una larga meditación sobre los valores del silencio, la quietud o el equilibrio, con los que propone una simplificación o depuración de sus enunciados visuales exentos de cualquier alusión naturalista.

Su obra resume una experiencia que se alimenta de numerosas fuentes —conscientes o inconscientes— que remiten a las pictografías indígenas, la caligrafía ideográfica oriental con sus numerosos estilos en China y Japón, el grafiti de los artistas vanguardistas en las principales ciudades del mundo e incluso el expresionismo abstracto de pintores como Mark Rothko y sus campos de color o las manchas contrastantes de Robert Motherwell en su Elegía a la guerra civil española. De primera impresión, su pintura parecería monótona; sólo introduciéndose en sus connotaciones técnicas y conceptuales puede el observador llegar a una comprensión más acertada de su propuesta visual.

Su pintura se construye con base en capas superpuestas de acrílico o técnicas mixtas aprovechando todo tipo de medios, sobre papel o lienzo, de colores mesurados que saturan la superficie hasta conseguir esa profundidad atmosférica y monocromática sobre la cual imprime esas familiares formas de bordes difusos como si flotaran sobre la tela. Hernández prefería las combinaciones de figuras ovaladas y rectangulares para proyectar una energía de relajada consistencia que recuerda la obra del italiano Giorgio Morandi, el pintor que a través de su vida se dedicó, como Marini, de manera casi exclusiva, a pintar bodegones intimistas despojados de contenidos literarios o simbólicos, con una calidad poética derivada de su reducida gama de tonos. La pintura de Hernández reúne esas cualidades para catalogarla entre las más sobrias y líricas de la pintura abstracta del siglo XX en Colombia.

*Escritor e investigador cultural, licenciado en humanidades de la Universidad de Nueva York.

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