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Plushenko y las trampas del poder

Plushenko foto

Carmen Socorro Ariza-Olarte

Fluyendo con la rapidez del tiempo, hasta hace unos días todavía me costaba negarme a ver al Plushenko ganador de la medalla de oro, hace 8 años en Turín, regresando a las pistas de hielo para representar a Rusia en los Olímpicos de Invierno en Sochi. Naturalmente, ya desde hace cuatro años, cuando luego de su anunciado retiro apareció de pronto en los Olímpicos de Vancouver, sorprendiendo a todo el mundo, y sobre todo a los otros patinadores, mi admiración por Plushenko empezó a cuestionarse. Mucho más, luego de ver su pobre actuación y sus, digamos, primeras muestras de arrogancia, alimentadas entonces como ahora por las fuerzas del poder de su propio país, que me han hecho pensar en esos que la KGB llamaba MICE; los capaces de traicionar a su patria o a sí mismos por Money, Idealismo, Coerción o Egocentrismo.

Como lo he dicho, fui fanática del Plushenko que tuvo, no sin cierta amargura, que esperar hasta que su predecesor, el niño genio del patinaje artístico Alexi Yagudin se retirara, luego de ganar todas las medallas posibles más la de oro en los Olímpicos del 2002 en Salt City. Y es que el Plushenko de aquellos años era casi un niño que de la mano de su querido entrenador se esmeraba cada vez más y más para poder ganarle una a su rival Yagudin, un señor campeón. Por entonces casi ningún otro patinador podía igualarlo, tras él iban solo Plushenko y el francés Joubert; quien a propósito ha aguantado hasta estos juegos, y se retirará por fin sin haber alcanzado la gloria.

Y así, ver que por segunda vez Plushenko vuelve a salir al ruedo dándoselas de invencible; sin mostrar el más mínimo respeto ni para consigo mismo ni menos para con sus compañeros; no deja de causar rasquiña y mucho desconcierto. Para un buen espectador no es difícil notar las garras del poder, mucho más cuando se sabe que todos estos jóvenes deportistas, como le tocó al mismo Eugenio, han tenido que sacrificar su infancia, juventud y todo en aras de entrenarse para poder conseguir un puesto en los Olímpicos; oportunidad casi única, pues para nadie es un secreto que en una disciplina tan dura como lo es ésta son pocos los que sobreviven a más de ocho años de competiciones. Pero es que todo es tan extremo en los deportes que tratando de buscar buenas excusas una entiende que los deportistas al final son solo otros instrumentos más de las ramas del poder y sus máquinas de hacer billete; basta ver a Putín haciendo gala de macho al lado de Yelena Isinbayeva, la deportista medalla de oro que lo ha apoyado en su lucha homófobica.

Un poder también muy fuerte es el de las federaciones y los cómites olímpicos que, una y otra vez, vuelven y juegan. Basta con recordar el escándalo que se generó en los Juegos del 2006 cuando el ‘director o presidente’ del Cómite Olímpico en Turín, italiano por demás, decidió permitir que una pareja también retirada ya de las competencias de danza sobre el hielo participara dejando hasta a sus propios compatriotas boquiabiertos, y causando, como es lógico, tal caos que la presentación de todos los demás deportistas, italianos o no, que hasta la presentación de la bonita Carolina Costner se vio comprometida, no sin razón. Pero claro, también entonces estaba sentado en lo más alto del poder Berlusconi, amigo íntimo de Putín, por demás.

Y hoy, cuando ya han pasado las competiciones de los hombres, y Plushenko se declaró lesionado sin más ni más, evitando así salir al ruedo en las finales, a sabiendas, de que no podría ganarle ni a sus colegas ni a los dueños de los patines, solo nos queda contemplar las trampas del poder y preguntarnos hasta cuándo y hasta dónde serán capaces de llegar los poderosos y sus ramas. Porque cada vez es más evidente que los deportes, sean los que sean, no son más que otro foso de poder y corrupción; y que los deportistas, se presten voluntariamente o no, terminan siempre atrapados en sus intríngulis, quedando casi siempre convertidos en meros gladiadores; como si al final, el tiempo se hubiese quedado petrificado en las catacumbas del Coliseo Romano y lo único que hubiese cambiado y avanzado haya sido la tecnología y la manera de emitir y ver a través de una fibra óptica o una tabla las competiciones, y a los titanes que ponen la sangre, el sudor y las lágrimas para complacer a los Césares y sus bonitas comitivas, y a los sponsors con sus grandes marcas.

Mas señores, lo que ustedes deberían saber es que aunque los espectadores de estas disciplinas no salgamos a la calle a hacer revueltas como los hooligans ni a matar como, dicen, sí lo hacen las mafias que lideran las apuestas y demás, nos damos perfectamente cuenta de sus sucias jugadas; y aunque no lo crean hay muchos y muchas, como yo, que no nos gastamos ni un penny en marcas que claramente vienen con el sello de la sangre de los gladiadores y los esclavos que se ven obligados a servirles, o bien en las pistas de hielo, o bien en las fábricas de Bangladesh, para dar solo un ejemplo.

 

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