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María era su nombre, ya lo he dicho

Jaili Ivinai Buelvas Díaz

Domingo, 10 de junio de 2012

 

María era su nombre, tenía nombre de virgen y efectivamente así lo era.

La música estaba bien, la luz era perfecta y el aroma de su pelo atraía los rayos de luna. En realidad, la música no podía estar mejor, la lámpara titilaba al compás del buen jazz y la voz del saxofón se enredaba entre los nudos de su melena. María era su nombre, ya lo he dicho.

Sus pechos como puntas de flecha herían de muerte los míos y su boca como dulce néctar envenenaba mis labios que absorbían el jugo de los suyos. Un abrazo era todo lo que nos vestía, al menos de ropas, pues el alma se había desnudado antes que nuestras prendas se confundieran entre las baldosas de la habitación. Hacía frio, siempre lo hacía. En realidad hacía calor. Las vírgenes no sienten frio, hacen milagros y esta ya había convertido el frio en calor. María era su nombre, ya lo he dicho.

–          ¿Tienes sueño? – pregunté

–          No – respondió su lengua susurrante

–          Se cierran tus ojos – insistí

–          No – de nuevo susurró

–          ¿Entonces?

–          Es la luz, molesta mi visión, apágala

–          No, déjala, es perfecta

–          Mejor

Hubo silencio, el silencio es grato cuando el amor lo dice todo. Amor, ¡que palabra tan fea!. En realidad no hubo silencio, la música envolvió todo, habló por nosotros. La música no podía estar mejor, la lámpara titilaba al compás del buen Jazz y la voz del saxofón enredaba nuestros brazos.  En realidad la música no dijo nada, no había mucho que decir. Las vírgenes no hablan, hacen milagros y esta ya había convertido silencio en música y la música en ideas. María era su nombre, ya lo he dicho.

–          ¿No quisieras morir? –pregunté

–          …

–          Esto es perfecto, así y solo así quisiera morir.

–          Si, lo quisiera.

–          Hagamos que morimos, el último abrazo, muramos para quedarnos así.

–          …

Y morimos. Nuevamente hubo silencio, pero no lo hubo. El calor se disfrazó de frio, como el frio de muertos, los muertos que más vivos hayan estado jamás. Tomó las sábanas blancas y nos cubrió, se movió, no había muerto, las vírgenes no mueren, hacen milagros y esta ya había revivido al muerto. María era su nombre, ya lo he dicho.

–          Lo siento, reviví – me dijo

–          …

–          Que bonito estar así, abrazados

–          Pero anochecerá, luego amanecerá y al final tendremos que despertar y ya no estaremos así

–          Si siempre estuviéramos así no tendría gracia ya estarlo.

–          Por eso debemos morir, para no fijarnos si tiene gracia o no.

–          …

El abrazo se prolongó, los instintos calaron más que el frio y nuevamente este volvió a ser calor, las lenguas se juntaron, las piernas se cruzaron, las flechas de sus pechos se clavaron en el mío, su pelo se enredó entre las notas y yo me enredé en él. Hicimos el amor. María era su nombre, ya lo he dicho, tenía nombre de virgen y al terminar aún lo era.

 

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