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Los gays también tienen temor de Dios…

 

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Por: Luisa María Rendón.

Hay días en que las conversaciones con los amigos se vuelven más profundas, especialmente si antes de ello se tiene una emoción fuerte, algo así como “alegrías tristes”, como diría uno de mis seres especiales.

A veces uno cree que los amigos han tenido sus momentos de desnudez emocional y que prácticamente, si se es tan especial, se cree saber todo de él.   Pero la sorpresa está cuando el pasado aún hace eco y cuando los recuerdos, por más evasivos que se quieran tener, aparecen para dar tema a algo poco común o algo premeditado. Dios es un tema de esos.

El temor de Dios, para los gays en especial, ha sido uno de los temas preferidos para los creyentes, algo así como el puente para buscar la conversión del sujeto en acción, o del arrepentimiento que lo aleje totalmente de ÉL.  En este caso, un ser que ha creído no sólo en la omnipresencia de Dios, sino también en  la voluntad de la virgen, reconoce que el temor de Dios lo ha llevado a tal punto, que sin arrepentimiento, reconoce su sexualidad. La  reconoce porque se la cree, y no sólo lo aparenta. Punto para él y menos uno para los creyentes.

Con tan sólo 25 años de edad, el personaje –que no se revela el nombre por protección- recuerda, con los ojos encharcados, que cuando aceptó delante de algunos de sus parientes su sexualidad, lo llevaron delante de la fe para ser escuchado por una pastora psicóloga que le ayudaría para su evasión identitaria, la que tanto le atacaba el resto.

Después de golpes de pecho, de rosarios nocturnos y mañaneros, y del celibato obligado por la moral que le habían implantado, la morbosidad o el deseo con el que miraba a los hombres, por dos meses, tuvo que desaparecer. Dicha moral incluía el deseo o la necesidad de introducir sus pensamientos para el gusto de las mujeres, encontrando en ellas el deseo reprimido e incluso, buscando que los pensamientos estuvieran a salvo en los pechos de una dama.

Como los creyentes en temas de tranquilidad la tienen casi asegurada, en la conversación con mi amigo, me contaba y aseguraba que la paz que sentía en los momentos que rezaba el rosario, jamás los había sentido en otros lugares ni en las personas. La música de oración, los espacios para conversar con ÉL, la confianza para lanzar sus dudas y reproches, hacían de mi amigo la persona más orgullosa de su sentimiento. Un sentimiento de paz y armonía consigo mismo.

Poco a poco los espacios para el encuentro con Dios fueron ya por placer y no por obligación, donde el chantaje de la sociedad por ser “normal” se instauraba en el pensamiento de él como si pensara que su erección o su latir agitado al ver una barba fuera un vil y miserable pecado.

Después de encontrarse en total santidad por sus oraciones arduas en esos dos meses, al reconocer en Dios un ser que no juzga, ni tiene las manos más grandes para tirar piedras, ni pone huecos gigantes para que se caiga y se hunda en el fango del pecado, logra reconocer que amar a Dios y a los hombres se puede llevar por un buen camino, más aún si se reconoce su cuerpo como la santidad que no sólo cumbre la energía que emana a los otros, sino también cuando decide que puede ser esa morada en la que Dios está, como lo rezaba sin recelo en todos los momentos.

Ahora sabe que ser gay sólo es una excusa de los mayores creyentes para no dejar acercarse a Dios, como esa novia celosa que no reconoce que su hombre puede mirar a muchas, pero que en ocasiones o en la mayoría de las veces, sólo la ama a ella, aunque tenga su mirada en varias partes. Él sabe quién es Dios, y se olvidó de las explicaciones de sus familiares, y de las palabras hirientes de su ley que encarcelan no sólo a los gays en el pecado, sino a todos que entre sus actos atenten contra la voluntad del amor en el mundo, que a la final, cree que es el único objetivo al que le apunta Dios.

Se tuvo muchas conclusiones para esta conversación, pero la que sin duda puede llamar más la atención, es que los gays sí tienen temor a Dios, y no es por el simple hecho de creer que van a ser castigados con trinchetes y calor por el diablo, o porque no conocerán de los privilegios de ese cielo imaginado, sino porque quienes hablan en su nombre, profetizan sin duda para los gays, la blasfemia de su rencor y de los temores que por coger una mano diferente al de una mujer, pueden tener.

“Si alguien ha de conocer a Dios, es porque de sus creyentes se ha librado” escuché una vez por ahí.

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