El Magazín

Publicado el elmagazin

Los diarios de una pasajera obstinada de la ausencia

Alejandra_Pizarnik

Por Laura Juliana Muñoz*

Cuando me miras
mis ojos son llaves,
el muro tiene secretos,
mi temor palabras; poemas.
Sólo tú haces de mi memoria
una viajera fascinada,
un fuego incesante.

A.P.

Flora Alejandra Pizarnik no estaba sola, alguien temblaba a su lado, justo como lo trazó en un poema, alguien que escribía con ese temor irrefutable de la locura, de conquistar su lenguaje. Y no le fue nada sencillo llegar a versos de amor cuando en su propia vida carecía de él, o de lograr páginas y páginas manchadas de verdadera melancolía. Fue, tal vez, esa mezcla de honestidad, ensueño y disciplina lo que la convirtió en una de las grandes poetas latinoamericanas del siglo XX.

Pizarnik abandonó a Flora en la infancia y empezó a susurrarse “Alejandra, por nada del mundo quisiera estar en otra parte ni en otro ser”. Sólo ella sabía dejarse con tanto dolor a la prosa. El humo del cigarrillo la acompañaba y jugaba la rueda sobre su cabeza. El insomnio la poseía. La loca y la cuerda se peleaban en una sola mujer. Buenos Aires, donde nació y creció, era su plaza de estudio.

¿Y qué tal si el mundo la conociera más allá de sus poemas y ensayos publicados? ¿Qué nos diría esa Alejandra desahogada en las páginas de un diario que la acompañó durante 17 años de los 36 que vivió?

Sólo hasta el año pasado 20 cuadernos manuscritos y seis legajos de hojas mecanografiadas que conformaban su diario fueran publicados por la editorial Lumen. Seguro tenían que pasar muchos años después de su muerte para que este pliego de quejas, de volar psicológico, de búsqueda de una prosa, fuera valorado sin juzgamientos.

Alejandra tenía 17 cuando empezó a escribir sus angustias, sus anhelos, sus ‘invisibilidades’, como ella misma decía. Según Ana Becciu, la editora de estos diarios, su importancia radica en que la poeta revela su método de escritura, siembra frases, imágenes y palabras de las que nacerán sus primeros poemas. Estas hojas fueron, además, un espacio para edificar reglas morales, formas de vida, reflexiones literarias y revelar sus pesadillas. Lo surrealista empezó a definir su estilo.

Diarios pizarnik

Son pocos los autores latinoamericanos que se arriesgan a llevar un diario. Es, más bien, una costumbre europea y norteamericana. La misma Pizarnik era lectora asidua de los diarios de Katherine Mansfield, Virginia Woolf y Franz Kafka, en los que vio un espejo de su miedo a dejar todo por hacer y la conciencia de su talento.

También había espacio para los pequeños placeres: las violetas, mirar los barcos desde un puente por la noche, el lejano silbato del tren, el aroma seco del tabaco.

El amor también la consumía. Se prometía con frecuencia no entregarse a él so pena de perder tiempo que bien podría usar en la lectura de lúcidos autores o en su propia escritura. Sin embargo, confesaba, la noche no le perdonaba la soledad y la maldecía con un fuerte furor sexual.

Alejandra, la tartamuda, la criatura indefensa, vivió en París entre 1960 y 1964, donde se hizo buena amiga de Julio Cortázar, Octavio Paz y Rosa Chacel. De hecho, a Cortázar le prometió corregir Rayuela antes de su publicación, algo que nunca hizo. Pero el Cronopio Mayor la seguía queriendo y fue una voz de aliento en momentos en los que ella parecía despedirse prematuramente de la vida:

«No te quiero así, yo te quiero viva, burra (…) y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza –y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte-”.

Fue él quien la llamó “pasajera obstinada de la ausencia” en un poema póstumo.

«He descubierto que cuando no estoy angustiada, no soy», parecía responderle Pizarnik. A ella le interesaba el reconocimiento. Soñaba con tener escritos póstumos colmando los kioscos de cada esquina de Buenos Aires. Se quería muerta para ser admirada, para vivir en la inmortalidad de las palabras, por su anhelo de trascender, para curarse de la tristeza.

Tenía 36 años, cientos de poemas rotos y una prolífica obra. El 25 de septiembre de 1972, en su apartamento de la calle Montevideo (Buenos Aires), se preparó un coctel de barbitúricos, maquilló a sus muñecas para la ocasión y escribió en una pizarra: “no quiero ir más que hasta el fondo”.

Mañana

me vestirán con cenizas al alba,

me llenarán la boca de flores,

Aprenderé a dormir

en la memoria de un muro,

en la respiración

de un animal que sueña.

A.P.

*Laura Juliana Muñoz es periodista de la Universidad Javeriana. Ha escrito para El Espectador, ADN, Revista Credencial, Ciudad Viva, entre otras publicaciones. Cuando no se trata de crónicas y reportajes, ocupa su tiempo en poesía y cuento erótico (laurajuliana.wordpress.com).

Comentarios