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Las serenatas de Bella

and its sad to watch the sky bleed, Flickr, Mike Bailey Gates
and its sad to watch the sky bleed, Flickr, Mike Bailey Gates

María Paz Ruiz (*)

La bautizaron como Bella de día. Era una de esas bellezas puras, poseedora de unos pezones brillantes y de una cabeza extensible con la que había memorizado miles de canciones que incluían presagios de amor.

Bajo el sol  reflejado en una piscina encontró un desafío, un macho en chancletas con la hermosura de los malos, de ojitos lechosos y pelo largo; perfecto para introducir sus dedos de repostera y adormecerlos entre suaves fibras negras y blancas.

Nunca se atrevió a hablar con él, las palabras se le ponían duras en la boca. Una noche Bella de día decidió enviarle canciones a corazón abierto de la forma más original que encontró: a través de serenatas improvisadas que despertaban los humores del macho de las chanclas cada vez que sonaba el timbre.

Un lunes rancio, a las siete y cuarto de la mañana, subió las escaleras de su casa una nueva cantante, una mulata generosa de manos gastadas, quien después de interpretar su canción sobre llantos derretidos enamoró todos los cajones posibles del macho. Esa mañana el hombre se deshizo de sus chancletas y de su traje de baño.

Bella de día no pagó por ninguna otra canción, ya no le brillan los pezones y llora cada vez que ve al mulatito que intenta aprender a nadar en su piscina.

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(*) Colaboradora.

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