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Las ciudades y la literatura

Bogotá vieja

De cómo se transforman nuestras ciudades y cómo esas atmósferas marcan la ficción moderna.

Nelson Fredy Padilla

Una ciudad con todos los matices que se pudieran encontrar entre el azabache y el plomizo: nuevas avenidas pavimentadas, la primera generación de automóviles oscuros y encapotados, hombres, mujeres y niños vestidos con trajes de paño, ruanas y sombreros negros y grises, los colores que simbolizaron la modernidad de la entonces llamada Atenas suramericana.

Así era la Bogotá de principios del siglo pasado, la que marcó la obra de escritores como José Asunción Silva. El ensayo “Sueño y desilusión en la modernidad: imágenes de la ciudad en el fin de siglo latinoamericano”, de la catedrática argentina Sonia Mattalía, cita cómo por esos años Buenos Aires se transformó emulando a París. Algo similar sucedió en la capital colombiana; la antigua calle real se convirtió en la carrera séptima o avenida de la República y en el eje de desarrollo comercial en el que se dejó atrás el provincialismo colonial para entrar en contacto con las comodidades de la era del desarrollo industrial.

Barrios residenciales afrancesados, edificios públicos copiados de la Ciudad Luz; los teatros Colón y Municipal abrieron sus puertas a manifestaciones culturales como la ópera y la zarzuela, salas como El Olimpia y El Faenza descubrieron el mundo del cine a los ojos de los bogotanos; grandes fábricas, entre ellas, las cervecerías Bavaria y Germania se instalaron cerca al centro, donde florecían edificios administrativos, bancos, hospitales, bibliotecas, mientras en la periferia pululaban las ladrilleras. Zonas de recreación semiurbana se abrieron espacio en Chapinero y en torno al Lago de Timiza, hipódromos como La Gran Sabana y La Merced asumieron como escenarios alternativos de ostentación social; en suma, una nueva Bogotá, marcada de norte a sur por el ansia modernista por el deseo de conocer y experimentar nuevas sensaciones.

Sin embargo, es esa misma ola desarrollista la que sirve de trasfondo a la tragedia social que retrató José Asunción Silva en la novela De sobremesa, basada en el regreso de José Fernández a su “refinada casa criolla”, donde lee su diario y evoca sus “excesos parisinos”. La expresión de lo que Mattalía llama “el reacomodamiento en las estructuras del capitalismo internacional en expansión voraz”, al tiempo que “crecía y medraba una nueva burguesía”. “Las capitales –destaca en el ensayo– dejaron de ser grandes aldeas para imitar la fuerza expansiva de las ciudades europeas y norteamericanas”.

En el libro Reflexiones sobre Cultura Ciudadana en Bogotá, del Observatorio de Cultura Urbana de la Alcaldía Mayor, se resalta que la capital colombiana de entonces no fue ajena a un momento de quiebre en el que se superan los efectos de “las revoluciones políticas del siglo XVIII y se reemplaza el término ‘súbdito’ por el de ‘ciudadano’ y recupera para este último su doble característica: la de las libertades y la de la igualdad”.

José Asunción Silva

Resulta interesante el análisis de Mattalía sobre esa doble percepción de expectativa y desilusión frente a lo moderno, ejemplificada con la romántica Buenos Aires que vio Rubén Darío y por otro la corrupta que encontró Francisco Gamboa. Los grandes centros urbanos se consolidaron como inspiradores de los prosistas, un efecto evidente desde la Dublín de Joyce hasta la Estambul de Pamuk. Mitos que metaforizaron el espacio urbano propio frente a una disyuntiva siempre vigente: el hombre sometido a las ventajas del desarrollo o presa de la degradación social generada por las sociedades de consumo.

Esa mirada que deja atrás la contemplación del romanticismo y se vale de los ojos del extranjero para confrontar la realidad propia es la que lleva a la autora a hablar de “novela finisecular” en esta parte del mundo. La problematización del concepto mismo de ciudad: ciudad refugio, ciudad fascinante versus ciudad pavorosa, ciudad monstruosa. La velocidad y el frenesí meten al hombre moderno en la vorágine urbana que refleja la Nueva York de Lorca y transforma el yo literario, como se analiza a partir de las reflexiones de Martí. Opulencia, angustia, ansiedad, asco, hartazgo, hipersensibilidad, perturbación, esquizofrenia son los temas que ocupan las páginas en blanco, que según el ensayo de Mattalía se refleja en Silva como una tragicomedia fáustica. Se configura un nuevo héroe, como el José Fernández de De Sobremesa, desarrollista, utópico.

En Bogotá fragmentada, de Juan Carlos Pérgolis, se estudia esta coyuntura histórica desde “la ciudad como un conglomerado de vasos comunicantes por medio de los cuales los relatos vuelven a actualizarse en el espacio urbano”. Las teorías renacieron, los ciudadanos empezaron a encontrar significados en sus capitales, el espacio urbano era un texto abierto para ser leído, incluyéndose a sí mismos como objeto de estudio no sólo desde la razón. La ciudad como un acto de interacción y de tensión entre las partes. Un momento que marcó el imaginario literario. Un tema para debatir en el Magazín.

 

*Sonia Mattalía es catedrática de Literatura Española y Latinoamericana de la Universidad de Valencia (España). Ha publicado, entre otros, los siguientes libros La figura en el tapiz. Teoría y práctica narrativa en Juan Carlos Onetti (1990), Borges, entre la tradición y la vanguardia (1990), Modernidad y fin de siglo en Hispanoamérica (1996), Miradas al fin de siglo: lecturas modernistas (1997), América Latina: literatura e historia entre dos fines de siglo (2000), Aún y más allá: mujeres y discursos (2001), Máscaras suele vestir. Revuelta y pasión: escrituras de mujeres en América Latina (2003) y Tupí or not tupí. Ensayos sobre la vanguardia narrativa en América Latina (2005).

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(*) Periodista y editor de los domingos del periódico El Espectador.

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