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La voz cantante de la salsa

 

Dance like no one's watchin..., Flickr, Ananth Bs
Dance like no one's watchin..., Flickr, Ananth Bs

Juan Carlos Piedrahíta (*)

El rey de la puntualidad se adelantó. Aunque por decisión propia se habría despedido mucho antes del 29 de junio de 1993, fecha en la que Héctor Lavoe dejó de ser cantante para convertirse en leyenda. La pérdida temprana de su madre lo hizo abandonar su natal Ponce y desplazarse a Nueva York, donde optó por el camino de los excesos. Así como se entregó intensamente sobre los escenarios, casi que padeciendo cada estrofa pronunciada, de la misma manera vivió. Pocas cosas le pasaron por encima y, por lo general, se dejó afectar para sentir y hablar desde el drama, su lenguaje oficial. No podía ser de otra manera. Cada oportunidad que tenía para sonreír y sacarle provecho a ese talento innato, desencadenaba en un suceso trágico que lo sumía en una profunda depresión, su estado casi habitual.

Se refugió en Estados Unidos y en su primer intento para conseguir trabajo como vocalista obtuvo un contrato simbólico con la orquesta de Roberto García. Tenía 17 años, una facilidad interpretativa pocas veces vista en la salsa y un estilo masculino contrastante pero no opuesto al que ya estaba instaurado, que hacía pensar que la expresión latina no era propiedad de Ismael Rivera. Después de pocas apariciones con esta agrupación, Lavoe recibió ofertas para ser la voz de la Orquesta de Nueva York, la Kako All Stars y la Orquesta de Johnny Pacheco, copropietario del sello Fania Records y uno de los responsables de la masificación del sonido salsero. A los tres les dijo que si y eso lo hizo ser una figura visible dentro del espectro musical de la denominada ‘Gran Manzana’.

Luego conformó una dupla mágica, estable y productiva con Willie Colón y en diez años de complicidad publonunciada, de la misma manera vivió. Pocas cosas le pasaron por encima y, por lo general, se dejó afectar para sentir y hablar desde el drama, su lenguaje oficial. No podía ser de otra manera. Cada oportunidad que tenía para sonreír y sacarle provecho a ese talento innato, desencadenaba en un suceso trágico que lo sumía en una profunda depresión, su estado casi habitual.

Se refugió en Estados Unidos y en su primer intento para conseguir trabajo como vocalista obtuvo un contrato simbólico con la orquesta de Roberto García. Tenía 17 años, una facilidad interpretativa pocas veces vista en la salsa y un estilo masculino contrastante pero no opuesto al que ya estaba instaurado, que hacía pensar que la expresión latina no era propiedad de Ismael Rivera. Después de pocas apariciones con esta agrupación, Lavoe recibió ofertas para ser la voz de la Orquesta de Nueva York, la Kako All Stars y la Orquesta de Johnny Pacheco, copropietario del sello Fania Records y uno de los responsables de la masificación del sonido salsero. A los tres les dijo que si y eso lo hizo ser una figura visible dentro del espectro musical de la denominada ‘Gran Manzana’.

Luego conformó una dupla mágica, estable y productiva con Willie Colón y en diez años de complicidad publicó algunos de los discos más importantes del género. ‘Cosa nuestra’, ‘La gran fuga’ y ‘El malo’ son piezas infaltables dentro del rompecabezas de las manifestaciones sonoras latinas. En estas tres obras de colección, así como en otras tantas, Lavoe, cuyo verdadero nombre era Héctor Juan Pérez Martínez, tuvo la voz cantante. Sin embargo, ese momento mágico se opacó con su adicción a las drogas y Colón lo apartó de sus proyectos artísticos. A partir de 1977 no fueron más dos genios en pro de un sueño colectivo, sino un cantante y un productor arreglándoselas para sonar muy bien.

Y sí que lo lograron. En este propósito contaron con la colaboración de hábiles plumas musicales como Rubén Blades (compositor de ‘El cantante’) y Tite Curet Alonso (creador de ‘El periódico de ayer’). Pero otra tragedia estaba por asomarse y esta vez m

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