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La robusta voz de Mama Cass

Cass_Elliot_(1972)

Juan David Torres Duarte

Hace 40 años falleció la cantante estadounidense. Nacida como Ellen Naomi Cohen, la artista comenzó en los años 70 una exitosa carrera en solitario que se truncó por su muerte en 1974, a causa de un paro cardíaco. La felicidad del éxito se le cruzó con el definitivo acto de la muerte.

Gorda.

Gorda solían decirle en sus primeros años como cantante, en un grupo que dio por llamarse —de manera algo sarcástica— Los Tres Grandes, y tiempo después —dijeron— por gorda no querían aceptarla en The Mamas and The Papas. Ella dijo —prefirió decir— que fue rechazada porque su registro vocal no alcanzaba las notas altas que deseaba la cabeza del grupo, John Phillips, y que después entró en la banda por acción de fuerza: una vara de metal le dio en la cabeza y cuando despertó, su voz era ya otra. Una varilla fue el secreto de su voz. Gorda la veían sobre el escenario, cuando vestía vestidos anchos y continentales, combinados con una figura más bien pequeña, que daba la impresión de que de allí saldría, explosiva y contundente, una voz que destruiría hasta el último vidrio del último edificio de este maldito mundo.

Pero ella era feliz. Fue gorda y fue feliz.

Le interesó poco su figura y le importó poco seguir las reglas de su tiempo: tuvo una hija y nunca a nadie dijo quién era su padre, y en vez de entregar su vida al cuidado de su hija, prefirió seguir su carrera y despegar, despegar como sólo las cantantes negras habían hecho hasta entonces, con una voz gruesa y robusta, que podía ser también suave y reconfortante. Hay quien dice —con toda certeza— que Mama Cass es la mejor cantante blanca entre las cantantes negras. Y cae en razón. Lo fue desde que nació en Baltimore y luego, cuando su familia se trasladó a un suburbio de Nueva York, Virginia, donde creció, se crio: el lugar de origen que aparecería, treinta y dos años después, en su certificado de defunción.

Fue saltando de una banda a otra y estuvo en pleno movimiento del hipismo y el folk en Estados Unidos. Y todo cuanto importaba era su voz y no su figura, aunque todos supieran que era gorda y gorda se quería quedar porque gustaba de comer y de vivir y por ello, y porque su cuerpo no se aguantaría más a sí mismo, moriría. Pero eso, por entonces, no importaba: nada importaba más que la voz. Cantaba los temas que le ponían y hacía las voces de fondo en muchas producciones. Quería ser cantante, lo estaba siendo, y también presentadora de televisión y quizá —sólo quizá, si había suerte— actriz. ¿Pero quién le daría una oportunidad como actriz? No importaba: Mama Cass parecía eludir la incertidumbre.

Fue entonces, a finales de los años sesenta, que John Phillips la hizo entrar a la banda. Cantaba aquello que Phillips quería que cantara, casi siempre voces de acompañamiento, pero Mama Cass aparecía allí en primer plano con Denny Doherty y Michelle Phillips, una mujer por completo contraria a ella: delgada, frágil al parecer, rubia, una mujer de su tiempo. Y allí estaba Mama Cass, que vestía vestidos de flores y tenía los ojos apagados y perezosos, el pelo ensortijado y la sonrisa agradable y fuerte. Se movía de lado a lado, bamboleando todo su cuerpo junto, mientras su vestido se giraba en el aire.

Se agotó, sin embargo, y se volcó sobre sí misma. Don’t Call Me Mama Anymore —‘No me llames ‘mama’’— sería el título de uno de sus conciertos: sí, fue divertido ser una integrante de The Mamas and The Papas, ser una de las ‘mamas’, haber encontrado aquel nombre en una noche de tragos en casa de uno de sus amigos, sí, fue divertido. Pero la fiesta debía parar. Y Mama Cass sabía que su voz atraía, y que a ella la escuchaban por su voz y que interesaba poco que fuera gorda: tenía esa voz y esa sonrisa, y eso era todo. Y fueron uno, dos, cuatro, seis, ocho álbumes de estudio, uno tras otro, con buenas y malas críticas, presentaciones en Las Vegas y en todo el país y fuera del país. Cantaba Dream a Little Dream of Me con una cadencia solitaria, despacio, probando cada palabra como se prueba el tiempo, que se va y se desvanece y se vuelve polvo y ceniza.

Llegó a Londres, en julio de 1974, y uno a uno sus conciertos se llenaron por completo y noche a noche la ovacionaron y adoraron. Fue feliz. Mama Cass fue feliz. Quería éxito y tuvo éxito. Quería aparecer en televisión y apareció televisión. Quería ser actriz y fue actriz. Fue entonces, la noche del 29, cuando llamó a Michelle Phillips y le dijo todo ello: estoy feliz, debió de decir, estoy feliz y había demasiadas personas en el concierto del Palladium y todos me alababan. Se retiró después al apartamento que un amigo le había prestado, en el número 9 de la calle Curzon Place en Mayfair; había tomado champaña y se sentía feliz. Durmió. La autopsia diría que murió esa noche por causas naturales: un infarto.

Un infarto causado por su obesidad.

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