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La novela de Rivera Letelier

Hernán Rivera
Hernán Rivera

Felipe Ecovar*

Hernán Rivera Letelier bajó al Lobby del hotel Villamorra Suites, ubicado en una de las zonas más exclusivas de Asunción, con  paso desorientado. Vestía la misma chaqueta de cuero negra que lució la noche anterior, durante el lanzamiento de su novela El arte de la resurrección por la que obtuvo el premio Alfaguara de novela 2010. Luego me llevó a la cafetería del hotel y me dijo que pidiera cualquier cosa porque, al fin y al cabo, todo estaría a cargo de la editorial que lo había premiado y lo estaba llevando de gira por todos los países hispanoparlantes. Estas fueron algunas cosas que dijo  el exminero que se dedicó a escribir novelas ancladas en el desierto del norte de Chile.

Masticar y escupir 

La crítica chilena me hace mierda; son tres o cuatro los que me tienen como tirria desde La reina Isabel cantaba rancheras. Yo acepto una crítica a mi obra, que me diga esto esta muy malo y que yo pueda sacar algo, pero estas son críticas más a la persona que a la obra.  En Europa me ponen a la altura de Rulfo, Vargas Llosa y García Márquez y acá mis novelas no tienen mérito. He aprendido algo muy sano: Ninguna de ambas críticas hay que tragarse; la mala se mastica, si te deja algo bueno, bien, pero tienes que escupirlo porque si te la tragas te pudres por dentro y, la muy buena, también hay que masticarla, saborearla un poquito y botarla porque, si te la tragas, te hincha.

El peso del asunto 

He tenido mucha suerte con los premios: gané veintiséis de poesía, con el cuento fue igual y con la novela ha pasado lo mismo. Un premio no te hace ni mejor ni peor escritor, pero sirve como un parámetro de que voy por buen camino cuando el premio tiene un buen jurado. A este premio de Alfaguara no le tomé la importancia debida hasta que en la calle la gente se paraba a decirme “cuando me enteré con su premio lo sentí como mío”; ahí le tomé el peso al asunto, la gente lo tomaba como suyo y eso es impagable.

Los lectores 

Lo único que quiero es contar las historias, lo que intento es tratar de hacerlo mejor. Siento el cariño de la gente porque lo mío va más allá de lo literario. Hay gente muy humilde que tiene todos mis libros y gente de alto nivel, gente culta, gente no tan culta, gente joven y gente adulta. La ambición del escritor es que llegue a todo público y yo he tenido esa suerte…  no sé el por qué, siento algo especial. El hecho que vaya por la calle y un vendedor de flores me regale un ramo y me diga “Es lo único que puedo regalarle don Hernán porque en mi casa su libro es especial”,  me ha marcado

 

Los escritores

He llegado a la conclusión de que hay dos clases de escritores: Al que tú admiras y al que  ves en la calle y le darías la mano y lo abrazarías porque hay un cariño que va más allá de la admiración. Cuando murió Borges yo lo sentí mucho porque lo admiraba y admiro, Borges enseña cómo se escribe- yo jamás podré escribir como él-. Pero el día que estaba solo en mi casa escuchando radio y de pronto paran la música y dicen “hoy en Paris murió Cortázar”, me puse a llorar como un niño, como si  se hubiese muerto mi mejor amigo.

Lo único que importa 

Joaquín Sabina una vez dijo algo que lo hice mío, se lo escuchó a un poeta hablando sobre la poesía, él se lo aplica a la canción y yo a la novela: para hacer una buena canción se necesita buena música, buena letra, buen tema, una buena interpretación y algo más que nadie sabe lo que es pero es lo mas importante; para hacer una buena novela se necesita una buena historia, un buen lenguaje, un buen tono y algo más que nadie sabe lo que es y es lo único que importa.

Soy un escritor que no tiene títulos ni taller, nadie me enseñó nunca “nada”- entre comillas porque uno aprende con los libros, los maestros tienen su obra y ahí uno aprende- carezco de erudición, no soy un experto en citas. Julio Ramón Ribeyro en su diario cuenta una anécdota donde comenta la erudición de los artistas: se encuentra con Cortázar  y Ribeyro le pregunta por el último libro de Carpentier y Cortázar le dice que no lo veía bueno, Ribeyro le contesta que había encontrado mucho detalle y mucha cita y siguió pensando; días después se da cuenta que Cortázar tenía toda la razón: Ese libro estaba lleno de conocimientos que se podían encontrar en otros libros, que tras eso no había nada. Hay escritores que no escriben desde las tripas, más bien transcriben, yo soy de esos escritores que no persigue los temas, dejo que los temas lleguen ¿Qué saco con escribir sobre libros o personajes sacados de otros libros?

Amar a una muñeca inflable

Así como escribir es un acto de amor, leer también lo es. Cuando uno lee un buen libro es como encontrar a una mujer, no leer un buen libro es como hacer el amor con una muñeca inflable.

Abandonar al infinito 

Cuando me siento a escribir lo hago con la convicción absoluta de que ahora sí viene mi gran obra maestra y si no, ¿para qué me siento? Ahora,  el escritor verdadero sabe que una obra maestra no existe, que toda obra es perfectible hasta el infinito; una novela, en especial, no se termina nunca, uno la abandona, uno dice ya no más, me da asco corregirla más, cuando tienes una sensación física de asco hay que dejarla ya. A mí me pasa mucho, yo más que escritor soy un corrector. Uno se sienta con la convicción absoluta de una obra maestra pero sabiendo que se la belleza nunca la va a alcanzar completamente. 

Salto de montaña con garrocha 

Yo le aceptaría los argumentos a los escritores jóvenes que reniegan de los del boom si estuvieran creando o inventando algo nuevo, pero reniegan al boom para copiar a los norteamericanos. Yo soy un convencido de que los escritores nuevos que se saltan al boom no saben lo que se están perdiendo, no estoy diciendo que escriban como ellos pero que aprendan de ellos. Esos tipos de los sesentas y setentas son grandes montañas y, el que la quiera superarla, no puede hacerlo con una garrocha, si quiere pasarla tiene que treparla y aprender de ella.

Salto de una mujer a otra

Soy un convencido de que la misma historia que vas a contar te entrega la estructura, el tono, etc. El escritor debe tener un sentido especial donde diga “esta es la escena con la que termina este capítulo”, no te lo puedo explicar, es intuición.

Escribo a computador, no tengo horario para escribir, trabajé treinta años con horario rígido y no voy a imponerme otro horario. Escribo cuando tengo ganas y tengo ganas todos los días pero no a una hora rígida, depende de muchas cosas depende de lo que estas haciendo.

Aprendí algo muy sabio de Hemingway: cuando es tarde y estas escribiendo y ya tienes claro lo que viene, déjalo ahí.

Ahorita mismo estoy escribiendo tres novelas. Para escapar de una salto a la otra, es como tener tres chicas, voy de una a otra; de repente estas con una  y saltas a la otra, hay que tener en cuenta de que no se crucen los cables.

Sólo, con Vallejo y Rimbaud

En ese desierto donde empecé a escribir mis poemas no conocía a nadie más que escribiera o leyera, encontré a gente muy buena pero de literatura no sabía nada, entonces no tenía a quién mostrarle a mis poemas. Lo único que me quedaba era eso, picar un libro de Vallejo o de Rimbaud y decía “¡cómo te falta!”.

            Incendiar papeles

En el campamento de Pedro de Valdivia  había una librería donde lo único que no se vendían eran libros, y un día voy a comprar pan y veo que hay un libro en la vitrina, me acerco a mirar y era la Antología de la poesía chilena contemporánea de Antonio Calderón; no podía creerlo, era un libro de poesía. Entré como desesperado e intuí que era el único,  me gasté la plata en el libro y descubrí a los poetas. No conocía a Linh y fue una revelación. Tenía veinticinco o veintiséis años, me iba a trabajar a la mina con el libro Al tercer día tomé toda mi producción poética y en el patio los quemé. Mi mujer lloraba… muchos poemas eran dedicados a ella. Empecé de nuevo porque me di cuenta de que con palabras tan simples como “árbol” se pueden hacer poesías, Parra me deslumbró con palabras de la tribu. Luego escribí más poemas y también los quemé.

Pomadas 

Yo escribí poemas hasta los treinta y ocho años. No poesía porque el poema es uno de los envases de la poesía, hay poemas que no tienen una gota de poesía y sí un ensayo. Recibí un poco de dinero en 1988 y publiqué, me alcanzó para un libro de 16 páginas, puse 24 poemas y se llamaba Poemas y pomadas quizá por el respeto a la poesía. Escribí durante quince años poemas y nunca me sentí bien con que me dijeran poeta -al tercer libro solo fue cuando me atreví a poner escritor en el pasaporte -. Conozco a gente en chile y van a sacar su carnet en la CECH.

Quería escribir un mundo en un verso, la novela era cosa de tontos, lo mío era la poesía, y eso hace muy bien porque le descubres el valor de las palabras, su peso, la textura, logras la síntesis de la poesía y te hace mucha falta. Los mejores novelistas de este mundo empezaron escribiendo poesías.

Cuesta abajo 

Mis poemas me salían muy anecdóticos o narrativos o con finales sorprendentes. Y un día me digo “Voy a experimentar”; escribí un poema y lo puse hacia el lado y descubrí que era un microcuento y tenia mas fuerza así que como poema. Me di cuenta que estaba haciendo prosa y me encantó porque encontré que tenía más libertad. Cuando hice poemas nunca le escribí al desierto y, de pronto, descubro que la prosa me permite cantar la inmensidad de ese lugar. Empecé a escribir cuentos cortos, el día que llené una pagina completa fue una proeza. Alguien dijo el escritor muy bueno escribe poesía, el bueno cuento y el malo novela, siendo así, voy cuesta abajo.

La iluminación del comienzo

 

En algunas ocasiones el comienzo de una narración te sale de una y, en otras, escribes y  lo de la mitad te ilumina y dices: Este es el inicio. Por ejemplo, en El arte de la resurrección no quería empezar desde le principio y, de repente, se me ocurrió la idea de la resurrección y no me paró nadie aunque me costó. En cambio, La contadora de películas fue más fácil. La reina Isabel cantaba Rancheras comencé a escribirla desde la muerte de la reina Isabel que era una prostituta y, cuando llevaba cinco capítulos, me di cuenta que si a los primeros tres les daba vuelta en su orden, era genial.

La calle  Letelier

 

En una entrevista dije que la posteridad me importa un carajo. Si me hacen un homenaje, que me lo hagan ahora. En Chile es muy lindo que haya una escuela donde me inviten porque a la biblioteca le pusieron mi nombre. Si lo hacen con una calle que sea la de las putas.

Epitafio

 

Tengo un epitafio hecho que es el que quieren todos los artistas: “Murió antes que su obra”; yo creo que todo artista anhela eso, debe ser muy triste que tu obra muera antes que tú. Sería muy triste que  un escritor se muera sin que nadie más lo lea, y eso pasa.

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(*) Colaborador. Escritor colombiano (Bogotá, 1981). En estos momentos viaja por Sudamérica realizando el proyecto LEA. Ha publicado artículos y entrevistas en sitios web como Libro de Notas y Cinosargo. Así mismo, ha realizado entrevistas y textos publicados en diarios como El Heraldo de Barranquilla (Colombia) y El Diario de Río Negro (Argentina).  Tiene en preparación el libro Tríptico de Verano y una Mirla, escrito con Luis Cermeño y Julián Marsella.

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