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En defensa de la tristeza

 

 felic

 

Ángela Martin Laiton

La inercia de la felicidad obligatoria debería estar prohibida en todas las sociedades, debería ser más escandalosa que el suicidio, el robo callejero o el uso de drogas, cosas que finalmente son derivadas de la insatisfacción permanente que causa sufrir de este mal.

Me explico, la felicidad obligatoria no es un estado de ánimo de tal o cual sujeto que va por la vida sufriendo vaivenes; éste es un organismo bien plantado en la educación de todos nosotros a través del tiempo, es la vitrina mejor vendida en la promesa de la felicidad como una meta, es entonces la búsqueda de esa felicidad un camino lleno de obstáculos y sufrimientos que valen la pena porque en la vitrina nos dijeron que vamos a ser felices.

¡Ven a ser feliz! Gritan los comerciales de centros vacacionales, ¡Haz feliz a tu esposa! Anuncian las joyerías y perfumerías, ¡Regala felicidad! Dicen los más osados publicistas que a mi pesar y el de muchos nunca se han sentado a pensar en el significado mismo de esta palabra. Vamos todos tan simples por el mundo buscándole adjetivos, sinónimos y adornos a la felicidad, confundiéndola con la alegría, teniendo la ridícula firmeza de decir que somos el país más feliz del mundo, que no importan la guerra, los muertos, el hambre o la pobreza, que es insignificante el llanto de las personas que pierden todo lo que aman, donde los sueños de los niños se esfuman entre la violencia del barrio o el último videojuego anunciado, es entonces obligatoria la felicidad en una sociedad donde se le ha dado forma de carro, joya o perfume.

Es además una impostura aceptada e incluida en los manuales de educación de las personas, ser feliz con este tipo de felicidad es la meta final de la vida de cada ser humano, estudiamos por la aprobación de una buena nota, nos graduamos por la certificación de la marca feliz en un diploma y trabajamos porque gracias a nuestros certificados de auténtica felicidad podemos ganar dinero para hacerla tangible. Entonces todos los días soportamos el peso del precio de la felicidad e incluimos frases que nos incentiven a ver la vida desde diferentes aristas, compramos libros para aprender a querernos a nosotros mismos y llenamos las casas de velas para que la meta de la felicidad nos inunde de la alegría de creer que lo estamos consiguiendo.

Así rechazamos en nuestra cotidianidad el legítimo derecho a la libertad de la tristeza, de la amargura y la inconformidad, nos angustian las personas que manifiestan abiertamente sentirse viviendo en una sociedad enferma por la fetichización de la vida a través del dinero, repelemos cualquier nado que no esté sincronizado con el nuestro, y vemos con horror que el amor esté vivo en aspectos como la homosexualidad o la diferencia. Creamos cuadros psicológicos y hospitales psiquiátricos que puedan adormecer la conciencia del otro, porque esa otredad va a arruinar todos nuestros planes y todo lo que le hemos entregado a la felicidad que está en frente y no entendemos.

Imagen tomada de blog.uchceu.es

 

 

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