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El poder de las culturas

The Beatles
The Beatles

Fernando Araújo Vélez (*)

Una frase, una imagen, dos o cinco acordes, algún estribillo, un escueto título o un título incandescente. Detrás de cada gran decisión suele haber una diminuta e inmensa razón, y esa razón ha ido construyendo la cultura del mundo, y por lo tanto, el mundo. Herencia, poder, acomodo de unos pocos, interés en que todo siga como casi siempre fue, ignorancia de las masas y todo ello unido y revuelto y alguno que otro ingrediente más, la receta y la fórmula se han repetido a lo largo de los siglos, y a lo largo de los siglos la constante ha sido: Primero la economía, después la cultura, y más tarde, el dominio.  Egipto, Grecia, Roma, España, Francia, Inglaterra, Estados Unidos.

Veinte días atrás, la firma Standard and Poor´s le rebajó la calificación a la deuda externa de los Estados Unidos. La noticia encendió miles de alarmas. Wall Street tembló. La bolsa de Nueva York se deprimió.  Los analistas apocalípticos presagiaron tiempos tan oscuros como los que le siguieron al crac del 29. Otros asimilaron la situación a la crisis del 2008. Hubo ensayos, debates, polémicas, conversatorios, opiniones que iban y volvían, y entre tanta confusión surgió el interrogante sobre la cultura, su manejo, su nacionalidad, su imponencia y su dominio.

Xavi Sancho escribía en El país de España: “Si bien es casi irremediable que China releve al gigante norteamericano como principal poder económico global, aún no parece estar tan claro quién va a asumir el rol de dominante a escala cultural. Estados Unidos cimentó gran parte de su imperio a través de la música o el cine. ¿Quién dominará culturalmente el mundo en el futuro?” A la pregunta de Sancho habría que añadirle otras más. ¿La cultura domina los factores económicos de la sociedad, o depende de ellos? ¿Es la cultura la que determina los modos de vida y los hábitos?

Más allá de que los chinos han comenzado a imponer sus condiciones en la economía mundial por las obvias razones que sus multimillonarios consumidores internos marcan, su cultura y su industria cultural aún están a años luz de Occidente, por lo menos en cuanto a las preferencias de Occidente. Un aparato, llámese licuadora, televisor o automóvil, aunque entraña un mensaje, no lo transmite con la misma contundencia que una canción o una película, para no hablar de libros. Un carro transporta; un disco puede herir.

En unos cuantos decenios la cultura china dejará de ser mirada desde el otro lado del mundo como un simple “exotismo” milenario y logrará penetraciones cada vez más incisivas. De alguna manera, es la historia del “eterno retorno” de Nietzsche. Ocurrió con los griegos y los romanos y con los estadounidenses, sociedades que, primero, fueron económicas y vivibles, y después, pensantes y profundas. Independientemente de algunos esporádicos artistas que se han hecho a sí mismo sin que les importen las condiciones en las que viven, el arte y la cultura han germinado en medio de “las oportunidades”.

En innumerables casos han sido producto de ese mundo de oportunidades para perpetuarlo. Hollywood no es sólo una industria de cine, así como los Beatles no fueron únicamente una docena de discos. Unos y otros, y millares más, crearon, formaron, reprodujeron y multiplicaron formas de vida. Modas, costumbres, necesidades innecesarias, modelos, espejos a seguir, dictámenes, historia, amigos y enemigos, Dioses y demonios, la ética y su estética. En síntesis, expandiendo culturas expandieron el poder, su poder.

China, u Oriente han comenzado a transitar ese camino ingresando por pequeñas hendijas que les han dejado abiertas en nombre de lo exótico. En unos años serán objetos de culto, pero en unos siglos el mundo vivirá como ellos lo dispongan. Entonces, quizá, los objetos de culto sean Shakespeare, Goethe, Bach, los Beatles y Hollywood.

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(*) Periodista, escritor y editor de El Magazín online y de la sección de cultura del periódico El Espectador. Además, tiene a su cargo la edición de los Lunes Festivos.

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