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El placer de los placeres mundanos

 

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Por: Luisa Rendón Muñoz

Cuando paso por la calle y me encuentro con la vida misma hablándome de la miseria de los seres humanos, me doy cuenta de que los vicios o los placeres mundanos a veces debilitan o llenan de valor una mirada diferente de la vida. Mientras paso por Rionegro y recorro sus calles, no paro de observar a personas cuya ilusión de permanecer en la tierra es inducida por algún alucinógeno y que este se apodera de algunos cuerpos  que no se sostienen más que por sus almas. Hoy vi unos pies que se tambaleaban tanto que el viento trataba de ayudar para que lograsen permanecer de pie. La vida a veces pareciese que no buscara más motivos para hacer sentir culpables a los humanos que terminamos metidos en los placeres, en los deleites de ella misma. Sentir la vida como si fuese una mujer, es sentir que te acaricia o te atosiga tanto que no sabes cómo respirar, es sentir que el naufragio en el tiempo sólo se puede hacer por el ocio y las tempestades de la lujuria.

A veces, cuando el cuerpo no busca más motivos que retractarse de lo que se ha sentido en la piel y en el alma, hace que la miseria sea el pódium de la desesperación al sólo coger una botella de alcoholo o sostener un tabaco que te asegure acabar el tiempo. En este momento mientras la vida te atosiga como el brasier en las noches de sexo en las habitaciones de los amantes, hace sentir que un momento de abstinencia es tan eterno como  el reencuentro de un ser querido después de muerto. Algunos se atreven a decir que mientras se vive no se muere un poco en cada día, y lo único que hago con semejante certeza es llegar a  preguntarme  cómo hacen para observar un mundo donde los placeres son tan grandes que permiten la huida de una realidad que no soporta tener a tanta gente que piense en su futuro, y  sobre todo, que  ese espacio que el  tiempo reclama debe de ser conservado por personas que se sufran hasta el más mínimo temblor en los huesos causados por el amor y el misterio del soñador en el presente.

Llegan tormentas tan fuertes que el mejor de los escampaderos no resultará favorable cuando lo único que deseas es que el cuerpo destile más agua que preocupaciones, cuando el deseo  es que  ese líquido bañe y limpie todo temor, toda angustia, toda manera de ver mal la vida. Es lo mismo como pensar en la metáfora del mar al querer saber cuántas lágrimas de un náufrago  las olas no han soportado en el peso de un barco o un velero simplemente por no dejarlo llegar hacia su amada, como si esas mismas olas y ese viento que emana el mar lograsen descubrir que aunque el amado regrese a sus brazos, el tiempo ya había logrado sostenerla sin su cuerpo y eso para ella ya era suficiente. Se podría también tomar el ejemplo de la vida de la pobre Penélope  y el miserable de Odiseo  que no es capaz de llegar a Ítaca a responder por lo que la soledad había encausado, esta vez, por los celos de Poseidón.
Los charcos causados por la misma vida  no son más que maneras de visualizarse hundido en el fango de la existencia, donde el reflejo del agua lo único que deja describir es el alma de las personas que caminan bajo la lluvia con el último y único problema de sentir preocupación por ver que está escampando.

Es por esto, que mientras la vida la sigamos entendiendo como esas olas que suben y bajan e impiden llegar hasta ciertos lugares o a veces facilitan lo mismo; si seguimos entendiendo la vida como ese charco que posibilita el descubrimiento de la miseria mientras uno llega al fondo del fango; mientras sintamos que la agonía del pecho pareciese ser encontrada en los alucinógenos que abandonan la posibilidad de permanecer en la tierra no sólo con los pies, sino también con el alma y el corazón, nos daríamos cuenta, o por lo menos un rato, que Rionegro, mi pueblo, o cualquier otro pueblo o persona en el mundo, necesita de los placeres mundanos  para garantizar que su existencia es sentida por algún ser que por lo menos puede dar unas letras que digan que su existencia no es en vano, y que mientras exista la posibilidad de sentirla tan fuerte con una botella o algo  que los lleve a otro extremo de la razón, habrá alguien que no sólo es lector de la vida sino también escritor de la misma, que puede generar por la comunicación de estas letras la posibilidad de no querer huir nunca de los placeres- de esto nadie se libra, así lo quiera- pero tampoco sentirse perpetuado en ello como si no hubiesen otras salidas como la de asumir que la vida pesa, pero que mientras haya manera de llevar el equipaje, no será nunca la excusa para querer abandonarse en cualquier rincón del mundo a vivir con un poco de licor o con algún humo en el pulmón.

Mientras exista esto, mi querido lector, no sentiremos tanta soledad con almas tan iguales de puritanas como nosotros, los que creemos que los placeres no nos acogen tanto como a esos otros, que les damos a veces el peyorativo e inigualable nombre de “gamines” o hasta de “pobres”. Pero si me ha seguido en estas letras… ¿Usted se imagina, qué sería de la vida de nosotros, sin esos locos pobres que a veces nos ayudan a procrastinar la vida con alguno de sus vicios? Yo no sé ustedes, pero mientras exista la posibilidad de amortiguar el peso de la vida con estos locos y estos vicios que no son más que creados por la misma vida y su euforia de hacernos sentir todo, seguiré escribiendo que la libertad no es de quien la merezca, sino de quien está dispuesto a conseguirla así sea huyéndole a la vida y sus inmensos placeres.

 

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