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Diatriba contra el despecho (O el burdo desencanto de lo permitido)

Flickr, laffy4k
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Libaniel Marulanda (*)

Señor cantante, si usted quiere romper el cerco discográfico y mediático; si sus sueños públicos, íntimos y sentidos siempre han estado encaminados a seducir a esa escurridiza deidad llamada fama, atiéndame los siguientes consejos que lo llevarán en coche hacia sus brazos. Usted está pasando el aceite de las dificultades económicas, su nariz está achatada por los portazos de productores, empresarios y emisoras. Usted cree ser un buen cantante, con las condiciones necesarias para ser tomado en serio. Sobrepuestos a los celos gremiales, incluso para sus colegas, usted es afinado, tiene medida y buena voz. Usted se sabe estudioso, preocupado por ampliar su repertorio y, lo que es importante, tiene una pinta y un ego talla XL. En suma, usted “es un buen muchacho”, pero en el mercado de la farándula nadie mete las manos al fuego por su trabajo…

Óscar Agudelo dijo que sí, sin darle muchas vueltas al asunto. Se trataba de actuar en la semana cultural de la Procuraduría General de la Nación, a salvo entonces del incienso y el fanatismo católico. La actuación de Óscar Agudelo y otras figuras sería retribuida con magnánimos aplausos y ni un solo peso, lo usual en los presupuestos para la cultura. Como la conversación no podía reducirse a pedirle su gratuidad vocal, ante el consabido ¿Cómo va el trabajo?, entre risas refirió que en Villavicencio querían presentarlo en la plaza de toros si no cobraba mucho. El precio de su show partía de $400 mil pesos. Los empresarios, antes de indagar el costo, le advirtieron que el espectáculo sería muy importante para Óscar: tendría la honrosa oportunidad de alternar con uno de los ídolos del recién inventado género del despecho.

Señor cantante, desde el momento en que quiso sustraerse a la cauda humana que deriva su sustento del trabajo llano, aburrido y mal pagado, tanto sus padres como sus vecinos y amigos intentaron persuadirlo de la enorme dificultad que entraña ganarse la vida cantando. Y, como de todas maneras tampoco hubo donde trabajar mientras su voz se fortalecía, al final hizo lo que le produce mayor placer: cantar, cantar, aquí y allá, de esto y de lo otro, pero, eso sí, esforzándose por ser cada día mejor. Y como “lo que natura no da Salamanca no lo presta”, usted comprobó que a la buena factura de su canto podía añadirle las ganas y capacidades para componer. Tenía ante sí dos o tres generaciones de músicos que a pulso ganaron sofá en la sala del prestigio y el fervor del público.

Sin que Óscar Agudelo señalara cuál era su precio, los empresarios le advirtieron que tenía que cobrarles tan suave como la estrella del Despecho. Como nuestro viejo cantante se sintió categorizado como decadente y telonero, les preguntó a los realizadores por la cuantía asignada al despechado “showman” central del evento. “Cinco millones”, le dijeron. Y como la vejez mata diabólicas sapiencias, Óscar ladró echado y luego del regateo accedió a presentarse por una suma que era diez veces mayor a la que pretendió pedir. Si quiere mayor claridad párese en el año de 1992: Nueva Constitución, ascenso del cartel del norte del Valle, decadencia del cartel de Medellín… Pereira se endomingaba con presidente neoliberal, grandes inversiones, flujo de capitales claros y oscuros. ¡Ah! y con el auge del cartel, el advenimiento y consolidación de su respectiva subcultura: ¡Viva el despecho!

Señor cantante,  su formación e imaginario, con academia o sin ella, estuvo tutelada por el variado repertorio de ese algo que llamábamos hasta el siglo pasado música popular. A usted quizá también lo acunó “en tangos la canción materna pa llamar el sueño”, vio brotar “como en un manantial las mieles del primer amor”; a pesar de su juventud ha castigado la baldosa con La piragua, de José Barros, Sonido bestial, de Richie Ray, e incluso ha llegado a coquetearle a Alci Acosta. Sus padres y abuelos le han hablado de Leo Marini, de Tito Rodríguez, Los Panchos, La Sonora Matancera, Lucho Ramírez, Alfredo Sadel, Marco Antonio Muñiz y cientos de vocalistas y orquestas del siglo pasado. Pese a la brecha, usted ha admitido la calidad de sus antecesores y por eso muchos de esos temas están en su repertorio…

Para hacer un poco de historia, precisemos que desde los albores del siglo pasado comenzaron a oírse grabaciones de discutible calidad musical. Luego, el hecho de que las estaciones del ferrocarril fueron aglutinando hoteles, bares y servicios de asistencia sexual, fue atrayendo un estilo de música popular que era el anillo al dedo de amores y desamores. Aunque era música sin pretensiones, sus letras e intérpretes se esforzaban en tener decoro. A esa música se le llamó música de carrilera. Justamente en esa corriente musical dio sus primeras y decisorias brazadas Óscar Agudelo. Sus éxitos fueron refritos criollos de viejos tangos argentinos, incluso cantados por Gardel y otros pesos pesados. Su voz plena de eses sibilantes, muy paisa, colonizó bares y corazones en la geografía colombiana. Oiga cualquiera de sus canciones y notará que tienen letras coherentes y bien hechas.

Señor cantante, despiértese que hace veintidós años se agotaron los cupos para la música que heredó, que añadió a su repertorio o ha compuesto. De ilusos tenemos suficiente; aquellas historias de ignotos cantantes que son descubiertos por magnates de la industria fonográfica o empresarios artísticos, ahora son cuentos de hadas. Tal vez en latitudes del primer mundo se observen casos así pero usted es de aquí y el TLC tampoco funciona para eso. Percátese de que tiene millones de personas haciéndole competencia segundo a segundo. ¿Sabe cuántos álbumes se graban por minuto en el planeta? Simple: cuente cuántos estudios de grabación tiene su ciudad, multiplique por el número de ciudades del país; averigüe cuántas grabaciones hace en promedio cada estudio; súmele el mercado exterior y, entonces, entre en contacto con la superficie donde ahora está parado y rascándose la cabeza.

Hemos citado a una figura como Óscar Agudelo porque a través de su anecdotario podemos contar la historia común a los cantores de una música que perdió su sitio bajo el sol. Episodios como el suyo en el espectáculo de Villavicencio, narrado arriba, han sido vividos por centenares de artistas a quienes se les agotan de manera paulatina los compases para vivir y cantar. A los lectores puede parecer arbitraria la distinción entre música popular y música del despecho. Pero no es un afán de enredar la cuestión ni caer en los “ismos” tan socorridos en la literatura y demás artes. Hay que buscar el porqué de la frontera entre una y otra expresión a partir de la ocurrencia de hechos sociales y económicos. Aquí también la concurrencia del dinero, las bonanzas y sus personajes engendra expresiones culturales o contraculturales.

Señor cantante, usted puede llegar adonde es preciso que llegue, si es que ya lo convencí de lo inútil que es soñar en términos éticos o estéticos. Mire y oiga a su alrededor. Le propongo que escojamos algunas luminarias del despecho; desde quien ha fungido como rey del género hasta sus émulos que son como las últimas copias que se hacían al carbón en las oficinas. ¿Qué tienen ellos que usted no pueda tener? Hombre, píllese la nota cómo es; comience por la voz: en cuanto más grotesca,  mejor; si tiene algún defecto notorio, como un abuso al vocalizar, eso que llaman un sonsonete similar al que entronizó el propio rey, usted “está hecho”. Los productores o sus padrinos notarán que su voz tiene “personalidad”. Entiéndalo: para cantar feo es preferible nasalizar su voz y emitirla por entre los cornetes.

La música del despecho y su designación oficial como género proviene de un festival homónimo que se realizó en Pereira, en noviembre de 1990. El evento fue publicitado y difundido en medios nacionales, como la Revista Semana. Incluso pretendía convocar a poetas, escritores y demás artistas, alrededor del desamor. Al parecer todo un evento de alta connotación cultural. Bien pronto quedó al descubierto su verdadera razón: vender un abominable género musical, traficar con la impuesta ignorancia del pueblo. No nos metamos mentiras: su promoción festivalera tan solo buscaba engrupir al turismo despistado y promover el mercado de una música de paupérrima calidad. Una música de melodías y armonías previsibles, chabacanas, prefabricadas, clisés, sometidas a un formato invariable en sus arreglos e instrumentaciones. Unas canciones y letras que pueden componerse en media hora, sin que se requieran conocimientos musicales o literarios.

Señor cantante, ¿Quiere saber cómo se hace una letra despechada, comercial y que cautive pueblo? Le voy a transcribir un ejemplar fragmento, de “Por mí llorarás”, de Luis Alberto Posada:

“Sola quedarás cuando me aleje,/no sé a quién querrás cuando te deje,/sé que otro vendrá y te besará/y con sus caricias me recordarás,/al besar sus labios me recordarás,/ al sentir sus manos me recordarás,/ al mirar sus ojos por mi llorarás,/ y al decir su nombre el mío dirás,/ y no te amará como yo te amaba,/ ni te besará como yo te besaba,/ni te quemarán sus labios fríos,/ entonces tu alma añorarán los míos,/ y me buscarás y me llamarás,/ y al nunca encontrarme por mí llorarás,/ sin ningún consuelo, ni una mano amiga,/ que por ahí te diga, yo sé dónde está (…)”

El imbatible triunvirato que conforman, El Charrito Negro, Luis Alberto Posada y Jhonny Rivera, se fortaleció en la región de mayor bonanza de coca y violencia narcoparamilitar: El norte del Valle y Risaralda. Abarrotan coliseos, robustecen la billetera de Jorge Barón y es tanta la adoración colectiva por ellos que su sonsonetudo estilo permeó la juventud de aquellos entornos geográficos de dualidad rural-urbana, justamente los lugares en donde nacieron y comenzaron. El poder seductor de esta subcultura ha conseguido instaurar un sincretismo que en épocas pretéritas hubiera sido imposible: alrededor de las ventanillas y expendios de alcohol, en un derroche de decibeles, atruenan el reguetón y las canciones del despecho. Por otra parte, los políticos descubrieron una fórmula infalible para captar clientela en elecciones: llevar a los ídolos; una inversión costosa pero que los contratos y la repartija burocrática resarcirán.

Señor cantante, analice la canción transcrita, haga una parecida y procure evitar un recalentamiento neuronal. Fíjese que en los 16 versos transcritos, hay 16 originales rimas obtenidas a partir de inflexiones verbales: Llorarás, vendrás, etc. Para ser más creativo recurra también al filón de rimas de los participios pasados: llorada, tomada, recordada…en fin, existen centenares de palabras adecuadas para darle fuerza a la canción que puede catapultarlo. Ojo: no caiga en la tentación de utilizar palabras diferentes a las usadas por los triunviros citados arriba. Recuérdelo siempre: el estribillo es la clave para que el público sienta ese amor a primera oída por sus creaciones. Péguesele a un productor de televisión del Canal Uno; lagartéele, llórele, haláguelo y convénzalo. Trabaje, trabaje y trabaje, que la pulsera y el collar de fantasía que usa ahora serán reemplazados por oro de verdad.

La música ha sido víctima en todos los tiempos de la ambición desbordada de productores y empresarios. El mercado requiere vender lo que sea y el sentimentario popular es rentable. Los promotores argumentan que producen lo que el público quiere. Pero… ¿No será más bien que la gente termina por aceptar aquella basura que muele una y otra vez la radio o la televisión y responde al estímulo como perro a la campanilla de Pavlov? He aquí una explicación a la existencia del monopolio que el abominable género instauró en el país. Solo así nos explicamos por qué hasta las cajas de compensación familiar han terminado por expedirle pasabordo en sus programas de esparcimiento cultural a este cartel del despecho. Aquí podemos deducir cuál es el papel determinante de la payola en la elaboración del gusto musical de una sociedad.

Señor cantante, atienda mi mejor consejo: consígase treinta millones de pesos. Vaya a San Andresito. Busque a uno de los duros de la piratería. Dele la plata y sus canciones. Él quemará veinticinco mil copias de un nuevo disco MP3. El título puede ser, “Nuevos éxitos del despecho con Darío, El Charrito, Luis Alberto, Jhonny…y ¡usted!”  Las copias serán distribuidas en todo el país. Cada vendedor callejero de cedés tendrá este nuevo álbum. Autopiratearse no le producirá dinero pero, lenta,  la fama llegará con los contratos que le permitirán obtener esos sesenta millones de pesos que deberá pagar en  payola. ¿Qué es eso? Elemental: pague por hacer sonar sus canciones varias veces al día en la radio regional. A más emisoras, más plata pero mayor fama. ¿Qué dirán en su pueblo cuando lo vean en El Show de las Estrellas?

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(*) Colaborador.

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