María Alejandra Valencia
He escuchado muchas veces a las personas decir que los amores a distancia son precarios y dañinos; me pregunto si son los amores a distancia o las distancias de las personas las que dañan a la gente, las que deterioran al amor. Al amor como palabra, al amor como sustancia, como ser, como significante de un conjunto de sensaciones y acciones, melodías y armonías, colores y sabores que son comunes de los vivos y los muertos.
Me encuentro rodeada de personas que permanecen juntas en materia, pero que como sustancia, las aleja una distancia más grande que la que transciende el pasar de un continente a otro. Los amores a distancia no son de kilómetros: son de ciegos y sordos; de insensibles y acostumbrados. De conformistas y resignados.
Prefiero no caer en ese círculo efímero de las promesas eternas, de los cuentos de hadas que dibujan finales felices, de princesas que besan a sapos que luego del beso se convierten en príncipes, con los que conviven para siempre. No sé qué me produce más fobia, si los sapos y los príncipes, o el hecho de pensar mi pequeña eternidad atada a un “para siempre”. Me parecen promesas un poco inocentes y burdas, aterradoras.
No hemos querido ver la humanidad del otro, su naturaleza y verdadera sustancia, nos hemos vuelto posesivos y egoístas, nos hemos enceguecido tras un montón de bondades embellecedoras de la realidad y vuelto locos tras la idea de los romances perpetuos, hemos decorado con un montón de virtudes algo que simplemente es de humanos.
Amamos a alguien, a algo, entregamos una parte de nosotros, y recibimos otra, nos empezamos a descubrir, a desnudar ante el otro, ante nosotros mismos. Y así volvemos a empezar, porque es que el amor que hemos concebido tras tantas falsas pretensiones es como un barco de papel: esperanzado lo pones en el agua esperando que llegue lejos, comienza a navegar, todo marcha bien, pero es inevitable que -al mojarse- el agua empiece a volverlo pedacitos, a diluirlo, es inevitable que se comience a deshacer, convirtiéndose en fragmentos de tiempo e historias, fragmentos de vida, de entregas mutuas, de noches de barcos de papel, de papel diluido que luego deja de existir. Al fin y al cabo eso es la vida, un conjunto de unidades, una unidad de conjuntos que van armando el rompecabezas de lo que ahora somos, de lo que un día fuimos y lo que mañana seremos.
Y entonces, ¿son los amores a distancia? ¿Las personas distantes? O nuestra pretenciosa concepción del amor la que pone un montón de kilómetros entre unos y otros.