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Carta abierta de Pablo Montoya a Gina Parody

Gina

 

Envigado, 17 de agosto de 2016

Señora

Gina Parody

Ministra de Educación

E.S.M.

Respetada Ministra Gina Parody:

No soy militante político de ningún partido, pero creo que cada actitud ejercida, en el campo de la existencia, posee una insoslayable carga política. No soy homosexual, pero respeto, desde que los asuntos de la sexualidad empezaron a tocar mi cuerpo, mi mente y mi espíritu, las minorías sexuales. Y no solo las respeto sino que las defiendo y doy gracias por su existencia y me alegra que enaltezcan la condición humana. Ni qué decir que apoyo las luchas de las minorías étnicas del mundo. Soy blanco de piel, pero mi espíritu y mi sensibilidad y mi inteligencia son negros, indígenas, amarillos, rojos y de todos los demás colores. Soy, culturalmente, un híbrido, un mezclado, un mestizo. Soy, finalmente, un ecologista convencido y un pacifista incondicional. Y creo que una de mis misiones es luchar, desde la palabra escrita que debe ser palabra activa, contra la intransigencia y la estolidez de los poderosos y distanciarme del rebaño que los aprueba.

Como ciudadano colombiano he seguido su trayectoria. Y no me cuesta nada expresarle que la admiro porque usted es una mujer valiente y lúcida. Lamento, es verdad, su militancia con el partido de la U y que en sus inicios no haya sido del todo independiente. Su paso por el Uribismo aún no logro comprenderlo del todo. ¿Cómo cayó usted en semejante manipulación de la política y en semejante caudillismo de caricatura? Siempre he pensado que la sensatez, la transparencia y la justicia no tienen nada que ver con las formas en que actúan Álvaro Uribe y sus seguidores. Pero sus denuncias y su disidencia demostraron, en su momento, que usted no cayó en los embelecos de ese grupo.

Su carrera por el mundo de la política me sorprende. Pero lo que más me llama la atención, y lo que me lleva a escribirle estas líneas, es su entereza al declararse homosexual en un país que detesta, en casi todos los campos, este tipo de preferencias sexuales. Y me atrevo a decirle que lo que acaba de pasar, el episodio de las cartillas ministeriales para educar la sexualidad de un país mal educado en ese sentido, no debe asustarla. En realidad, le escribo simplemente para pedirle, con todo respeto, que siga adelante, que no desfallezca, que su causa es genuina y necesaria porque contribuye a que este pueblo colombiano, tan intolerante, vaya saliendo de su penumbra. El combate no es fácil. De hecho, ningún combate en la larga historia de la defensa de los derechos sexuales ha sido fácil. Ha habido asesinatos, persecuciones, humillaciones colectivas, inducción a suicidios. Y lo paradójico es que quien más ha ayudado a construir este horizonte aciago han sido las grandes religiones monoteístas. El cristianismo, y sobre todo la Iglesia católica, ha perseguido y castigado estos comportamientos sexuales con argumentos tan brutales como falsos. Argumentos que dictan sus códigos morales viciados. Ese es el tamaño de la realidad: los altos representantes de la Iglesia católica colombiana se pusieron energúmenos y salieron a pedir su cabeza, a solicitar el retiro de la Web de una cartilla bien escrita y ejemplar. Contradiciendo con su actitud las enseñanzas de amor y respeto al otro predicadas por el Jesús de los Evangelios.

Una mirada a la historia de la educación sensorial de Occidente permite entender que lo que se está haciendo desde el Ministerio de Educación, bajo la autorización de la corte es tan urgente como plausible. Es un proyecto civilizado y democrático que sirve para que este pueblo supere sus odios y miedos. Por supuesto, usted lo sabe más que nadie, que seguir adelante tiene sus riesgos. Los riesgos de los insultos y las amenazas de esa clase política siniestra que nos caracteriza y de ese pueblo colombiano que, es verdad, está conformado por nuestros amigos, nuestras familias, por la gente con la que hablamos cotidianamente; pero que, al fin y al cabo, puede tornarse, como lo vimos en las manifestaciones pasadas, en una masa furiosa. Al ver esas multitudes enfurecidas, en donde estaba debo decirlo parte de mi familia, pensé en la terrible carga que nos dejaron los vientos de la Contrarreforma de Felipe II. Aquellos que nos prohibieron leer, imprimir libros, educarnos en el respeto por la diferencia del otro. Aquella que nos educó con el catecismo del padre Astete, ese lamentable conglomerado de prohibiciones.

Allá cada quien con su catecismo en su casa, allá cada quien con su dios y su conciencia en la morada de su ser. Pero lo que debemos buscar es que esos catecismos y esos dioses permitan un mejor diálogo, respetuoso e incesantemente creativo, entre nosotros. Es esencial que en las escuelas y colegios del Estado, en los espacios públicos, primen los valores cívicos y democráticos que la Corte Constitucional designe. Lo que genera preocupación, sin embargo, es que continuamos siendo el país del Sagrado Corazón de Jesús. Un país diseñado por una serie de gramáticos, políticos y monseñores apegados a una religiosidad caduca, y ajenos al espíritu de la modernidad laica. Al ver esas marchas es fácil concluir que Colombia es una nación peligrosamente reaccionaria. Pero no por ello hay que dejar de creer que el papel de sus minorías intelectuales y demócratas es enfrentar, bajo la legalidad y el civismo, y con claridad y decisión, esta oscuridad reinante. La educación debe ser el baluarte desde donde se enseñe y se practique el respeto y la tolerancia hacia el otro. Es crucial continuar en la pelea por una digna civilidad. Y en esta lucha, señora Ministra Parody, le pido el favor que no dé marcha atrás.

 

Cordialmente,

 

Pablo Montoya

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