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A Raúl Gómez Jattin

Raúl Gómez Jattin
 

En una conversación con Milcíades Arévalo, mientras estabas internado en La Clínica Psiquiátrica La Concepción, dijiste que la locura no era más que un desplazamiento de tu realidad poética hacia una realidad cotidiana.

Gabriela Supelano

Como si todo ese universo de imágenes construidas con palabras se mezclara intempestivamente con los buses, las comidas y las calles.

Me pregunto cuántos de nosotros, aspirantes a poetas, novelistas o escritores, no sentimos que se nos viene ese mundo poético encima. Cuántos no nos acostamos en nuestras camas a soñar con encuentros hipotéticos, diálogos ficticios, demonios en las esquinas y reproches paternales.

Tú podrías ser perfectamente ese personaje que nos envuelve a todos, todos los poetas que queremos ser malditos y los que no lo logramos porque tal maldición no existe. ¿Eres acaso ese loco que presentimos tener dentro? El que se mueve sigiloso para escabullirse dentro de nuestros versos. Ese suicida que todos sabemos habita en nuestros pechos inflados. El que se fue de galope “Levantó la mano armada / Hasta su sien / Y disparó”. El que “se fue a galopar / A las praderas del cielo”.

Jaime Jaramillo Escobar te escribió desde Cali, mi ciudad, el 17 de septiembre de 1983. Declaró en su carta que “todos los demás estamos maniatados por la crítica, los reglamentos del verso, los corsés de la gramática, las normas de la sociedad, los preceptos religiosos, las jaulas políticas, los considerandos utilitaristas, las órdenes de los diáconos, la urbanidad, los regaños de la familia, las conveniencias del matrimonio, los impedimentos del trabajo, los rezagos burgueses”. Todos maniatados menos tú. Menos tus poemas. ¿Y hoy no seguimos maniatados y conformes? ¿Temerosos de lanzarnos a la libertad absoluta en el poema? Muertos de miedo de separarnos de esa academia insípida. Muertos de miedo de la locura. ¿No somos ahora poetas cobardes, de los que trazan la línea entre el verso y sus camas como si no convivieran en el mismo cuarto? Tú, tú que eres “territorio libre del poema”, ¿qué dirías de mis visiones ingenuas?

En su carta, Escobar habla de que para pertenecer al alto mundo de la poesía tenemos que existir en la capital, “muertos de frío a las puertas de la Academia mendigando un gerundio y poniendo mucho cuidado para que no los vaya a picar el qué galicado”. Habla de tu rebeldía casi inconsciente. De cómo a ti, parado como siempre, no te importó romperle a nadie la “normalidad” en la cara.

“Las polvorientas calles de Cereté te ven y no te creen”, te dice Escobar. Te ven ahí, sentado en tu silla, como alguna vez recibiste a Milcíades Arévalo y le compusiste canciones “ridículas”. Y los habitantes de tu aldea siguieron diciendo que eras un hombre despreciable y peligroso. Y tu soledad, de la que sólo he escuchado a través de un libro con tu cara en la portada, no desapareció nunca. Y sigo esperando a que esos ojos impresos en la tapa del Amanecer en el Valle del Sinú me digan algo más. Que me respondan como tu carta al otro poeta, a “Ese admirado y lejano Jaime Jaramillo Escobar / Pero amigo y hermano de mi soledad como mi propio verso”.

La cuestión es sencilla Raúl Gómez Jattin, quisiera que me dijeras que no lo hiciera. Que no enmarcara mi vida en un cuadrado de imágenes y “locura”. Que huyera lo más pronto posible de ese cuarto de sanatorio repleto de brujos blancos y negros.

O que tal vez hicieras como tu padre, que apaciguando a tu madre preocupada, dijo: “Déjalo que mienta, Lola, y será poeta”. Y me empujaras con tus propias manos (o versos) al infame abismo de la poesía.

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