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A la muerte del obsceno, la obscenidad perdura

Anais Nin y Henry Miller
Anais Nin y Henry Miller

31 años desde la muerte de Henry Miller.

Juan Villamil (*)

Un 7 de junio, uno de hace 31 años, murió el escritor norteamericano Henry Miller. Hombre comprometido con la hambruna de un artista en la París de los años 30, las mujeres fáciles (a su juicio, al menos literario, un número tendiente a todas); una esposa –la segunda de cinco- de quien, según afirman aquellos que la conocieron, lo mínimo que podía decirse es que era inverosímilmente hermosa; comprometido con el sexo, el suyo y el de los demás; el alcohol, la calle, la pintura, la literatura, en fin, todo cuando hace falta para estar verdaderamente comprometido con la vida y no morir en el intento. Frase vulgar, muy abusada; mejor que el propio Miller lo diga, a su manera, original e inimitable manera: Estamos en el otoño de mi segundo año en París. Me enviaron aquí por una razón que todavía no he podido desentrañar. No tengo dinero, ni recursos, ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Podríamos hablar de lo kafkiano detrás de la segunda frase de la cita, Me enviaron aquí por una razón que todavía no he podido desentrañar, o de la filosofía de vida (o como sea que pueda llamarse al tipo de ideas que hay en la mente al despertar cada mañana; cada medio día, en el caso de Miller) que encierran las dos últimas frases de la cita, que, dicho sea de paso, hacen parte del inicio de Trópico de Cáncer, el primer libro publicado de Henry Miller. He aquí una de las grandes limitaciones del periodismo: tendré que decidir por ustedes. Elijo lo menos fácil.

Henry Miller llegó a París en 1930, quizá huyendo (especulo) de una Gran Depresión que, no obstante, nadó con él hasta cruzar el Atlántico e ir a instalarse en sus múltiples domicilios, primero puentes en su mayoría y después, gracias a un golpe de suerte, una habitación en el apartamento de su amigo, el abogado Richard Osborn. Miller padecía hambre, a veces frío, dependía de la caridad pero, en general, ostentaba la vida que había estado persiguiendo. Durante esta época escribe Trópico de Cáncer, libro en cuyo proemio, una cita de Ralph Waldo Emerson, puede entreverse el carácter eminentemente autobiográfico de Miller. A esta época debe añadirse el encuentro entre Miller y Anaïs Nin, escritora francesa (famosa por sus Diarios, íconos de la literatura erótica), esposa de un adinerado banquero, y quien no sólo será amante de Miller y June, su esposa, sino, más importante aún, impulsará la publicación del primer Trópico. La aparición del libro, en 1934, invocará el inicio de un proceso judicial en Estados Unidos contra Miller, acusado de obscenidad, que concluirá con la censura de su obra en ese país. ¿Por qué? Porque, en efecto, el libro es obsceno, lo que en arte (arte en el menos amplio sentido de la palabra) quiere decir que se trata de un libro realista, bello, estético, ameno y tanto más como se quiera pero realista, lo que a su vez significa crudo, fuerte, no apto para menores ni mayores puritanos. Y la sociedad americana de los 30 adolecía de un puritanismo salvaje. Harán falta cerca de 30 años para que en 1964 el gobierno americano anule el fallo y permita la entrada de la obra de Miller, a quien en adelante llevará en su estandarte como uno de los más grandiosos escritores de Norteamérica: la perfecta y feliz corroboración la idea milleriana de la sociedad.

Sociedad a la que tal vez no odiaba, sin duda no amaba, pero jamás dejó de lado, fuera de sí. Miller se alimentaba de ella, y lo hacía con tanta voracidad como ningún otro escritor ha logrado plasmarlo jamás en sus líneas. Esa puede ser la razón más simple, y por lo pronto la más probable, por la que Henry Miller es considerado un escritor sin herederos literarios. La auto-adjudicación de esa herencia por parte de la llamada Generación Beat, por proceder de esa manera, anula un encuentro literario real y la deja sumergida en la más triste de las imitaciones fallidas. Si hubo una herencia, esa debe corresponder a Charles Bukowski, pero su estilo es tan peculiar y su vida tan vagabunda, que hallar similitudes, en primer término, no deja de ser un acto de fe, y habérselo preguntado directamente, una estorbosa necedad periodística, pues siempre estaba borracho.

En 1939 se publica Trópico de Capricornio. Al parecer, en el Estados Unidos de hace 70 años, una persona no podía ser juzgada dos veces por el mismo delito. En este caso el delito de retratar la realidad como era (y como es), sin más belleza que la intrínseca a una semana sin comida, a una mujer mugrienta pero sexualmente complaciente, a un trabajo en el que al final del día, siempre tenía yo una lista de cinco o seis <repartidoras de telegramas> a las que valía la pena probar. El truco consistía en mantenerlas en la incertidumbre, prometerles un empleo, pero conseguir primero un polvo gratis. Sin más belleza, en fin, que la intrínseca a la literatura. La historia, como ha ocurrido siempre, se encargó de dar a Miller el lugar que le corresponde. Para su fortuna, la historia tardó poco y su vida más de lo que las más optimistas de las predicciones vaticinaban. Miller alcanzó a publicar más de 20 libros.

En 1976, a sus 84 años, el escritor de lo obsceno conoce e inicia una relación con Brenda Venus, joven actriz de 20 años, probablemente su última mujer, a quien escribirá más de 1.500 cartas de… ¿amor?, sí, de un amor bastante peculiar. Esas cartas, todas memorables, todas ellas propias de su estilo y carácter, fueron recuperadas de manera póstuma en el volumen titulado Querida Brenda (Seix Barral, 1986).

 Henry Miller murió a los 88 años en Los Ángeles, California, un 7 de junio de hace 31 años. La sociedad, esa que él criticó en cada frase desde su aguzada literatura, continúa siendo fundamentalmente la misma.

(Salvo para sus lectores.)

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(*) Colaborador.

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