El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

«HORACIO BENAVIDES, POETA DEL AGUA


HB

Horacio Benavides, Premio Nacional de Literatura 2013

En agosto del 2013 leí el artículo de Arcadia

http://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/el-poeta-que-vino-del-sur/32732

y la verdad es que pocas veces en la vida he leído algo tan hermoso, una experiencia sensorial e intelectual maravillosa. ¡Qué panteísmo tan poderoso! ¡Es la sabiduría desde todos los ángulos posibles! Un gran regalo para los que aún nos conmovemos y nos dejamos sorprender por las pequeñas cosas que nos rodean; pero también por la dura realidad que nos golpea día a día. Pienso no sólo en Colombia, sino en Siria o en Irak o en muchos países de África.

Desde ese momento mágico quise conocer personalmente al poeta Horacio Benavides. Así que en septiembre de 2013, estando en Cali en la casa de mi amiga Clara Schoenborn, esa otra gran poeta, busqué la posibilidad de poderlo conocer. Fue gracias a otra amiga muy querida, poeta y gestora cultural de gran renombre, Gloria María Medina.

Clara Schoenborn me acompañó a la casa que Horacio Benavides comparte con su esposa. Fue un momento cálido, humano y profundo.  Él mismo me dio un ejemplar de La Serena Hierba, y luego un amigo muy querido me regaló De una a otra montaña, la obra reunida que publicó la Universidad Nacional de Colombia (2013).

He leído varias veces los dos libros. Me he bañado con sus palabras, las he bebido como si fuesen néctar. La sensación no era nueva, la sentí hace muchos años cuando leí por primera vez a Walt Whitman y su portentoso libro Hojas de Hierba. El panteísmo de Whitman lo volví a degustar, sorbo a sorbo, en los versos de Benavides. Tuve la impresión de pasearme por un jardín japonés, donde todo es pequeño y grande a la vez, pisando con cuidado las huellas de dos hombres que han sabido ver a través de la luz sin perder la visión y que han viajado siguiendo sus trazos; que se han mirado en el espejo del agua, no como Narcisos, sino que se han mirado para penetrar en los secretos más recónditos de los cánticos a la naturaleza. Sus voces se han unido al unísono para componer loas a los animales, a los árboles, a las hojas, al viento, al agua, al sol, al día o a la noche; pero también para cantar a esa especie que camina funámbula entre la preservación de su mundo y su destrucción, me refiero a la especie humana. Y por supuesto que también le cantan al amor. Whitman a los efebos que encontraba a lo largo de las vías ferroviarias y Benavides a las mujeres, o a su mujer, musa y compañera de su vida. El amor los ha nutrido y en él se reconocen como poetas y creadores.

En La Aldea desvelada (1998) Horacio Benavides no olvida que la muerte es la antítesis de la vida, así que también la nombra en un verso muy logrado “el agua que bebe/ es solo sombra”. En este libro Benavides es la voz de todos los poetas, al menos de los poetas colombianos; ya que la violencia que corroe las entrañas de Colombia está retratada en toda su dimensión y en todo su horror:

“Dónde dejé mi brazo

dónde mi cabeza

qué disparo voló mi dedo

qué plomo se llevó mi ojo

qué perro se cargó mi hueso” (Poema 38)

El poeta que nombra a la Muerte sabe que ELLA es la verdadera ama y señora de Colombia. Al recordarnos que somos perecederos, nos hace al mismo tiempo conscientes que somos seres históricos, por lo que no podemos pasar por este mundo sin haber dejado una huella que nos dignifique; algo que solemos olvidar día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto. No hemos podido escapar a esta guerra fratricida que nos ha hecho canibales. Guerra que nos ha transformado en monstruos que solo buscan fagocitarse los unos a los otros.

En el poema 39, un claro homenaje al Comala de Juan Rulfo, Horacio Benavides, nos muestra el reflejo de nuestra propia podredumbre; la que ha hecho de nosotros seres que arrastran la violencia como si fuesen grilletes, que arrastran la pena como si se tratase de una segunda piel. Nos recuerda que no necesitamos espejos para ser conscientes de lo que somos, ya que:

“Solo los perros ladraban a mi paso…/como no iban a ladrar /si me faltaba la cabeza…7como no iban a ladrar/si me faltaban las piernas”

En esta eterna errancia el poeta busca a la madre que no es otra que la Matria, no Patria, sino Matria:

“Al fin di con tu casa, madre/Tu casa como una nube blanca/entre tanta negrura»

La Matria a la que hemos herido una y otra y otra vez:

«Pensé que dormías agotada por la pena/y no quise despertarte/y me fui yendo por donde había llegado”

Y sigue buscando, no sé si una redención o un perdón, que de todas formas sabe imposible:

“Vine a reencontrarme/a recobrar lo perdido/no pude hallar acomodo en mi sueño/Lejos clamaba mi pie/No es posible resucitar/con una pata de palo/un hombre/con una pata de palo/es un monstruo (poema 41)

Horacio Benavides nos recuerda que el paraíso no existe, que lo más cercano es el infierno, que no hay escapatoria posible y que la paz ha sido reemplazada por la “pata de palo”. Nos recuerda que estamos más cerca de la esencia propia de un “monstruo”. Nos recuerda que la violencia nos despojó de lo poco que teníamos de seres humanos:

“Yo barquero del río/sin límites/te llevaré al otro lado/de la corriente/Deja en prenda/por el paisaje/tu identidad/Serás todo y nadie/en el pueblo sin nombre

El barquero -una clara alusión a Caronte- siempre al acecho, parado eternamente en la orilla del río Estigia donde hemos de abandonar nuestra propia “identidad”. El barquero, a la espera del óbolo con el que hay que pagar el último viaje, habrá de conducirnos a nuestra última morada, la que no tiene “nombre”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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