El Hilo de Ariadna

Publicado el Berta Lucia Estrada Estrada

CUANDO LA JUSTICIA ES IMPARTIDA POR VIOLENTOS, EL CASO DEL PAÍS DE MACHITOS

 

Muchas veces he escrito sobre la conducta nefasta de muchos hombres violentos que están incrustados en todas las capas socioeconómicas de Colombia. Este es un país machista, misógino, retrógrado, excesivamente religioso, y este sentimiento no le impide agredir a la mujer, o a los niños, o robar, o matar, o ser corruptos; por el contrario, en muchos casos se encomiendan a su santo predilecto o a María.

 

Ahora descubrimos que también algunos de los encargados de impartir justicia, como es el caso del magistrado de Cúcuta y del fiscal de Santa Marta, antes que verdaderos hombres son tipejos violentos que no dudan en demostrar su poder ante una mujer.

 

El magistrado al que hago alusión, con su lamentable barriga al aire, amedrentó con un cuchillo a una estudiante de medicina por el sólo hecho que ella había ocupado su parqueadero. Pareciera que un mamarracho así nunca hubiese pasado por una universidad. ¿Acaso en las Facultades de Derecho se enseña a subsanar un error con una clara incitación a la violencia? ¿Es preferible la intimidación, o las lesiones personales o el asesinato, a un diálogo mesurado y respetuoso?

 

Son las mismas preguntas que podrían hacerse al fiscal que por poco mata a su hijastra, y que además sale públicamente a decir que va a demandarla. Es un típico macho, de esos que sólo son muy hombres cuando gritan y agreden en la intimidad de sus hogares. Pero cuando son confrontados, cuando se les exige un comportamiento ejemplar, dicen que eso es del terreno privado y que el cargo como fiscal no tiene nada que ver. Sin embargo, es en ese momento cuando de verdad muestran su verdadera cara: peleles de poca monta, cobardes, manipuladores y violentos hasta la médula. Pobres mequetrefes a los que les falta mucha altura para ser hombres.

 

Más lamentable aún la conducta de la madre de la estudiante agredida, que por miedo al escándalo, a perder su posición socioeconómica, y el temor a enfrentar la vida de ella y de sus vástagos sola, prefiere dormir con el enemigo. Y lo que es peor, darle la espalda a su hija, a la que casi mata su marido energúmeno. Dirán que fue efecto de los tragos. Ninguna borrachera puede jamás ser una excusa para explicar un delito. Y agredir a una mujer es un delito execrable, aunque aún haya muchas personas, hombres, mujeres, curas o adolescentes, que traten de minimizar la violencia de género.

 

Y  cuando iba a ponerme a escribir esta diatriba, otro hombre fue arrestado, esta vez en Medellín, por haber tratado de matar a su suegra. Las mujeres, en este país de machitos, somos vistas como objetos desechables, como chanclas, como basura, no en vano hay una ranchera que utiliza esos términos para referirse a la mujer a la que se le está cantando.

 

El feminicidio es una realidad, así nos tapemos los ojos para no verlo, así nos tapemos los oídos para no escuchar los gritos de las mujeres agredidas, así las mismas mujeres, como la otrora senadora, y también abogada, y ahora candidata a la gobernación de Antioquia, traten de verlo como algo que merecemos porque sencillamente “somos muy jodonas”. Una verdadera vergüenza. Una vergüenza que debiera ser colectiva. Desafortunadamente la conciencia de género no es enseñada ni en la intimidad del hogar ni en la escuela ni en la universidad y pocas veces combatida al interior de las instituciones donde laboran los violentos.

 

Abogados como el juez y el fiscal que han sido protagonistas de hechos delictivos, como al que diario son confrontados en su actividad profesional,  son una vergüenza para cualquier familia y por supuesto para la Justicia colombiana. Si algo de honor y arrepentimiento les quedara lo demostrarían renunciando de inmediato a sus cargos y sometiéndose a la justicia. Lamentablemente sé que no será así, por el contrario, van a trata de enlodar a las víctimas de sus comportamientos violentos.

 

 

 

 

 

 

 

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