Dos o tres cosas que sé de cine

Publicado el fgonzalezse

Todo comenzó por el fin: el cine no se acaba nunca

La muerte se asoma al principio de Todo comenzó por el fin. Su presencia gravita desde entonces durante todo el documental, ya sea explícita o implícita. La sensación de fin tiñe a este ambicioso proyecto que busca retratar al grupo de Cali. Pero antes que ser un mero ejercicio de nostalgia, Todo comenzó por el fin es un vital, excesivo y emocionante largometraje. No se conforma con homenajear a un grupo de artistas, ni a revisitar las trayectorias de este colectivo de creadores en tono laudatorio. Todo comenzó por el fin aspira a ser una suerte de film total: uno que conjuga la observación fría e irónica con la evocación cálida propia del recuerdo personal. El diario personal se cruza con el material de archivo, la juguetona reutilización de otras películas para narrar el presente se combina con el uso de videos caseros para mostrar el pasado. Al borde del exceso, Luis Ospina, su realizador, une hábilmente la historia, la crítica y la autobiografía. El objetivo es representar con fidelidad un grupo clave para el cine colombiano. Aunque la muerte marque tan hondamente las vidas de quienes participan en la cinta, es difícil imaginar a una película tan llena de vida.

Cali era una fiesta 

Hoy el grupo de Cali ha adquirido un aura cuasi legendaria. De hecho, en el pasado Festival de cine de Cartagena se homenajeó a Ospina. No siempre fue así. La película recuerda la irreverencia que caracterizó al grupo frente a la rigidez del ambiente cultural del país. El documental es la versión de los hechos contada por uno de sus protagonistas. Sin embargo, Todo comenzó por el fin no se limita a rememorar: mezcla técnicas y formas narrativas para trasladar a pantalla lo que era vivir como parte del grupo de Cali. Siempre, eso sí, se nos muestra los eventos a través de una mirada cercana e irónica. Sexo, drogas y cine, reza el eslogan promocional de la película. Parte de la mitificación del grupo se relaciona probablemente con su estilo de vida. Ospina muestra el frenesí, creativo y a secas, de las décadas de los 70 y los 80. Y Ospina reflexiona: en imágenes fundidas se ven los confusos 80, el delirio del grupo combinado con imágenes del narcotráfico y la violencia que azotaban al país. Nosotros de rumba y el mundo se derrumba dice la canción de Bloque de búsqueda. No es en modo alguno una reflexión moralista, sino una recreación fiel a los eventos. Todo comenzó por el fin es una celebración y una meditación. Es inevitable que surja la añoranza porque Cali era una fiesta, es inevitable que sus protagonistas recuerden meditabundos, a pesar de que nadie hable de una generación perdida.

El cine, la historia y la memoria

Al modo en que Chris Marker convertía a sus documentales en espacios de diálogo entre el creador e imágenes ya existentes, Ospina crea un lugar en que voces y perspectivas confluyen en Todo comenzó por el fin. Las imágenes propias y ajenas se suman a un solo flujo que elabora una nueva versión del grupo de Cali. Así, el material que Ospina graba mientras está internado para ser tratado de un GIST se funde con las imágenes de películas con que se cuenta irónicamente el avance de la enfermedad y del tratamiento. Así, las imágenes de archivo y los videos caseros se mezclan con la versión edulcorada de ellos mismos en una telenovela. El motor que mueve al largometraje es la idea de fabricar una suerte de imagen total que incluya todas las que ya se han producido. La versión de las vidas de los participantes del grupo nace de la conjunción de testimonios, representaciones y material ya existente. La historia no es un documento cerrado y unívoco, sino uno abierto en el que todo cabe y al que uno distorsiona con el recuerdo. Al enlazar todas las versiones, al montarlas dentro de una sola película, se esboza un relato total en primera persona, un relato de alguien que recuerda a través de imágenes propias y de otros. Toda película es una suerte de manifiesto sobre cómo hacer el cine. Los documentales de Ospina, y en particular Todo comenzó por el fin, presentan al cine como espacio de juego y meditación que tiene la capacidad de revivir una experiencia. El cine es pues un lugar donde se da una versión de la historia mediada por la memoria, una versión en que uno reorganiza lo ya filmado, por medio del montaje, para hacer del artificio el vehículo de lo auténtico.

¿El fin?

Casi al final del documental, Ospina vuelve a la casa en donde Carlos Mayolo filmó parte de Carne de tu carne. Entonces, luego de recordar las vidas de Mayolo, Andrés Caicedo, Patricia Restrepo, Sandro Romero, entre otros, se despierta una sensación de honda añoranza. Casi que se puede palpar la finitud, sentir que se está llegando a un final. Toda una generación se está desvaneciendo. Todo comenzó por el fin es una vehículo para recuperar esas vidas, para resistir al olvido. El cine abre una brecha en que se puede dibujar un pasado y un presente, en que se puede representar incesantemente lo que ocurre en el transcurrir del tiempo. Filmar sin parar, mezclar todas las imágenes, ser fiel a los sujetos que documentamos. Todo comenzó por el fin logra configurar una imagen total: honesta, desmesurada, sobrecogedora. Aunque parezca durar más de lo que debiera, el documental se sostiene como un testimonio certero de un grupo de artistas. A través del cine se nos comunica la vitalidad e humanidad que se desprenden de los rastros de estas personas, mucho más cercanas para nosotros cuando se termina la proyección. Bien es cierto, claro está, que el cine es ilusorio, como también es cierto que mientras dura la función, en sus tiempos ficcionales o documentales, vuelven a la vida fragmentos de tiempo que podremos repetir una y otra vez, fragmentos captados para la efímera eternidad de la película. Después de experiencias tan emocionantes como Todo comenzó por el fin es que uno se alegra de imaginar la posibilidad de que una vida con el cine no se acabe nunca.

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