Dos o tres cosas que sé de cine

Publicado el fgonzalezse

45 años: un formidable derrumbe

El paso del tiempo no enseña nada. Imaginamos saberlo todo, imaginamos que en unos días, o en unos meses, ya comprenderemos a los demás, que ya los conoceremos. Y, sin embargo, nos desconciertan. Aun aquellos a quienes consideramos más cercanos, aun aquellos por quienes transformamos nuestras vidas, y aun nosotros mismos, por supuesto. Lo que nos produce desconcierto es, además, que hace falta muy poco para que descubramos lo limitado de nuestro conocimiento. Puede ser una simple carta con una noticia de hace más de 50 años la que detone nuestra frágil certeza, como ocurre en 45 años. El feliz matrimonio de Kate y Geoff se prepara para celebrar sus 45 años, cuando una noticia sacude las certidumbres que la pareja ha cultivado durante su relación. El remezón es interior y, en contraste, la acción de la película no sale de cauces ordinarios. No se trata de un drama histérico. 45 años es un relato en la tradición que inaugurara Chéjov, en la que unos pequeños eventos son los que dan pie a nuestras grandes transformaciones. De hecho, es fácil reconocer el origen literario del largometraje (no lo anoto como crítica). La película nos enfrenta a un derrumbe silencioso, nos hace ver como un personaje comienza a sentir que se distorsiona su pasado y se reinventa su presente una vez se entera de un pasado que desconocía. Andrew Haigh, su director, ofrece un estupendo film que muestra la vulnerabilidad que nos asalta cuando se cuestiona lo que tomábamos como verdad incontestable.

Para Kate (Charlotte Rampling) y Geoff (Tom Courtenay) no parece haber mayor problema. Viven cómodamente en Norfolk. La preparación de la fiesta de aniversario es el evento más ajetreado en sus sosegadas vidas. Seis días antes, Geoff recibe una comunicación del gobierno suizo en que se le informa del hallazgo del cuerpo de Katya, una antigua novia de Geoff que murió mientras estaban de vacaciones en Suiza y cuyo cadáver hoy aparece conservado dentro del glaciar en que cayó. Lo que puede semejar una anécdota, trastorna a Geoff. Vuelve a fumar y se abstrae. Tal comportamiento mina la confianza de Kate y la lleva a cuestionar lo que ha sido su matrimonio. Sin que la noticia suponga una alteración radical en las costumbres de la pareja, progresivamente se va a ir enquistando el fantasma de la ex-novia, progresivamente la visión de Kate se irá modificando. 45 años adapta un cuento de David Constantine y lo vuelve un espacio en que un pequeño cambio transforma el sentido de lo que ha sido una sólida relación amorosa.

Sin largos preámbulos, Haigh establece la semilla del conflicto. El tranquilo mundo de Kate va a ir derrumbándose por un pasado que resurge desde la llegada de la carta. El director utiliza planos que suelen mantener algo fuera de foco, desde un personaje hasta un objeto indistinguible. Hay una interferencia que nubla el panorama de un modo similar a la interferencia que produce esa fantasmal rival en que se vuelve Katya para Kate. Al optar por estos encuadres se puede notar como opera 45 años: sugiere y acumula, antes que afirmar sin matices. El drama se construye de modo oblicuo, por lo que cada detalle es de suma importancia. Así, el primer día, mientras Kate visita el salón donde se celebrara el aniversario, ella ve con contenida molestia un cuadro de un paisaje nevado –ya en este punto está enterada del descubrimiento del cuerpo de Katya en un glaciar. Haigh no nos muestra el cuadro en primer plano, sin embargo. No abandona el plano americano con que filma toda la escena. El evitar ese énfasis tiene como objetivo mantener el tono de cotidianidad y rutina que propone el director desde el principio. Nuestros dramas no suelen estar amplificados por el efecto del primer plano. Haigh quiere resaltar esa cualidad de cotidianidad y mostrar como una suma de hallazgos afecta progresivamente a Kate. El paso del tiempo es señalado con intertítulos que marcan los días, como para ser más conscientes de su avance. En esto la película no es tan afortunada al no encajar con el tratamiento de la narración, si bien se trata de una cuestión menor en el contexto del relato. En todo caso, lo esencial es configurar un retrato de una pareja y la transformación que se produce por el descubrimiento de un pasado oculto, y en ello la contribución de las soberbias interpretaciones de ambos protagonistas, en particular de Charlotte Rampling, es vital. 45 años es una historia de enorme profundidad que parte de lo que asemeja ser un drama doméstico más.

Al final de Los muertos de James Joyce, Gabriel, quien ha descubierto que el gran amor de su esposa fue Michael Furey, un joven que desafío la muerte por ella, reflexiona melancólicamente sobre la transitoriedad de la vida. 45 años relata el reverso de una historia similar. Los fantasmas regresan, no para recordarnos nuestra fugacidad, sino para suplantarnos, para persistir en nosotros. La película de Haigh es sobre todo el modo en que el pasado perdura dentro de nosotros. Ambas obras muestran la fragilidad de nuestra naturaleza con énfasis distintos. La conclusión del film es a la vez la resolución de las tensiones que ha acumulado Kate, como quizás lo que sería el inicio del drama propiamente dicho. El final nos da esa idea de irresolución de los relatos modernos, la irresolución de nuestro día a día. Haigh hereda, además, al Rosellini de Viaggio in Italia (Te querré siempre) para entregar una pieza que retrata con penetración la naturaleza de las relaciones amorosas o, mejor, la naturaleza humana a secas. Parte de la intimidad de una pareja que a través del relato cuenta algo que puede denominarse como trascendental. 45 años es un formidable largometraje sobre el derrumbe de una ficción con la que se vive para evitar imaginar todo lo que puede implicar el desconocido pasado de alguien a quien creíamos conocido.

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