Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Una periodista de racamandaca

Aunque parezca paradójico, existe algo que podemos calificar como la sana malevolencia.

Uno de los mejores ejemplos que recuerdo fue incluido por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en su antología Cuentos breves y extraordinarios, y esos dos grandísimos farsantes se lo atribuyeron a un tal John Wisdom bajo el título De la moderación en los milagros. Dice así: «Parece que Bertrand Russell recordaba siempre la anécdota de Anatole France en Lourdes; al ver en la gruta amontonadas muletas y anteojos, France preguntó: “¿Cómo? ¿y no hay piernas artificiales?»»

Este me parece uno de los mejores ejemplos de aquello que califico como la sana malevolencia. Piénsenlo bien, y creo que me darán la razón, aunque –desde luego–para ello deben cohonestar la aparente paradoja. Yo me la encontré una vez más después de haber leído las memorias de un escritor colombiano bastante famoso que se llama Gabriel García Márquez (no sé si les suena el nombre).

En el capítulo final, Gabo rememora su visita secreta al secretario general del Partido Comunista Colombiano, Gilberto Vieira, encontrándose éste en la clandestinidad durante la dictadura de Rojas Pinilla, y describe detalladamente cómo llegó hasta su escondrijo: «Era un apartamento con una sala pequeña atiborrada de libros políticos y literarios, y dos dormitorios en un sexto piso de escaleras empinadas y sombrías adonde se llegaba sin aliento, no sólo por la altura sino por la conciencia de estar entrando en uno de los misterios mejor guardados del país. Vieira vivía con su esposa, Cecilia, y con una hija recién nacida. Como la esposa no estaba en casa, él mantenía al alcance de su mano la cuna de la niña, y la mecía muy despacio cuando se desgañitaba de llanto en las pausas muy largas de la conversación».

Hasta aquí la cita de Vivir para contarla, las memorias de Gabo, título que tanto recuerda el de la primera gran antología de un poeta andaluz muy vinculado a Colombia, José María Caballero Bonald, y que se llama Vivir para contarlo. Pero esa es otra historia, como diría Rudyard Kipling.

Lo cierto es que yo conozco a esa niña que lloraba en el domicilio clandestino de Gilberto Vieira: naturalmente se trata de su hija Constanza, con quien he compartido varios años de tareas profesionales en la redacción latinoamericana de la Radio Deutsche Welle. Y aquí volvemos de nuevo a lo de la sana malevolencia. Una persona que conoce mucho a Constanza, comentándome ese pasaje que acabo de citarles, me dijo en un email: «Ella sigue tal como la describe Gabriel García Márquez en sus memorias, llorando en la cuna, mientras Gilberto la mecía en un refugio clandestino de los tiempos de la ilegalidad».

Echando mano de una sana malevolencia, esa persona tal vez se refería al compromiso decidido que Constanza mantiene con la causa de la paz, lo cual, en el caso de Colombia, parecería que es como para estar llorando sin remisión. Por mi parte no vacilé en responderle ipso fuckto a mi corresponsal argumentándole que no se había dado cuenta de la verdadera dimensión de aquello que dice Gabo. Y lo que Gabo dice es, expresis verbis, lo siguiente: «[Vieira] la mecía muy despacio cuando se desgañitaba de llanto en las pausas muy largas de la conversación». 

¿Se dan cuenta de lo que realmente sucedió en ese encuentro clandestino de Gilberto Vieira y Gabriel García Márquez?  Si ustedes no, yo sí. Al secretario general del Partido Comunista Colombiano le habían nacido una hija periodista, una criatura que a sus pocos meses, y aún en la cuna, seguía apasionada la plática entre nada menos que un futuro Premio Nobel de Literatura y un político por aquel entonces el más perseguido en toda Colombia (y que era nada menos que su propio padre).

¿Qué periodista nato y clarividente, y les doy mi palabra de honor de que Constanza Vieira sí que lo es, no se hubiese echado a llorar al oír que esos dos interlocutores hacían pausas muy largas en la conversación?  «Ay carajo, sigan hablando, no se detengan, quiero seguir sabiendo, qué delicia la conversación de ustedes, este es mi primer reportaje estrella, qué pena que aún no sé escribir, pero no dejen de hablar, por dios, no me frustren mi primer reportaje», éso es lo que gritaba Constanza Vieira y lo que Gabriel García Márquez, todavía no ducho en lenguajes infantiles, tradujo como desgañitarse de llanto.

¡Pobre Constanza, cuantísima incomprensión!

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Cuenta Twitter de Constanza Vieira : http://twitter.com/#!/constanzavieira

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