Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Una balada de Theodor Fontane

Érase una vez que Klaus Bednarz, en su emisión Monitor, de la primera cadena de la TV alemana, rescató del olvido una balada de Theodor Fontane. Esta frase necesita tres aclaraciones para mis eventuales lectores.

La primera: Klaus Bednarz es uno de los pocos periodistas del medio TV que utiliza su cerebro para pensar. La segunda: Monitor es un programa de alto contenido crítico, una mirada insobornable sobre el acontecer político, no sólo –pero sí sobre todo– en Alemania, y hace poco le dediqué amplio espacio en este mismo blog, allí puede enterarse el curioso lector si abre el enlace que va con estas letras como hipervínculo. Y la tercera: Con el nombre de Theodor Fontane, un autor del siglo XIX, sólo suele asociarse el recuerdo de su novela Effi Briest, miopemente apostrofada como la Madame Bovary alemana. Pero Theodor Fontane significa mucho más.

Aunque comenzó tardíamente, su obra completa abarca docenas de volúmenes, destacables en especial sus inigualadas guías por la comarca de Brandeburgo, una auténtica golosina literaria. Y luego sus novelas, que le valdrían el reconocimiento de Thomas Mann, quien lo estimaba sobremanera. Y por si fuera poco, sus poemas, entre ellos las baladas que dio a la imprenta en 1861, en un libro donde se incluye la que Klaus Bednarz desempolvó en su día, con tanta oportunidad como acierto, y que se titula “La tragedia de Afganistán”.

La balada está fechada en 1859 y con toda seguridad se refiere a la masacre perpetrada por los afganos contra la guarnición inglesa de Kabul en 1841. Aunque también puede tener como trasfondo histórico alguno de los muchos intentos llevados a cabo por la Compañía Británica de las Indias para convertir Afganistán en una perla más de la corona imperial de S. M. Victoria.

Todos fracasaron. Como siglo y medio más tarde fracasaría la invasión soviética. Nadie, desde Alejandro Magno, ha podido enorgullecerse de haber conquistado el arisco país. Tampoco los otrora todopoderosos USA con todo y sus aliados, que se están retirando de una manera más o menos decorosa, pero con el rabo entre las piernashaciendo bueno el dicho del general ruso Lebed cuando certificó lo siguiente: «He combatido mucho y por eso sé que la victoria militar sólo es posible cuando los Estados Unidos invaden la isla de Granada«.

En cualquier caso, aquí les traduzco la balada, disculpándome de antemano por no poder verter al castellano el sonsonete de sus rimas graves y que van creando una atmósfera de opresión y de impotencia. Me ha parecido más importante trasladar con la menor pérdida posible lo que podríamos llamar «la historia» que el poema quiere contar. Y ella es, de por sí, tan alucinante como un cuento de Edgar Allan Poe. Dice así:

Silenciosa del cielo cae la nieve
cuando a Jalalabad llega el jinete.
«¿Quién va?» –»Un soldado de Su Majestad,
traigo noticias de Afganistán».
¡Afganistán! Lo dijo con tal voz
que media ciudad pronto lo rodeó.
Sir Robert Sale, el propio comandante,
lo ayudó a desmontar del purasangre.

Lo llevaron al cuarto de banderas,
con leña ardiendo en la chimenea.
¡Cómo calienta el fuego, y luz por fin!
Suspiró, dió las gracias, dijo así:

«Éramos trece mil la expedición
que en Kabul el camino comenzó.
Mujeres, niños, jefes y soldados,
helados, derrotados, traicionados,
nuestro ejército entero se ha perdido,
ahí afuera vagará quien siga vivo.
Con la ayuda de un dios yo me salvé,
mirad si es que al resto salvar podéis».

La muralla Sir Robert escaló,
soldados y oficiales de él en pos.
Sir Robert dijo: «Cae la nieve espesa.
Si nos buscan, así no nos encuentran,
a ciegas vagarán aun tan cercanos…
Hagamos pues que puedan escucharnos.
¡Cantad viejas canciones de la patria!
¡Que toquen las cornetas hasta el alba!».

Así lo hicieron y no se cansaron
de pasar esa noche así cantando,
primero alegres cántigas inglesas,
después tristes baladas escocesas.
Tocaron las cornetas sin descanso,
como sólo el amor puede lograrlo,
hasta el día siguiente, y un día más.
Inútil hacerlo, e inútil cantar.
Quienes debían oír, no oían nada,
la expedición estaba aniquilada.
De trece mil que eran al comenzar,
uno solo volvió de Afganistán.

Hasta aquí mi versión minimalista, pero honesta, de la balada “La tragedia de Afagnistán”, del escritor alemán Theodor Fontane, felizmente a salvo de la sospecha de terrorismo porque tuvo la sabiduría de morir en 1898. Dicen que la Biblioteca del Congreso, en Washington, lo posee absolutamente todo en materia de libros publicados en este mundo cada día menos ancho y más CNN. Se me ocurre que sería una buena idea si alguien enviase desde allí, al Pentágono, la balada de Fontane. Con copia para la Casa Blanca. Y el 10 de Downing Street. Y varios otros domicilios más, donde se cuece la sopa que luego tenemos que comer fría.

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