Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Un testimonio sobre el exilio venezolano

En la revista virtual madrileña Fronterad publico todos los domingos las entradas de la semana en mi diario personal, este es el enlace correspondiente : http://fronterad.com/?q=blog/13

Y a continuación copio la segunda entrada del domingo anterior, día 8 de este mes de abril :

La entrevista del fin de semana [en el diario de Colonia al que estoy suscrito] es con Scott Eastwood, hijo del gran Clint. Cuenta lo siguiente: «De mis padres he aprendido a tratar con respeto a los demás. [] Mi padre me ha contado mucho de su infancia. Nació en 1930 y creció durante la Gran Depresión. Su familia tuvo que luchar a diario para sobrevivir. Aún recuerdo cómo me contó que un día llamó a la puerta de la casa un hombre vestido con harapos y le mendigó trabajo a mi abuela. Como pago por un día entero de trabajo sólo quería un panecillo con algo de embutido. Tan desesperado estaba. Esa miseria le dejó una gran impresión a mi padre, y también a mí».

Al leerlo pienso que nunca les he contado a mis hijos de las gitanas (eran sobre todo mujeres) que llamaban a la puerta de nuestra casa, en los terribles años del hambre, para pedir una limosna o al menos algo que comer. Siempre era yo quien acudía a abrir la puerta, bien para darles algo (si podíamos) o para decirles que lo sentía, pero que tampoco nosotros teníamos nada (era la pura verdad). Pensándolo bien, ni siquiera mi propio hermano supo de eso, era un bebé todavía por aquellos años. Y entiendo que unas vivencias así marcaran a Clint Eastwood, vaya si lo entiendo. Sólo que ahora, después de leer esta entrevista, me resulta mucho más difícil que antes pensar que Clint Eastwood fue una de las pocas estrellas de Hollywood que apoyó la campaña del hoy fake president. A quien, por cierto, algún que otro tuitero alemán ha bautizado como “Espasti”, lo cual me parece un insulto gratuito e imperdonable a los espásticos.

Un par de horas más tarde de haber subido a la red el texto de mi diario, me llegó un email de uno de sus primeros lectores. Se trata de un amigo a quien no conozco personalmente pero de quien sé que me lee con asiduidad, tanto mi diario como mis columnas en El Espectador. Se llama Samuel Whelpley, es ingeniero civil y vive en Barranquilla. Y me escribía para contarme algo que, con su permiso expreso, reproduzco aquí :

Don Ricardo, leyendo su blog no pude pasar hoy del primer día, en particular después de leer las historias de Clint Eastwood. Le cuento algo personal que me ocurrió hace poco.

La ciudad se ha llenado de venezolanos, huyendo de la delirante situación de Venezuela. Gente que mendiga que comer, ya que no hemos sido capaces de ofrecer una alternativa para ellos. Se pueden ver en las esquinas vendiendo dulces, adornos, tintos (café negro). Se ofrecen a trabajar por la mitad del sueldo nominal, e incluso por menos. Cualquier cosa que puedan mandar a su tierra, donde nada alcanza.

A lo que voy. La empresa en la que trabajo está en un lugar donde pasan muchos de ellos pidiendo o rebuscándose. Hace tres días salí un momento a la puerta y detuve a una muchacha que vendía tinto. Le compré uno, vale 300 pesos. Me lo entrega y me dice:

–¿Me invita a un almuerzo?

–¿Cómo? – pregunté.

–No he hecho dinero, si me invita a almorzar, le doy lo que usted pida.

(Traducción: Ofrece favores sexuales)

–¿En serio?

–Sí, si me da la plata  para el almuerzo me voy con usted.

(Un almuerzo corriente o ejecutivo se consigue con 8000 pesos=US 3.0 dólares)

Me quedé de una pieza, y solo atiné a preguntar:

–¿Lo has hecho antes?

–Sí, lo que consigo a duras penas me da para pagar la pieza. Pero no para comer, por eso me rebusco. Lo hago por necesidad, cuando no consigo la plata como hoy, no soy una bandida – me respondió.

–Toma.

Temblando le entregué 30.000 mil pesos que tenía en el bolsillo, y la muchacha se fue. No pude concentrarme en el trabajo, ni almorzar, por lo sucedido.

Venezuela es un país muy querido para mí, tengo familia allá, y  muchos de mis mejores recuerdos de infancia están asociados a esa tierra tan hermosa. Yo veo a un venezolano en estas condiciones, y me da un dolor inmenso.

No puedo entender que haya gente dispuesta a defender a personajes tan terribles como Nicolás Maduro. Más allá de que tengan una ideología distinta, no tiene perdón de Dios, si este existe, lo que han hecho esos sátrapas con esa tierra tan rica, y condenar a un pueblo a semejante miseria. Por mí, que ardan en el último círculo del infierno, pero debe haber un castigo para ellos en esta tierra.

Le dejo un saludo, y gracias por permitir desahogarme.

Samuel Whelpley.

Mi reflexión sobre este texto, que no necesita comentarios, es que a los sátrapas los entiendo, ellos van a lo suyo y les importa un carajo la suerte que corran sus oprimidos. A quienes no entiendo es a los que se dicen de izquierda y mantienen su apoyo a un régimen tan corrupto (y tan corruptor) como es el del chavismo. Tampoco ellos tienen perdón de Dios, en el caso de que exista, como sabia y precavidamente apostilla mi corresponsal.

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