Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Contadas por Óscar Domínguez : Historias del eterno femenino

La mía, la de periodista, es una profesión desagradecida, al menos en términos de memoria humana: nuestra más brillante crónica de hoy, es letra muerta mañana. Esto es lo que se suele decir, y no sólo por nosotros, que somos los primeros afectados, sino también por la crítica y por los expertos en la materia, dos grupos no necesariamente coincidentes, ni desde luego homologables.

Por supuesto: existen excepciones a la regla del olvido para los periodistas. En castellano bastaría con el ejemplo egregio de Mariano José de Larra, quien inmortalizó el seudónimo de Fígaro y a quien no recordamos por su novela ni por su teatro sino sólo por sus artículos, una creación literaria y estilística de primer orden. Y más cercana en el tiempo, otra excepción es la de Julio Camba, quien de puro periodista que era jamás nos infligió ni una sola novela ni un solo drama, y sin embargo la literatura española del siglo XX lo cuenta entre los más grandes de sus escritores.

Ahora bien: está claro que la razón de ser de su perdurabilidad, de su seguir existiendo en la memoria, y del seguir influyendo en las generaciones siguientes, se debe a que esa obra suya volandera, de diarios y revistas, fue recogida a tiempo en forma de libro, unos libros que se cuentan entre lo más granado de sus respectivas épocas.

[Dicho sea de paso, y ustedes perdonen que arrime el ascua a mi sardina: si todo lo dicho es cierto para los periodistas de diarios, ¡qué no se podría decir de quienes (como yo, durante 45 años, dos meses y 17 días) nos desempeñamos en un medio no ya volandero sino volátil, como es la radio! Pero esta es otra historia. Sigamos con el periodismo escrito].

Poniendo un poco de orden en un estante de una de las bibliotecas de mi casa, ha vuelto a caer en mis manos un libro que me llegó desde Colombia a comienzos del presente milenio, recién publicado por la Editorial Universidad de Antioquia. Un libro cuyo autor es Óscar Domínguez y que se titula Historias del eterno femenino. Lo he ojeado y hojeado de nuevo, al cabo de los años, con la curiosa mezcla de afecto y sorpresa que experimenta uno al reencontrarse con un viejo amigo que se creía perdido.

De este libro me parecen destacables dos cosas. La primera de ellas es la declaración de intenciones editoriales, expuesta en la solapa de la contraportada. Dice así: «La colección Periodismo de la Editorial Universidad de Antioquia busca rescatar para los lectores de hoy –por medio de los libros– reportajes, crónicas y ensayos críticos de periodistas, publicados en la prensa diaria o en revistas y, por eso mismo, relegados al olvido en hemerotecas y bibliotecas especializadas».

Desde aquí un ¡Bravo! muy fuerte por esas intenciones y (una vez más el ascua y la sardina) recordarles que la prensa no es tan sólo escrita, que deberían ampliar su campo de actividades a la radio. Punto.

Y la segunda cosa a destacar del libro son, lógicamente, los propios textos de Óscar Domínguez, uno de los colegas de pluma más aguda y personal que he tenido la fortuna de descubrir hace ya varios años. Considero, y no me corro, como hubiese dicho César Vallejo, que Óscar Domínguez es uno de los pocos periodistas en lengua de Castilla que supo recibir, quizás inconscientemente, en su momento, la antorcha de la greguería, aquella feliz invención de Ramón Gómez de la Serna.

Pero no sólo es que la supo recibir: también, y sobre todo, es que supo cómo llevarla adelante. Pienso por ejemplo en frases como esta: «La tanga, unos árboles de mínima tela que dejan ver el bosque femenino». O en esta otra: «Parece que fue antier. Por algo somos bostezos de eternidad». O en esta otra: «Los condones hablan el esperanto del silencio y se dejan utilizar por parejas que hablen cualquier lengua». O en esta otra, que es una auténtica maravilla: «Elías es corpulento, y contundente como el segundo terceto de un soneto de Quevedo».

Y basta ya de ejemplos, que si no tendría que transcribirles todo el libro. No me lo tomen a mal si les cuento, para terminar, que quien les cuenta hubiese debido escribir el prólogo del mismo, y además acepté hacerlo. Sólo que el autor reflexionó muy a tiempo que ya iba siendo hora de que apareciese en Colombia algún libro sin prólogo, y logró convencer a la editorial. Con el resultado de que el libro se inaugura con un antiprólogo donde el autor confiesa que me pidió un prólogo.

Y la verdad es que a mí me gustan mucho los libros en los que se juega a este juego que ya nos inventó don Miguel de Cervantes y Saavedra, un judío converso al que le atrajo la vaina de atribuir su obra maestra a un musulmán, Cide Hamete Benengeli, del que no sabemos si era converso ni maldita la falta que nos hace.

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