Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Mis maestros : Camba, Chesterton, Cunqueiro

Llevo metido en esto del periodismo y de la radio no menos de 62 años, desde aquél para mí inolvidable 17 de octubre de 1954 en que Radio Nacional de España en Huelva emitió mi primer radioteatro.

Muchas veces me he detenido a reflexionar que a final de cuentas me salí con la mía: mi padre quería que yo fuese abogado y me costeó la carrera de Leyes en la Universidad de Sevilla, pero yo le dije ya entonces que pensaba ganarme la vida escribiendo, no defendiendo clientes pleitantes en los juzgados.

Tengo la convicción de que mi padre no se lo tomó en serio, aun cuando es cierto que le gustaba que yo leyese y escribiese, y es más, siempre cargaba en su billetera el ejemplar mecanografiado de un soneto que escribí siendo yo muy muchacho todavía, y dedicado a la memoria de mi tío Antonio, padrino mío y hermano suyo, muerto de tisis galopante a la temprana edad de 21 años. Luego, muchos años después, cuando alcancé cierto renombre en la profesión, estaba realmente orgulloso de mí, pero siempre con una punta de insatisfacción que se reflejaba en una frase suya que nunca se me olvida: «Hay que ver, sin embargo, con lo buen abogado que podías haber sido»

¿Podría yo haber llegado a ser un buen abogado?  La verdad es que no lo creo. Mi paso por las aulas de la Facultad de Derecho de Sevilla sólo sirvió para enorgullecerme de haber estudiado mi carrera nada menos que en la Fábrica de Tabacos de la capital bética: sí, la nueva Universidad sevillana se instaló, justamente por las fechas en que yo iniciaba mis estudios, en ese escenario devenido universalmente famoso gracias a la Carmen de Bizet.

Aparte de eso, el Derecho Romano de Mommsen (por muy Premio Nobel que fuese), y el Internacional de los maestros españoles de las Leyes de Indias (que sigue siendo el Derecho Internacional vigente en todo el mundo, bien que la gloria se la atribuyan al holandés Grocio, quien no hizo sino aprovecharse en la protestante Europa del  ninguneo a la católica España, y ganar para sí una gloria ajena) aparte de eso, ya digo, las aulas de todos los derechos que estudié (Civil, Penal, Procesal, Canónico, Natural, Laboral, Administrativo) no dejaron en mí la más mínima huella. Aprobé todos los cursos con notas incluso brillantes, pero sólo debido a mi memoria fotográfica, que me permitía retener 24 horas los textos a examen, y ésas eran siempre las 24 horas anteriores a ellos.

Pasadas las pruebas, una esponja misericordiosa borraba de mi pizarra mental los áridos articulados de los códigos y volvía a hacerle sitio a Homero, Cervantes, Balzac, Dostoiewski, Galdós, Huxley. Y muy poco después a tres maestros a los que debo todo lo que sé y todo lo que valga en esta profesión: el inglés Gilbert Keith Chesterton y dos gallegos: Alvaro Cunqueiro y Julio Camba.

Otro día prometo hablarles más en extenso de Julio Camba, ese grandísimo periodista que al contrario que Chesterton y Cunqueiro no fue durante su larga vida nada más que periodista, pero aquí y ahora les ofrezco una muestra de su agudeza mental. Dice Camba: «En el centro del Africa las mujeres no se desnudan, es decir, no se visten: pero allí pertenecen todas a la raza negra, y su piel constituye, para cada una de ellas, algo así como un elegantísimo traje de soirée. Las mujeres blancas, en cambio, necesitan vestirse y desnudarse, y cuando por cualquier azar son sorprendidas sin ropa, el rubor que las invade no representa más que un esfuerzo tardío y desesperado para cambiar de raza».

Hasta aquí el maestro Camba. Metafóricamente, me saco el sombrero.

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