Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Lo bueno, si breve, dos veces bueno

En Madrid, allá por el cambio de milenio, existía (no sé si existe aún) una agrupación literaria llamada Círculo Cultural Faroni en honor a un personaje ficticio creado por los protagonistas de una novela de Luis Landero, Juegos de la edad tardía, narración que no he leído.

Lo cierto es que este Círculo Cultural Faroni convocaba con regularidad un Premio Internacional de Relato Hiperbreve, entendiendo por tal el que no supera las quince líneas. Tusquets Editores sacó en 1996 un volumen con ese título: Quince líneas, donde se recogían 78 relatos hiperbreves de la más distinta calaña y, en general, de bastante buena calidad, y todos ellos provenientes de los entretanto riquísimos archivos del Círculo Cultural Faroni.

Hubo uno que retuve, firmado por la argentina o el argentino Hellén Ferrero, y ahora lo rescato del pasado, porque sus protagonistas pasivos son  Melchor, Gaspar y Baltasar (cuyos restos dizque están enterrados en la catedral de esta ciudad de Colonia),  y porque dice iconoclasta pero bien sabrosamente lo que sigue: «José regaló a los pastores los presentes de los Reyes Magos. Los pastores tampoco supieron qué hacer con ellos». ¡Bravo por el autor o la autora de estas pocas y sabias líneas! porque el oro, el incienso y la mirra (que es además un afrodisíaco) siempre me resultaron sospechosos como regalos a un recién nacido.

En fin, volviendo a nuestro tema de hoy, el relato hiperbreve, y abordándolo con una vuelta de tuerca irónica, quisiera decirles que el farragoso y gárrulo cuento del guatemalteco Augusto Monterroso titulado El dinosaurio, que suele citarse como craso ejemplo y paradigma de brevedad y concisión, a mí se me hace que de lo que más peca es de ambigüedad.

Recordemos su extenso texto: «Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Un texto que me sugiere dos preguntas: a) ¿quién se despertó?, y b) ¿quién estaba todavía allí?.

Si –según la interpretación de Andrés Hoyos en El Malpensante– este mamotreto se llamase Pesadilla, cabría inferir que alguien despertó de alguna de ellas en la que aparecía un dinosaurio, comprobando al despertarse que el dinosaurio seguía allí. Pero titulándose la oceánica narración tal y como se titula, lo elemental es que quien se despierta no pueda ser otro que el propio dinosaurio, con lo que quedan contestadas ambas preguntas y sólo queda por despejar una única incógnita: ¿dónde es allí? ¿será quizás Allí, con mayúscula, el Macondo, la Comala, el condado de Yokpanatawpha de Augusto Monterroso?

En fin, que ya lo dijo don Baltasar Gracián: «Lo bueno, si breve, dos veces bueno», pero se le olvidó añadir: «Lo breve, si sólo ingenioso, tres veces confuso».

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