Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Gustavo A. Ortiz y su «Estudio digital»

Gustavo Adolfo Ortiz, con ese nombre de rey sueco o de poeta romántico español, es un pintor colombiano que diseña, crea y pinta en la pantalla, al igual que sus colegas de antes de la cibernética lo hicieron en el lienzo, la madera o las paredes…, y en algún caso los techos, como por ejemplo los de la Capilla Sixtina, que avalan mi sospecha de que Michelangelo murió de una tortícolis fulminante.

Pero no perdamos el tiempo con deleznables minucias fisiológicas y volvamos nuestra atención a Gustavo Adolfo Ortiz, quien (amén de todo lo que ya dije) es un pedagogo heroico de este nuevo sector conquistado por el Arte. ¿Por qué lo condecoro con el adjetivo «heroico»? Porque allá por el 2001 transportó toda su sabiduría a un libro que se titula Estudio digital (Técnicas de ilustración vectorial), al que no sé cómo definir.

Para empezar diré que se trata de un libro absolutamente indescifrable por una ignorancia enciclopédica: la mía. En su día invertí horas de ojeo y de hojeo en las páginas de este libro, y lo único que destilé de ellas es la pertinente convicción de que es una herramienta formidable para quienes entiendan el léxico en que se expresa. Todos los artistas gráficos de lengua materna castellana y que deseen alguna vez formular sus propuestas a través de la pantalla, todos, podrán extraer miles de enseñanzas de este libro.

No puedo decir, válganme los dioses, que lo leí, no me gusta adornarme con plumas de gallineros ajenos. Pero sí creí haber detectado que es un compendio increible de sabiduría visual y sutil hermenéutica. No de otro modo debieron proceder los filosófos peripatéticos en la vieja Grecia. Caminando juntos, iban instruyendo a sus discípulos. Esta es la gran lección que aprendí en este libro. Y otra, no menos importante, y acerca de la cual sí quisiera aventurarme a decir algo propio.

Desde hace ya algunas décadas se nos ha vacunado contra la vana pretensión de que algún otro idioma que el inglés pueda ser la lingua franca de los modernos medios de comunicación. El lenguaje de la cibernética pasa por el inglés, afirman todos aquellos que debieran saber que el inglés, en materia de cibernética, sería un torso sin el griego de Diógenes y Sócrates, y éso ya desde la misma definición del término madre: cibernética (de χυβερυητιχή, que significa nada más y nada menos que «la pericia, el arte del piloto» en el griego de Diógenes y Sócrates, y también de la divina Friné, modelo de Praxíteles, acusada de impiedad, y a quien le bastó desnudarse en presencia de los jueces para que estos la absolvieran).

Pues bien, en ese ojeo y hojeo del libro de Gustavo Adolfo Ortiz, advertí que la lengua castellana no va a la zaga de la inglesa cuando hay que establecer el léxico del internauta. Sólo que la comodidad nos vuelca al inglés de hoy. Pero no deberíamos olvidar que el castellano es la lengua de uno de los posibles futuros de la humanidad: la otra es el chino. Y del inglés, a la vuelta de un par de siglos (que no son nada en el contexto de la Historia, con hache mayúscula), quizás no queden más que reliquias que se seguirán hablando en la vieja Albión, ¡faltaría más!, en algunas islas del Pacífico y, naturalmente, en Boston.

Este, creo yo, es el valor más perdurable y destacable del libro de Gustavo Adolfo Ortiz: que nos haya puesto, ya, sobre la pista de que no es necesario hablar difícil («el difícil» es como le llaman al inglés los puertorriqueños) para entendernos en el mundo que se nos avecina. No a nosotros, ni a nuestros hijos ni nuestros nietos ni siquiera nuestros biznietos, pero ¿creen ustedes que Cicerón hubiese podido imaginar que los nietos de sus nietos iban a hablar otro idioma que el latín?  Dicho sea de paso: algunos de los nietos del ex presidente WC Bush son hispanoparlantes. ¿Y saben cómo los llama él? «Mis mogggoshitos». ¡Qué tierno! ¿no?

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